Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 19 de septiembre de 2020.
El día tiene dos caras, una menos brillante que la otra, pero no menos importante. Las monedas también las tienen, y su valor es único e inseparable. Las caras de la moneda, suelen denominarse «cara» y «cruz».
«Antes lo de la cara era literal, aunque lo de la cruz no tanto. Ahora por ejemplo con las monedas del euro, la cara es el dibujo y la cruz el lado donde está la cifra del valor -simbólico- de la moneda» (P. Horrillo).
En 1996 se estrenó la película estadounidense: «Las dos caras de la verdad», basada en la novela de William y dirigida por Gregory Hoblit, con Richard Gere. En el cartel anunciador, puede leerse: «tarde o temprano un hombre con dos caras, olvida cual es la real«.
Después de escribir la semana pasada, sobre «La sincronía», me parecía necesario decir que la vida, también tiene dos caras. La sincronía no tiene por qué ser siempre alegre, ni gozosa. Puede también ser dolorosa. Una y otra son igualmente importantes, aunque a veces se olvida. Las dos suceden para bien. Hoy pretendo hablar de la otra cara, es decir, de la «cruz».
La vida es hermosa y vale la pena, pero tiene dos caras. «La realidad no ha sido nunca blanca o negra» (A. Trapiello). Y esa realidad única, es cierta para todos, para quienes se sienten ricos, sanos y poderosos, y también para quienes se creen pobres, enfermos o desheredados.
Lo importante es la vida. Se trata de vivir la que toque en cada momento y ser feliz. Alguno, consciente de vivir en un momento brillante, alegre, emprendedor, puede soñar que la vida es solo eso y nunca le puede llegar la cara oscura, porque es muy poderoso. Pero, no hay más que ver el momento que estamos viviendo en este Planeta, a nivel mundial, con la pandemia.
El poeta y músico, F. Cabral, libre como el viento que cantaba al despertar: «hoy puede ser un gran día«, que había nacido en la calle, y fue capaz de recorrer cantando y despertando la consciencia de la gente de 165 países, no perseguía la gloria. Cantaba para vivir, como otros cantores han cantado: «ser feliz es mi color de identidad«. A eso venimos y para eso estamos aquí.
Los sabios de cualquier época, y de diversas creencias, nos han enseñado a aceptar las dos caras de la vida, y aunque sea más fácil aceptar «la cara amable», las dos nos ayudan en nuestro desarrollo vital y consciencial.
Ciertamente no todo puede ser calificado bueno, pero podemos ver lo bueno en todo, incluso en el dolor y la cara más difícil. La vida es un regalo y hay que aceptarla como se presenta cada día. «Nada te turbe. Nada te espante. Dios no se muda… quien a Dios tiene nada le falta», decía Teresa de Ávila.
No estamos aquí para quejarnos ni para juzgar nada ni a nadie. Si desterramos los juicios y las quejas, seremos felices. Se alejará de nosotros la tristeza, el miedo, el estrés y los conflictos emocionales. Ni la rendición, ni el desaliento, el abandono y la desidia, deben tener cabida en nuestra mente ni en nuestra vida. Así nos sentiremos tranquilos, sanos, altruistas, capaces de descubrir en los demás y en nosotros todo lo mejor: lo que somos y nos une.
Todo tiene un sentido profundo, tanto la alegría como el dolor. Aunque suene extraño, también lo tienen la compañía y la soledad, la salud y la enfermedad. Últimamente el gobierno y los medios de comunicación nos abruman hablando de «contagios», y nos ofrecen estadísticas de porcentajes por comunidades. Como si todos los demás estuvieran sanos, o no existieran.
Sin embargo, quiero recordar que, en España de un total de 3.078.350 personas que han sido valoradas oficialmente y tienen la consideración de discapacidad, 1.544.973 son hombres y 1.533.377 son mujeres. Entre estado de alarma, desescaladas, confinamientos… ¿Qué ha sido de esos más de tres millones de personas?
Hasta finales de 2019, visitaba a algunas personas en el CAMF con regularidad. Incluso escribí de ellas en varias ocasiones. Desde entonces, como no podía ser de otra manera, me he abstenido de visitar a los amigos, respetado las recomendaciones y los protocolos.
Pues bien, después de nueve meses, pude por fin esta semana, visitar a un amigo en el CAMF, aquejado de ELA. Y pude hacerlo, gracias a que su hermana solicitó a la Dirección, que yo pudiera ir a visitarle, ya que ella, también con ELA y en su domicilio, estaba en cama, con vértigos.
Mi amigo, durante este tiempo no ha podido salir de su habitación, ni siquiera para ir al comedor. Tan solo tiene la compañía de su radio, sus pensamientos y sentimientos. No tiene televisión, ni ordenador, ni móvil, pues ha perdido la visión. No puede andar.
Constato que, en mi amigo Roberto no hay queja, de nada ni por nada. Dice que recuerda a los suyos y a los que se han ido. Siempre ha sido muy fuerte anímicamente. Está más delgado, pero no triste. Su estado es de total aceptación. Si llueve, hace sol o truena, le da igual. Solo piensa en vivir cada día. Es como un junco, zarandeado, pero no roto.
Su aceptación no es resignación ni impotencia. Lo suyo es herencia. No es que no haya otro remedio para él. Su madre, su hermano y su sobrino, con ELA (o su variante, la Ataxia), ya se han ido. Su amiga Azucena, tetrapléjica, también se fue en diciembre. Roberto descubrió su enfermedad a los 23 años, cuando estudiaba en Madrid, en la Universidad. Sabe lo que tiene, lo acepta y vive. ¡Le ha costado! No hay remedio, ni vacuna para su enfermedad. Como no depende de él, lo acepta. El virus y la pandemia le dan igual, aunque haya llegado al centro. Allí ha pasado la alarma y el confinamiento. Por supuesto, salimos a pasear con mascarilla. El, desde que se levanta va en silla de ruedas.
No puede leer el libro titulado «La enfermedad como camino». Su camino es vivir al minuto. El cuerpo le habla. Tiene días malos y peores, pero está a merced de la Vida, de la ayuda de los cuidadores. No tiene miedo, ¡vive! Sus sentidos, su fuerza y su equilibrio físico se han deteriorado, pero está mental y anímicamente, lúcido.
En estos meses, muchos conciudadanos han vivido situaciones muy profundas de «la otra cara de la vida», directamente o en algún familiar o conocido. La vida, como dice mi amigo «también tiene esa cara». La muerte forma parte de la vida, piensa en ella, claro, pero él dice que ella llega cuando tiene que llegar.
Lo que pensamos, sentimos o hacemos, tiene repercusión en el universo, en este plano y en otros. Maduramos con los daños, no con los años. Lo vivido por él y su familia, es ejemplo de la gran lección de Emilio Carrillo, que podéis ver y escuchar en poco más de 1 minuto.
No deberíamos olvidar que, además del Covid-19, hay otros enfermos en los hospitales, en los pueblos y ciudades, en los hogares. Sí hay vida: niños, familias, y personas que también necesitan ayuda o por lo menos que no se las olvide, porque en estos momentos están percibiendo y viviendo «la otra cara de la vida».
A los cuidadores, -familiares o profesionales-, a todos, ¡Gracias de corazón!