Por una correcta interpretación de los datos de la ciencia en el inicio de la vida humana.

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Por Nicolás Jouve. Catedrático Emérito de Genética, Presidente de CíViCa. Vocal del Comité de Bioética de España.

Eh julio de 2018, se produjo una serie de consultas ante la Comisión de Salud, Justicia y Asuntos constitucionales del Senado de Argentina, ante la tramitación de una reforma legislativa sobre el aborto. En ella intervino el biólogo Aberto Kornblith, que hizo una serie de afirmaciones de apariencia científica, pero infundadas desde el rigor de los conocimientos de la Genética, la Biología Celuar y la Embriología más actuales, que merecen una aclaración.

En lo que signe, reiteramos nuestra aportación al debate sobre la defensa de la vida en su fase más inicial, la embrionaria y fetal, desde el rigor de los conocimientos biológicos más actuales.

En algunos países de latinoamérica se está debatiendo en estos momentos la despenalización del aborto. Con tal ocasión se han vuelto a oír voces en el Parlamento o en el Senado de Argentina o México, por ejemplo, con argumentos poco o nada científicos, aunque se trate de adornarlos con una envoltura de novedad irrefutable, y que tratan de desnaturalizar el verdadero significado biológico de la vida humana en sus primeras etapas de desarrollo.

Es por ello, que conviene desmontar esos argumentos y poner el acento en la realidad empírica, ya que el concepto de “vida humana” no tiene nada que ver con convenciones sociales, abstracciones jurídicas o creencias religiosas, sino con los datos de la ciencia.

Un primer error típico es el que hace referencia al concepto de “vida” y consiste en tratar de decir que una célula tiene vida y que tan vida es una célula cualquiera de un tejido u órgano, como el propio embrión o el feto. Lo que se trata de probar con esto es la imposibilidad de enmarcar temporalmente el ciclo biológico de un ser humano.

De hecho, células hay siempre, incluso pasan de padres a hijos, por lo que la vida según estas tesis trascendería un periodo temporal concreto. Quienes argumentan así dicen que para que haya vida basta con las dos siguientes propiedades: “capacidad de reproducción” y “metabolismo”. Claro automáticamente se puede pensar que una célula de la piel, o una célula nerviosa o muscular, por ejemplo, constituyen un ser vivo… pues se cumplen ambas propiedades.

El error está en obviar que la reproducción no se refiere solo a la capacidad de multiplicarse o dividirse, cosa que hacen muchas (aunque no todas) las células de un Mamífero plancentario, como lo es el Homo sapiens, sino de dejar descendientes que podamos catalogar como individuo de la misma especie de Mamífero placentario.
Se llega incluso a señalar como ente vivo un espermatozoide o un óvulo, que son células anteriores a la fecundación, el verdadero “big-bang” de la vida, o incluso las células de un recién fallecido, que continúan teniendo una cierta actividad durante algún tiempo. Toda célula a la que se asocia capacidad de división y un cierto metabolismo se pretende hacer equivalente a un ente organizado con información genética propia y un programa de desarrollo ontológico, como lo son el cigoto, el embrión y el feto, lo cual carece de sentido…

Ante estas afirmaciones poco científicas es importante tener clara la diferencia entre la vida celular y la vida generada tras la fecundación. Lo cierto es que ninguna de las dos capacidades, de reproducción y metabolismo, las poseen los gametos por separado, pero sí el cigoto formado tras su fusión.

La vida activa de un espermatozoide o un óvulo se limita a su misión reproductora, de modo tal que si no se culmina serán eliminados o expulsados como desechos. Sin embargo, el cigoto supone el comienzo de un ente nuevo y distinto a cada parental, lo que en los mamíferos placentarios significa el inicio de la vida de un «organismo» que en su fase adulta será capaz de generar descendientes. Claro si no se distingue entre vida celular y organismo, se puede entender el hecho extravagante de hacer equivalentes una célula nerviosa o de la grasa, un cigoto, un embrión o un feto. Aun así, ¿habría que considerar equivalente el hecho de eliminar estos tipos de organizaciones biológicas vivas?

Con relación al cigoto deben subrayarse tres propiedades principales, que no poseían los gametos de que procede. En primer lugar, cada cigoto tiene una “identidad genética” propia y singular, construida por la adición de genes de sus parentales y distinta a la de ellos. En segundo lugar, no se trata de un ente abstracto o indeterminado, sino de un ente genuinamente humano, con ADN humano que está orientado y tiene la capacidad de seguir un proceso de desarrollo, precisamente bajo las directrices de la información genética propia. En tercer lugar, esta célula es “totipotente”, tiene en sí la capacidad de generar todas las células del organismo con sus diferentes especialidades.

Precisamente aquí surge otra de las novedosas argumentaciones en contra del verdadero significado de la vida celular, pues hay quien no distingue la diferencia entre “totipotente” y “pluripotente”, que se refiere a la capacidad de las células de dar origen en su linaje a todos los tipos de especialidades celulares o solo a una gama más o menos amplia de ellas. La única célula totipotente es el cigoto, la célula producida tras la fecundación, mientras que las restantes células del embrión temprano y las que sobrevendrán después a lo largo del desarrollo son como mucho pluripotentes.

Sin embargo, en alguna intervención a favor de la despenalización del aborto se ha reiterado la equivalencia de cualquier célula al cigoto al utilizar sibilinamente el método de la “reprogramación celular”, desarrollado por el equipo del investigador japonés Shinja Yamanaka, que consiguió derivar células pluripotentes a partir de fibroblastos u otras células ya diferenciadas de tejidos adultos, a las que de hecho denominó “células pluripotentes inducidas”, o abreviadamente iPS, –por su plasticidad hacia la conversión en múltiples tipos celulares–.

Curiosamente, en el hallazgo de las células iPS hubo la intención de sustituir la insatisfactoria experimentación con “células madre” embrionarias por otro tipo de células que no planteasen problemas éticos. Por estas investigaciones el Dr. Yamanaka recibió el premio Nobel de Medicina en 2012, compartido con el inglés John Gurdon, que varias décadas antes había demostrado la conservación de la información genética en las células de los organismos pluricelulares.

Pero lo cierto es que no todo vale, y las iPS no son equivalentes al cigoto. Solo el cigoto es totipotente. El cigoto es la primera realidad corporal de un ser humano, capaz con su programa genético mezcla de genes paternos y maternos pero con una identidad diferente a la de ambos, de generar un nuevo ser adulto de la especie humana. Ninguna célula ya diferenciada es comparable en la capacidad de desarrollo, ni de forma natural ni inducida a un cigoto en su significado de ser el punto exacto en el tiempo y en el espacio en que una vida humana comienza su ciclo vital.

Cada individuo humano, cada organismo humano, esté en el estado de desarrollo en el que esté, sea embrión, feto o adulto, cada persona, es una realidad independiente que comienza su andadura vital cuando se constituye la información genética de que depende, tras la fecundación, y tendrá un final con la muerte, que conducirá a la suspensión de todas las funciones vitales del organismo, sean las que sean las causas que la determinen.

Pasando del cigoto a las fases que le siguen en el ciclo vital, curiosamente otro de los argumentos falaces que se esgrimen por los defensores del aborto, es el decir que el embrión o el feto constituyen un “órgano de la madre”, como si de su propio corazón, hígado, riñones, etc. se tratara. Tamaño disparate parte de la base de otro error biológico. Que la madre desarrolle una protección para no eliminar al embrión no le convierte en un órgano más de la madre, como se pretende argumentar.

Lo que ocurre es que tras la implantación del embrión en el útero materno se produce una modificación molecular de los mecanismos inmunológicos maternos precisamente a favor del desarrollo de un individuo nuevo, el embrión. Esto se debe a una anulación específica del sistema inmunológico para favorecer la protección del hijo. Entender esto es fundamental para una correcta interpretación del carácter independiente del embrión y el feto y no caer en el tópico de que éste forma parte de la sustantividad de la madre, como si de un órgano más de ella se tratara.

El embrión hasta séptima semana y el feto a partir de la octava es un ser que crece y se desarrolla como un ser independiente de la madre hasta el parto, y esto se debe a la adaptación del sistema inmunológico materno para beneficiar el desarrollo del feto tras la implantación en el útero, y también a través del ambiente protector que brinda la placenta.

Esta es una barrera que hará posible completar el desarrollo fetal en las mejores condiciones al favorecer el aporte de oxigeno y nutrientes desde la madre al feto y la eliminación de los desechos de este. La placenta es un componente biológico de procedencia embrionaria imposible de ser sustituido por ningún medio artificial, lo que además demuestra la enorme dependencia del feto para su desarrollo en el seno materno, pero eso no lo convierte en un órgano de la madre.
Nadie ha logrado el desarrollo de un embrión de mamífero placentario fuera del ambiente materno, pero es preciso señalar que esto no significa que el embrión o el feto constituyan un componente orgánico de la madre, sino que es el producto de una adaptación evolutiva de los mamíferos placentarios. ¿Sería concebible considerar un órgano de la madre al feto de un mamífero marsupial, que completa su desarrollo en una bolsa, fuera del ambiente materno, hasta que concluye su desarrollo?

Finalmente es muy importante recalcar que el embrión es un todo integrado en cada momento y que el programa de desarrollo se plasma en una perfecta coordinación e interdependencia de unas partes y otras a los niveles celular y molecular, debido al programa de actividades genéticas intercelulares coordinadas a lo largo del tiempo y del espacio.

En ningún momento se puede considerar al embrión como un mero conglomerado o acumulo de células, término que según el diccionario de la RAE se aplica a la acción y efecto de unir cosas sin orden. Nada más alejado de la realidad ya que, aunque todas las células tienen la misma información, en cada célula y en cada momento del desarrollo sólo se expresan los genes necesarios en esa célula y que contribuyen en el lugar en que están a la marcha del conjunto del edificio biológico en formación.

De este modo, el embrión no es una suma de células sino un todo estructural y funcionalmente integrado. La palabra que mejor define este todo integrado es “organismo”, del que el diccionario de la RAE dice es un “ser viviente”. Lo que se desarrolla de forma coordinada, continua y gradual es un organismo, un ser humano en sus primeras etapas de desarrollo.

El cigoto es el inicio de la vida humana, el embrión y el feto son entes biológicos humanos en sus primeras etapas de desarrollo, y el aborto no es sólo la “interrupción voluntaria del embarazo”, como eufemísticamente se describe, sino un acto simple y cruel de interrupción de una vida humana… Todo lo demás son argucias con apariencia científica para saltarse los datos de la Biología y justificar jurídicamente un atentado a la vida humana.

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.