Por José María Montiu de Nuix. Sacerdote, matemático, socio de CiViCa. Recibido el 26 de octubre de 2021.
En los orígenes de la dedicación de santa Teresa de Calcuta a los pobres se halla la escena que sigue. Se encontró a una mujer, echada en un vertedero de desperdicios, cuyo cuerpo estaba medio comido por las ratas, y que se lamentaba así: ¡Y pensar que ha sido precisamente mi hijo el que me ha echado aquí! La profunda pena y aflicción de esta madre, porque fue su hijo quién la echó a las basuras, se convirtió en desencadenante clave de que la santa encontrara su vocación, cuidar de los más pobres, abandonando sus tareas de refinada profesora de un colegio.
Así mismo, el intento de ir contra el derecho a la objeción de conciencia de los miembros de la clase médica es algo que sólo puede ser calificado de auténtico atentado contra toda la clase médica. Se trata de un verdadero atentado contra la totalidad de la clase médica. Es querer pasar por encima de sus conciencias, como una apisonadora pasa por encima de todo lo que encuentra a su paso, arrollándolo todo. Este desprecio de las conciencias médicas, este despectivo descarte de las mismas, recuerda mucho a echarlas al vertedero de las inmundas basuras, a echar ahí de cabeza a la clase médica.
Con ello, evidentemente, se desprecia sobre todo a los médicos que han decidido, coherentes con una profesión que está al servicio de la salud y de la vida, y no de la muerte, hacer objeción de conciencia, no ser autores de un aborto o de una eutanasia. Pero, también se desprecia así a los médicos dispuestos a ceder en el mal, no haciendo objeción de conciencia.
La razón de ello es clara y evidente. Una cosa es que alguien ceda al mal, no haciendo objeción de conciencia. Otra, que se quiera obligar de manera imperativa, e incondicional, caiga quien caiga, sí o sí, a que necesariamente ese médico ceda al mal, pasando totalmente de lo que él piense en el presente y de sus posibles variaciones intelectuales futuras, así como del sufrimiento que pueda ocasionarle que posteriormente llegara a descubrir que ha actuado indebidamente. También esto es un atentado, pues es un desprecio a lo que pueda pensar ahora o después sobre el derecho de objeción de conciencia. Es como si no importase la libertad de la persona humana, sino que a ésta se la confundiera con una máquina, un mero dispositivo material, que ha de seguir necesariamente lo políticamente correcto, haciéndose esclavo de las disposiciones legislativas injustas.
En estos años, de carnavales y máscaras, ir contra la objeción de conciencia de los médicos, a veces, se ha disfrazado de democracia, de derecho, de libertad. Pero, en realidad, más se parece a una democracia ya cadavérica y mal oliente, o al funeral de la democracia, que a una verdadera democracia. Pues, ir contra la libertad de conciencias, y, por consiguiente, contra la libertad y contra la libertad de expresión es algo que más bien es un totalitarismo, un pretender abatir las conciencias y las libertades, como Guillermo Tell abatía las manzanas disparándoles flechas. Pues, a una democracia sin libertad, se le podrá llamar democracia, pero sólo será falsa democracia, democracia aparente, inexistente, irreal, mero disfraz, que da gato por liebre. Toda democracia verdadera, auténtica, existente, sólo puede darse en un clima de libertad, que incluye la libertad de expresión, y que nada tiene que ver con ir contra el derecho a la objeción de conciencia.