Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética, Presidente de CíViCa (Asociación miembro de la Federación europea One of Us) y vocal del Comité de Bioética de España. Publicado en Actuall el 9 de octubre de 2019.
Cada vez son más los peligros que se ciernen en contra de las primeras horas de la vida humana, las de la etapa embrionaria. Naturalmente me refiero a los embriones procedentes de las técnicas de fecundación in vitro (FIV), que en lo único que se diferencian de los procedentes de una fecundación natural es en la artificialidad del método con que son producidos. Lo cierto es que la frialdad de su obtención en un laboratorio no altera su indudable naturaleza de vidas humanas.
Como seres humanos que son deberían ser sujetos de protección y no objetos de manipulación. Esto, que parece tan elemental está cada vez menos claro en la mente de científicos y creadores de opinión, que, tras olvidar que ellos pasaron por una etapa inicial embrionaria, se arrogan el derecho a decidir sobre el destino de los embriones obtenidos por FIV
Con gran escándalo, nacieron en China las gemelas Lulu y Nana en noviembre de 2018, a partir de unos embriones en los que el investigador He Jiankui había llevado a cabo una operación de edición genética arriesgadísima, consistente en introducir una modificación en el gen CCR5, por la técnica de edición genómica CRISPR-Cas9, para conferir a estas niñas la resistencia al VIH y prevenir la aparición del SIDA del que su padre era seropositivo. Según el investigador una de ellas ha adquirido la resistencia. En realidad, ya con anterioridad se habían modificado embriones con el citado gen por otros investigadores en China, como consta por dos publicaciones de 2015 y 2016. Pero la experiencia se había llevado a cabo en embriones inviables que no llegaron a ser implantados. La novedad es que ahora los embriones manipulados se habían transferido al útero de la madre y el embarazo había llegado a término. Ojala, además, no surjan problemas de salud en su desarrollo ni en sus potenciales hijos, cuando lleguen a la edad adulta. La citada técnica no es segura al 100% y puede determinar alteraciones en otras regiones del genoma.
Sin embargo, por el hecho de que su padre fuese seropositivo para el VIH, las niñas no tenían por qué adquirir el SIDA, salvo exposición, y la operación de la edición genética, con el importante riesgo de una alteración inapreciable en el genoma y transmisible a sus descendientes, no era necesaria. Como bien señalan el filósofo transhumanista Julian Sabulescu y el genetista Peter Singer (en la fotografía), destacados defensores de una “bioética utilitarista”, aun cuando la esperanza de un gran beneficio pudiera compensar un cierto riesgo, la probabilidad de que Lulu y Nana hubieran contraído el VIH es baja, y, por el contrario, los efectos desconocidos de la edición podrían costarles una vida normal (An ethical pathway for gene editing”. Bioethics. 33:221, 2019).
El caso conmovió a una gran parte de la comunidad científica y se alzaron múltiples voces en contra de lo anunciado por Jiankui, sembrando la duda sobre sí se había informado debidamente a la pareja sobre los riesgos y las posibles consecuencias para la salud de sus hijas y los descendientes de sus hijas, antes de recibir el obligado consentimiento informado. Además de una técnica todavía insegura, se saltaba todas las normas éticas del ejercicio investigador y el modo de presentar el hecho era inapropiado, al haber sido difundido por medio de un video, pero no publicado en ninguna revista científica. La reacción de la comunidad científica y bioética fue demoledora. Más de 100 investigadores biomédicos chinos publicaron una declaración de condena del trabajo de Jiankui, señalando entre otras cosas que saltar directamente a experimentos con embriones humanos sólo puede ser descrito como una locura. Un editorial de la revista Nature urgía sobre la importancia de crear un Observatorio Internacional Interdisciplinario e invitar a personas autorizadas cuyas voces e inquietudes son actualmente inaudibles para encauzar este tipo de investigaciones en centros de innovación biológica, y aprovechar así toda la riqueza de la imaginación moral de la humanidad (Nature 555, 435, 2018).
Sin embargo, tras cuarenta años de la aparición de la FIV en el panorama de la reproducción humana asistida y de décadas practicando el Diagnóstico Genético Preimplantatorio (DGP), la pregunta a formular es ¿que esperaban quienes han convertido a los embriones humanos en objetos manipulables?
Si se ha llegado a instrumentalizar la vida humana hasta el punto de poner en riesgo la integridad biológica y personal de unos embriones y de sus descendientes es porque ha habido una relajación ética en torno al significado de esta etapa crucial de la vida humana. Una vez más hay que decir que la vida humana debe ser protegida de principio a fin, y que la vida empieza a partir de la fecundación, cuando se ha constituido la identidad genética del nuevo individuo, tras fusionarse los pronúcleos de los gametos masculino y femenino. El cigoto es la primera realidad corporal de una nueva vida y su tránsito hacia la etapa embrionaria, que durará unas siete semanas. No es cierto que la vida humana empiece con la anidación, argumento que se utiliza falsamente para justificar la instrumentalización de los embriones. Se ha llegado incluso a enmascarar el significado biológico de esta etapa de la vida, llamando hipócritamente “preembriones” a los embriones procedentes de FIV. El preembrión es un embrión, como dice la Ley española de Reproducción Asistida de 2006, y la anidación es un hecho necesario para la continuidad del ciclo biológico de la vida humana, pero esta empezó varias horas o días antes de la implantación en el útero, sea esta artificial o natural.
Dos congresos internacionales celebrados en Washington D.C. en 2015 y 2018 sobre la edición genómica y numerosas instituciones científicas de la categoría de las Academias de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los EE.UU., la Sociedad Internacional de Investigación con Células Madre y otras, han advertido sobre la conveniencia de seguir utilizando la edición genómica con fines médicos, pero no en embriones, sino en tejidos somáticos, y no para fines no médicos o de “mejoramiento”, sino para curar enfermedades.
Pero lo que realmente está en el aire respecto a las investigaciones con embriones, no es tanto la defensa de estas vidas humanas como al temor de que, por la propia inseguridad e imprecisión de las técnicas de edición genómica, se cometa un error que trascienda a las generaciones futuras, con todas las consecuencias para el avance de la aplicación de esta tecnología en lo que verdaderamente importa, corregir alteraciones genéticas y combatir las enfermedades. Las instituciones científicas no descartan que para cuando la técnica sea segura se lleve a cabo su aplicación en embriones con fines médicos.
En el mundo científico, sorprendió y provocó un gran debate la noticia de que en febrero de 2016 un equipo de investigadores del Instituto Francis Crick de Londres, había obtenido permiso de la Human Fertilisation and Embryology Authority, –HFEA–, del Reino Unido para modificar el genoma de embriones humanos con fines de investigación básica (K. Niakan y col. Nature 550: 67, 2017). Poco después, la revista Nature publicaba un artículo, que describía la utilización en embriones de la técnica CRISPR-Cas9 con el fin de ensayar la corrección de una mutación genética específica. En estos experimentos no se utilizaron embriones de clínicas de FIV. En su lugar, Shoukhrat Mitalipov en la Universidad de Oregón en Portland y el español Juan Carlos Izpisua Belmonte, del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California, entre otros, los producían en su laboratorio mediante la fertilización de óvulos donados con espermatozoides de un donante masculino portador de un gen mutado relacionado con una cardiomiopatía hereditaria (H. Ma et al. Nature 548, 413, 2017). Los resultados fueron solo parcialmente satisfactorios por cuanto entre los embriones manipulados aparecieron mosaicos genéticos o simplemente no se modificaron (foto:Inyección intracitoplasmática de espermatozoides in vitro /Foter.com – CC BY-NC-ND)
A pesar de que, en ninguna de estas investigaciones, a diferencia de lo realizado por He Jiankui, no se transfirieron los embriones al útero de una mujer para su gestación, en general nadie ha puesto reparos a su utilización y un comentario de Nature es bien elocuente: “estos estudios proporcionan información importante sobre la biología de los embriones humanos” (Nature, 549: 307, 2017).
Habría que tener en cuenta que en cualquier caso se manipulan embriones humanos y, que, a pesar del optimismo, ni la eficacia, ni la exactitud, ni la seguridad ofrecen garantías para la utilización de este método para la corrección de mutaciones hereditarias en cualquier embrión. Además, en cualquier caso, requerirá una doble manipulación de los embriones. En primer lugar, la utilización de CRISPR–Cas9, y en segundo lugar la realización de un DGP para asegurar el resultado, todo lo cual puede condicionar la viabilidad además de suponer el descarte de muchos embriones. Tampoco es de desestimar la posibilidad de modificaciones epigenéticas en unos embriones que sufren la doble manipulación.
El cerco a los embriones continúa y, a pesar de los riesgos y aunque no se haya dado ningún éxito en la edición génica en esta fase de la vida humana, parece haberse olvidado por completo su auténtica naturaleza, y se fomentan este tipo de estudios.
Hoy, más que nunca y a pesar de las moratorias y las palabras en contra, se considera que un embrión humano es susceptible de manipulación. Lo siguiente, y parece inevitable, es producir los embriones ad hoc para utilizarlos en experimentos, cosa prohibida por el Convenio sobre Derechos Humanos y Biomedicina, o Convenio de Oviedo de 1997. Esto ya se empieza a ver como factible en sectores científicos influyentes, como por ejemplo en Canadá (Healthc Policy 13(3):10, 2018).
Pero lo cierto es que los embriones procedentes de FIV siguen siendo objeto de instrumentalización. Desvinculados de su verdadera naturaleza de vidas humanas y considerados como objetos se practica en ellos todo tipo de manipulaciones: como fuente de células madre; como recurso para eludir patologías en los hijos mediante su selección tras un DGP; para producir un bebé salvador (bebé medicamento); para investigaciones biomédicas de edición génica, etc. Además, se comercializan mediante la maternidad subrogada, abierta a la adquisición de embriones en muchos países para la aplicación no solo en casos de parejas con problemas de infertilidad, sino para satisfacer el deseo de tener un hijo en los casos de parejas del mismo sexo, varones solos, o mujeres solas. Algo que en estos momentos está en discusión en el Parlamento francés donde se debate el Proyecto de Ley de Bioética, ampliamente contestado por muchos sectores de la sociedad.
Y lo peor está por llegar. El objetivo de los transhumanistas es manipular los embriones por la CRISPR-Cas9 para satisfacer los deseos de crear seres humanos “mejorados”, no solo en sus cualidades de salud, sino en las físicas e intelectuales. New Scientist lo adelantaba en un editorial: “la compañía Genomic Prediction afirma haber desarrollado pruebas de detección genética que pueden evaluar rasgos complejos, como el riesgo de algunas enfermedades y baja inteligencia, en embriones de FIV… el mismo enfoque podría utilizarse en el futuro para identificar embriones con genes que los hagan más propensos a tener un alto coeficiente intelectual” (Wilson, C. “Exclusive: A new test can predict IVF embryos’ risk of having a low IQ”. New Scientist. Nov. 2018). Una idea eugenésica y repugnante, pero, si siguen las cosas así, técnicamente posible.