Una nueva explicación de la gemelación de importancia bioética

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Por Nicolás Jouve, catedrático de Genética, miembro de Cívica

En repetidas ocasiones hemos dicho que en la vida humana embrionaria es importante destacar el aspecto temporal que se plasma en la «continuidad» de su desarrollo. Este está previsto en el genoma individual que ya existe en el cigoto (información del ADN) y no variará sustancialmente, salvo por las posibles influencias ambientales. No existe ningún salto cualitativo desde la concepción en adelante y al final del proceso de la fecundación el cigoto se segmenta para dar lugar a dos células, que a su vez se dividen para dar lugar a un embrión de cuatro células y así sucesivamente. No puede decirse que el embrión unicelular o bicelular o cualesquiera que sean sus células en un momento dado es distinto al que era antes o será después. Se trata de la misma vida en crecimiento dinámico y continuo. Por ello no cabe dudar de que  desde la fecundación exista un individuo de la especie humana que se va desarrollando de manera continua.

Por Nicolás Jouve, catedrático de Genética, miembro de Cívica

En repetidas ocasiones hemos dicho que en la vida humana embrionaria es importante destacar el aspecto temporal que se plasma en la «continuidad» de su desarrollo. Este está previsto en el genoma individual que ya existe en el cigoto (información del ADN) y no variará sustancialmente, salvo por las posibles influencias ambientales. No existe ningún salto cualitativo desde la concepción en adelante y al final del proceso de la fecundación el cigoto se segmenta para dar lugar a dos células, que a su vez se dividen para dar lugar a un embrión de cuatro células y así sucesivamente. No puede decirse que el embrión unicelular o bicelular o cualesquiera que sean sus células en un momento dado es distinto al que era antes o será después. Se trata de la misma vida en crecimiento dinámico y continuo. Por ello no cabe dudar de que  desde la fecundación exista un individuo de la especie humana que se va desarrollando de manera continua.

Con el cigoto comienza la etapa embrionaria y se pone en marcha el reloj molecular de la vida, que a partir del proceso de la fecundación transcurrirá en continuidad por una serie de etapas de complejidad creciente. De este modo, se puede afirmar que el cigoto es la primera manifestación corporal de un nuevo individuo de la especie. Como bien señala el Dr. Angelo Serra: «el cigoto es el punto exacto en el espacio y en el tiempo en que un ‘individuo humano’ inicia su propio ciclo vital»[1].

Sin embargo, sobre el significado biológico de esta trascendental etapa de la vida humana se ha erigido un falso debate, en el sentido de que mientras que los datos genéticos nos demuestran que con la fecundación se inicia una nueva identidad genética y por tanto una nueva vida, hay quien trata de retrasar el valor de esta vida a la implantación o a cuando, se tenga certeza de que el embrión es único e indivisible.

Para quienes piensan así el embrión no ha de considerarse o valorarse hasta transcurridos unos 14 días, es decir, hasta la aparición de la llamada «línea primitiva» que marcaría la frontera de la individualización del embrión.  La negación del carácter individual del embrión cobró interés cuando el australiano Norman Ford, profesor de ética en la Universidad de Melbourne, planteó el problema de la gemelación como dificultad fundamental para que exista un ser humano individual, al señalar que: «un individuo humano definitivo no puede comenzar sino después de que los blastocistos hayan perdido la pluritotipotencialidad con la formación, a partir de las células epiblásticas de un individuo humano definitivo uni-totipotente en el estadio de la estria primitiva» [2].

En realidad, el gemelismo es un fenómeno natural que se deriva de la segmentación accidental de un embrión por algún disturbio mecánico o bioquímico antes de su implantación en el útero materno. Es un fenómeno raro, que tiene una probabilidad aproximada del dos por mil en la especie humana.

Si bien es cierto que hasta que no se garantiza la unicidad no se debe hablar de una vida humana individual, no cabe argumentar que lo anterior no es vida humana. Lo que sí se puede afirmar es que la individualidad genética no implica indivisibilidad hasta la anidación. Dicho de otro modo, la individualidad no es incompatible con la divisibilidad.

En relación con este tema es muy importante un artículo recientemente publicado en la revista Zygote, por el Dr Gonzalo Herranz, del Departamento de Humanidades Biomédicas de la Universidad de Navarra, que discute los modelos poco probados y más teóricos que basados en demostraciones experimentales, según los cuales los gemelos monocigóticos se originan por una partición en fase tardía de los embriones [3] (artículo adjunto). En su excelente argumentación, propone el profesor Herranz una nueva teoría para explicar el momento en que se produce el gemelismo, según la cual este accidente podría suceder dentro del proceso de la fecundación. Según esta idea el gemelismo podría deberse a una alteración en la transición del cigoto a las dos células hijas o «blastómeros». Sí estas células se separasen nada más terminar la primera división de segmetación, darían lugar a dos gemelos genéticamente idénticos que desde el principio contarían con su propio trofoblasto del que se derivarían sus propias membranas protectoras. De hecho los gemelos dicoriónicos (DC) y diamnióticos (DA) suponen, según las estadísticas entre el 25% y el 30% de los gemelos monocigóticos.

En segundo lugar, los embriones gemelares independientes que comparten  corion (MC) y amnios (MA) podrían originarse no por escisión en dos de un embrión en fases más avanzadas de su desarrollo, sino por la fusión de las membranas que envuelven a los embriones monocigóticos separados desde el principio, tras la primera división de segmentación.

Esta explicación de la gemelación es trascendental para el debate bioético, pues en realidad ya no cabría esperar a la anidación o a la formación de la estría primitiva como momento en que se garantizaría la «unicidad» embrionaria, y por tanto no cabe argumentar que no hay vida humana hasta que esta es única e independiente. Cada vida humana, incluida la de los gemelos monocigóticos quedaría determinada al final de la fecundación, tras la primera división celular como un fenómeno de baja probabilidad derivado del propio proceso de la fecundación. Con toda propiedad se ratificaría que cada vida humana parte de una única célula, bien sea el cigoto o cada una de las células procedentes de su segmentación, que en cualquier caso siguen un proceso de desarrollo paralelo e independiente desde el principio.

[1] A. Serra, «Dignidad del embrión humano», en Consejo Pontificio Para La Familia, Lexicón, Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, Palabra, Madrid 2004.

[2] N. Ford, When did I begin.Conception of the human individual in history, Cambrigde University Press 1988.

[3] G. Herranz. «The timing of monozygotic twinning: a criticism of the common model». Zygote (2013): 1-14, doi:10.1017/S0967199413000257

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.