Por José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa
La grandeza de la persona humana consiste en “ser” lo que “se es”, llevando así a plenitud lo que uno mismo “es”. Una piedra puede devenir una bella escultura. Mil veces mejor es que un “padre” sea un “buen padre”, o que una “madre” sea una “buena madre”, o que una “esposa” sea una “buena esposa”, que no que dispongan de muchas habilidades o que hagan la vuelta al mundo en ochenta días. Una persona puede devenir una persona buena; un niño, un hombre bueno; una niña, una mujer buena; un “ser”, un “ser bueno”. Alcanzando así la perfección, la “perfección del ser”. Perfección que ha de encontrarse en conformidad con la condición sexual realmente “inherente” al propio ser, la cual está verdaderamente “inscrita” en la propia “naturaleza”. En esto está la verdadera felicidad de la persona humana, el “ser feliz”.
Por José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa
La grandeza de la persona humana consiste en “ser” lo que “se es”, llevando así a plenitud lo que uno mismo “es”. Una piedra puede devenir una bella escultura. Mil veces mejor es que un “padre” sea un “buen padre”, o que una “madre” sea una “buena madre”, o que una “esposa” sea una “buena esposa”, que no que dispongan de muchas habilidades o que hagan la vuelta al mundo en ochenta días. Una persona puede devenir una persona buena; un niño, un hombre bueno; una niña, una mujer buena; un “ser”, un “ser bueno”. Alcanzando así la perfección, la “perfección del ser”. Perfección que ha de encontrarse en conformidad con la condición sexual realmente “inherente” al propio ser, la cual está verdaderamente “inscrita” en la propia “naturaleza”. En esto está la verdadera felicidad de la persona humana, el “ser feliz”.
Contrasta con esto la invitación a que los seres humanos “sean” lo que “no son”. Sugiriendo incluso a veces que “sean” lo que “no pueden ser”. Son propuestas que son simples espejismos de felicidad, gato por liebre. Infelicidad que es presentada bajo la apariencia de felicidad. Elegir una vida no reconciliada con la propia naturaleza, no conforme con el propio ser y sus exigencias, no logrará la felicidad, “ser feliz”.
Las formas de la antedicha propuesta son múltiples: fantasías, imaginaciones, utopías, falsas ilusiones, sentimientos equivocados, deformaciones de ideas románticas, presuntos modelos no conformes con el propio ser, erróneos engendros virtuales, etc.
Hay quienes cifran la felicidad en la futura realización de una utopía. Ello ya basta para hacerles testimonios de que en el instante presente no poseen la felicidad. Cada vez que dan un paso, esperan la felicidad de un momento posterior. Nunca alcanzarán la meta utópica, por ser inalcanzable. En consecuencia, su compañera de camino será siempre la “infelicidad”.
No está la felicidad en meter la Luna en un cesto. Tampoco en que el Quijote venza a gigantes que no existen, que sólo son molinos de viento.
En nuestro propio ser descubrimos que queremos ser felices. No queremos ser felices únicamente en un tiempo futuro, sino también en el momento presente. Hemos de poder ser felices “aquí y ahora”, en la “condición presente”, sin tener que esperar a que llegue una hipotética “condición futura”. La felicidad ha de poder estar en lo que ahora mismo, ya, “somos”. ¡Ahora, canto! Dicho de otro modo, el engaño está en creer que hemos de “huir” de nuestro “propio ser” para poder alcanzar la felicidad.
En suma, late en todo ello que la clave más profunda de toda esta cuestión no se encuentra en un “hacer” de un “papel cultural” de una supuesta “condición asignada”, sino en el “ser”, y, por lo tanto, en la “bondad” misma. Y todo se resuelve, pues, sencillamente, en la “bondad del ser” y en el “ser bueno”. Esto es lo que siempre ha enseñado la antropología filosófica clásica perenne, la razón pura. Lo cual, a su vez, coincide con lo que el cristianismo siempre, y muy maternalmente, ha enseñado.