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Por Manuel Alfonseca, Doctor Ingeniero de Telecomunicación y Licenciado en Informática, Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, Publicado en el Blog Divulgación de la ciencia, el 26 de Marzo de 2015.

En un artículo anterior sobre los himenópteros cazadores mencioné el problema del mal, también llamado a menudo problema del dolor, título del conocido libro de C. S. Lewis. Aquí quiero volver sobre este asunto, que aunque es más bien ético o filosófico, tiene también alguna relación con la ciencia, como se verá al final de este artículo.

Por Manuel Alfonseca, Doctor Ingeniero de Telecomunicación y Licenciado en Informática, Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, Publicado en el Blog Divulgación de la ciencia, el 26 de Marzo de 2015.

En un artículo anterior sobre los himenópteros cazadores mencioné el problema del mal, también llamado a menudo problema del dolor, título del conocido libro de C. S. Lewis. Aquí quiero volver sobre este asunto, que aunque es más bien ético o filosófico, tiene también alguna relación con la ciencia, como se verá al final de este artículo.


Se distinguen dos tipos diferentes de problema del mal:

  1. El mal humano, el que provoca el hombre. El campo de concentración de Auschwitz se ha convertido en el paradigma más mencionado.
  2. El mal natural, el hecho de que los procesos naturales provocan mucho dolor al hombre y a otros seres vivos.

Aunque el problema del mal humano no es realmente más que un problema aparente, ha sido utilizado tradicionalmente por los ateos para demostrar que Dios no existe con un argumento como este:

Si existiese un Dios bueno, no habría permitido Auschwitz (por ejemplo). Como Auschwitz  (fotografía) ha ocurrido, ese Dios no existe.

Este argumento es muy fácil de desmontar. Al crear el mundo, Dios tuvo que elegir entre dos posibilidades: dejar que contenga seres inteligentes libres, o limitarse a poblarlo con simples marionetas sin libertad de elección. En el primer caso, el mal humano es inevitable. En el segundo, no existiría. La contestación al argumento es esta: Si tú estuvieras en lugar de Dios y pudieras crear seres inteligentes, ¿los harías libres o marionetas? Como investigador en el campo de la vida artificial, yo tengo muy claro que haría lo primero. ¿Qué interés puede tener hacer lo segundo?

Una consecuencia adicional del problema del mal humano es el problema de la justicia divina: el mal debería ser castigado de algún modo. Cada religión ha elegido una solución diferente a este problema. Las religiones de la India, por ejemplo, creen que el mal que hacemos en esta vida se castigará en la próxima reencarnación. El judaísmo sostuvo que las culpas de los padres recaen sobre los hijos. El cristianismo ofrece otra: Dios se hizo hombre y murió para asumir las consecuencias del mal que nosotros hemos provocado.

El problema del mal natural es más complicado, porque usualmente no podemos echarle la culpa al hombre. Por eso los ateos lo utilizan frecuentemente como argumento contra la existencia de Dios, con una formulación muy parecida a la anterior:

Si existiese un Dios bueno, no permitiría que exista tanto dolor en la naturaleza. Como lo hay, ese Dios no existe.

En el artículo sobre los himenópteros cazadores mencioné dos respuestas posibles al problema del mal en la naturaleza. Sin embargo, hay una manera más drástica de enfocarlo, aportada por el filósofo estadounidense Alvin Plantinga (fotografía), quien utiliza el problema del dolor para demostrar la existencia de Dios con una argumentación parecida a esta:

En el mundo existen males aborrecibles porque el hecho en sí es horrible, males que reconocen como tales todos los seres humanos, sean ateos o creyentes. Pero si Dios no existe, el concepto de mal aborrecible no tiene sentido. Luego Dios existe.

¿Por qué no tendría sentido el concepto de mal aborrecible si Dios no existe? Recordemos que de la ciencia no puede sacarse ninguna conclusión ética. La ciencia se ocupa exclusivamente de hechos y explicaciones de los hechos. Es decir, trabaja exclusivamente con oraciones en modo indicativo: esto es así; esto se debe a aquello. Ahora bien, la lógica elemental nos dice que de dos premisas en modo indicativo es imposible extraer una conclusión en modo imperativo. Luego la ciencia no puede deducir ni inducir ningún principio ético. La ética está fuera del alcance de la ciencia. Para obtener conclusiones éticas necesitamos premisas en el modo imperativo: haz esto; no hagas aquello. ¿Quién nos las proporciona? ¿La selección natural? ¿Surgen las normas éticas porque son favorables a nuestra supervivencia? Pero entonces no existirían males aborrecibles, males independientes de nuestra especie. Todos esos males que aducen los ateos en su argumento contra la existencia de Dios, no lo serían en realidad. Que un himenóptero cause dolor a una oruga (si es que lo hace) no afecta a nuestra supervivencia, no sería un mal. Luego el argumento ateo es un caso flagrante de antropocentrismo.

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