Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 27 de junio de 2020. (En portada a muerte de Sócrates, de Jacques-Philippe-Joseph de Saint-Quentin (1762). Escuela Nacional Superior de Bellas Artes (París). (Imagen de dominio público).
Los sabios y los libros, en sus diversas formas, han ido históricamente de la mano.
1) Para los sabios: la educación es, lo más importante.
Después de las Guerras Médicas, aunque habían detenido a los persas, toda Grecia quedó sumida en luchas interminables por el poder.
Los efectos desastrosos de la guerra en la vida de todos los estados griegos hizo que las clases dirigentes buscaran caminos para terminar con la desunión. Una crisis que amenazaba extenderse por tiempo ilimitado. Había que superar la decadencia moral y política de Atenas, y ahí estaban los grandes maestros, como Isócrates, que defendía la educación política y la unificación de las ciudades-estado como única medida de protección contra los persas.
En la época helenística (desde el siglo V a.C.), la educación, (paideía παιδεία, en griego), era la formación integral, cultura del espíritu y conocimiento de las artes liberales, en la única tarea a la que merece la pena consagrarse en la vida.
La paideía se centraba en los elementos de la formación que harían del individuo una persona apta para ejercer sus deberes cívicos. Bajo el concepto de paideía se agrupan elementos de la gimnasia, la geometría, la gramática, la retórica, las matemáticas, y la filosofía, que se suponía debían dotar al individuo de conocimiento y cuidado sobre sí mismo y sobre sus expresiones. Era, el humanismo cívico integral.
En la Atenas de la época se decía que ningún esclavo quería que se le tratara como Sócrates se trataba a sí mismo y es que nuestro protagonista era escandalosamente austero y frugal: vestía siempre el mismo manto raído, huía de cualquier placer como de la peste y se abstenía de todo lujo.
Cuando Sócrates, tenía 63 años se encontró con Platón y éste le hizo su único maestro, en un periodo convulso. De hecho los poderes públicos, durante el régimen de los treinta tiranos, acusaron injustamente a Sócrates, que según Platón era «el hombre más justo de su tiempo». En el año 399 llega la condena y muerte de Sócrates.
Eso hizo desistir a Platón de entrar en política, aunque le invitaron. «Entonces me sentí irresistiblemente movido a alabar la verdadera filosofía y a proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la vida pública y en la vida privada»
Según parece, La Academia de Platón, en el siglo IV tenía biblioteca propia. En todo caso, la influencia de las ideas de Platón ha sido y sigue siendo incalculable.
Aristóteles perteneció a la Academia de Platón, durante 20 años. A la muerte de Platón, ante la inseguridad política, decidió trasladarse a la actual Turquía, en Asia Menor. Desde allí, después, viajó a la cercana isla de Lesbos, donde se dedicaría al estudio de la zoología y la biología marina junto al filósofo Teofastro, quien más tarde sería el heredero natural de Aristóteles y cabeza de los llamados Peripatéticos.
El geógrafo griego Estrabón, señala que Aristóteles «fue el primero que coleccionó libros», y que compró por una gran suma, «todos los rollos que poseía otro filósofo».
Además de ser un gran lector o tal vez por eso, Aristóteles, poseía una cultura inmensa, y se le conoce como gran polímata («el que sabe muchas cosas»). Escribió a lo largo de su vida más de 300 obras, en las que desarrolló todas las ramas del saber: física, metafísica, ética, biología, zoología, astronomía, política, etc.
Más tarde en el año 336, fundó en Atenas, el Liceo, -nombre del gimnasio situado en las cercanías del templo de Apolo Licio-, donde impartía sus clases andando.
Por llamada de Filipo II de Macedonia, se ausentó de la ciudad durante un tiempo, para ejercer como preceptor de su hijo Alegrando, que con el paso de los años, llegaría a ser uno de los grandes conquistadores y gobernantes de la historia, conocido como Alejandro Magno.
El afán de conquistar territorios nuevos y extender la cultura helena, llevaron a Alejandro hacia oriente. Ensancharon sus dominios y descubrieron nuevas culturas. La cultura griega y los libros eran una obsesión.
«Ante el eclipse de la vida ciudadana, ciertas personas decidieron dedicar sus energías a aprender; educarse con esperanza de permanecer libres e independientes en un mundo sometido; a desarrollar hasta el máximo posible sus talentos; a conseguir la mejor versión posible de sí mismos; a moderar su interior, como una estatua, a hacer de su propia vida una obra de arte», Irene Vallejo, El Infinito en un junco (Siruela).
Hay mucho escrito de la gran Biblioteca de Alejandría, que lleva su nombre. Alejandro Magno y sus sucesores los ptolomeos adquirieron un gran número de rollos de papiro, gracias sobre todo a las políticas bien financiadas para la obtención de libros. No se sabe con exactitud cuántas obras componían su fondo, pero se estima que albergaba entre treinta mil y setecientos mil volúmenes literarios, académicos y religiosos.
La biblioteca formaba parte de una institución conocida como Museo que, estaba dedicada a las Musas o diosas de las artes. En el siglo III a. C. la Biblioteca se ubicó en el complejo palaciego de la ciudad de Alejandría en el período helenístico del antiguo Egipto.
Además de ser una demostración del poder de los gobernantes ptolemaicos, desempeñó un papel importante en el desarrollo de Alejandría como sucesora de Atenas y centro promotor de la cultura griega.
En tiempos de Ptolomeo II, trabajaban en la Biblioteca numerosos eruditos, importantes e influyentes. Ptolomeo descubrió en Zenódoto uno de los hombres mejor preparados, especialmente por sus conocimientos en filología y poesía y le hizo responsable del complejo.
Con la ayuda de sus colaboradores inició un arduo trabajo de copia de todas las obras escritas en griego hasta ese momento en el mundo conocido. Enviaron emisarios por las principales bibliotecas para tomar prestados los rollos de papiro que contenían las más diversas obras de la literatura escrita hasta la fecha; una vez de regreso en Alejandría, los escribas de la biblioteca se encargaban de copiar el contenido de cada uno de los papiros. Elaboró el registro más antiguo del que se tiene conocimiento utilizando el orden alfabético como método de organización; y Calímaco, realizó los Pinakes, probablemente el primer «catálogo» del mundo de una biblioteca, la de Alejandría. Es considerado el «padre de la bibliotecología». Con lo que al finalizar el trabajo de copia y depuración, los textos se clasificaban según la temática y el autor. ¡Estamos hablando aún de libros en rollos de papiro!
En el siglo II a C., Alejandría fue decayendo, aunque estaba protegida por las musas, las teorías y modelos desarrollados por la comunidad de la biblioteca continuaron influyendo en las ciencias, la literatura y la filosofía hasta el Renacimiento; y los catálogos de biblioteca, hasta nuestros días. La historia no da saltos. ¿Cómo llegó hasta aquí? Gracias a los romanos, primero y luego al cristianismo.
2) De la educación al humanismo integral.
Cuando los romanos, quisieron hacer suya la paideía, o la educación de los griegos, con Verrón y Cicerón la tradujeron al latín como humanitas. Es el origen del humanismo europeo. Las posesiones reflejadas en los catálogos, la riqueza, la belleza, la fuerza física, se acaban, «la instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina, Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra, que todo lo barre y arrastra, puede quitarte lo que sabes… Cuando las antiguas creencias se habían desmoronado, la inmortalidad se ponía al alcance de todos, a través de la cultura, la palabra y los libros» (p.147).
Al parecer las últimas palabras de Socrates: «Critón, debemos un gallo a Esculapio«, son interpretadas como la expresión de una profunda gratitud a la filosofía, que cura de la única enfermedad grave: la de las opiniones falsas y los prejuicios, según el filósofo, historiador y sociólogo francés, Michel Foucault, en el último curso que dictó, antes de morir en 1984, titulado «El coraje de la verdad».
El filósofo francés, según dijo, quedó fascinado por la estética de la existencia de los griegos: «Me llama la atención el hecho de que en nuestra sociedad, el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la vida ni a los individuos. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?».
3) La cultura trasciende al espacio y al tiempo.
La educación tiene su lado personal, un entronque social de compromiso político y ético, pero interiorizada es como una fe con su lado místico y promesa de salvación. No solo sirve aquí, por eso creían en la vida de ultratumba.
En el más allá, su almas encontrarían praderas y manantiales de agua fresca, donde podrían disfrutar en paz de teatros, coros y danzas, conciertos y coloquios entorno a una mesa de abundante comida y regada con sabrosos caldos.
Se encuentran bajorrelieves, estatuas o monumentos funerarios, en las personas se despiden de los suyos o la sociedad les despide a ellos y les guarda memoria. La inmortalidad estaba al alcance de todos y su partida no es el olvido.
4) Lo que va de ayer a hoy.
La educación y la historia, con aciertos y errores, una y otra han llegado hasta nosotros y son Patrimonio de la Humanidad. Las manifestaciones de todas las culturas han dejado monumentos y vestigios, tanto en Egipto y Mesopotamia, como en Grecia y Roma, en la América pre y pos-colombina; y en las diferentes religiones.
Imagen decapitada de Colón en Boston
Las opiniones, de ayer y de hoy son respetables. Nadie puede imponer desde hoy al pasado, criterios éticos ni estéticos, de justicia o falsedad. Los prejuicios, la violencia y el vandalismo no son manifestaciones de cultura, sino de ignorancia.
Todas las vidas de ayer y de hoy importan. Desde 1966, Naciones Unidas estableció el 21 de marzo para celebrar el Día Internacional para la eliminación de la discriminación racial. Llevamos 54 años celebrándolo, a nivel mundial. No comenzó, como quieren ciertos movimientos, en 1913 (ver enlace).
La ola de destrucción de estatuas, en Estados Unidos y en otras naciones de Europa, Hispanoamérica, en el Oriente próximo o en África se sabe cómo comienza, pero no cómo termina. Las asociaciones y políticos que organizan o lanzan los slogans, o señalan monumentos o determinadas estatuas, para que las masas salgan a la calle a luchar por la justicia, han pensado si ¿es un acto de justicia histórica quitarlos o destruirlos? ¿Es válido juzgar a las figuras históricas-de allá o de acá- por la moral de hoy?
Aprovechar la euforia antirracista para atacar la cultura, monumentos y estatuas, de líderes hispanos, desde Colón a Cervantes, es utilizar la ignorancia para fomentar el odio. Algo solo comprensible por el silencio cómplice y la falta de líderes en la instituciones nacionales. Ni la historia de Estados Unidos es explicable sin ellos, ni los 300 millones de hispano hablantes han nacido en la esclavitud ni la fomentan.
Imponer los principios éticos o morales del presente, con un afán de limpiar «la memoria histórica» puede terminar en tragedia, como la Revolución china, o en la destrucción del Patrimonio de la Humanidad, causado por el Estado Islámico (ver enlace).
Por qué no se anima a las personas a que pongan un poco de empeño en responder a la pregunta de si un puente, una pirámide, un monumento, una estatua pueden ser obras de arte, ¿por qué no puede serlo su propia vida? En ese caso, ¿permitirían emborronarla, derribarla o destruirla?
Y si después del paso por los sabios griegos, aún quieres aprender algo nuevo, prueba con los estoicos: Epicteto, Séneca y Marco Aurelio (ver enlace)..