Por Ignacio García-Juliá, Director General del Foro Español de la Familia - Publicado en Páginas Digital el 25 de Marzo de 2011
El 26 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Vida. En un mundo en el que se marcan en el calendario laico el Día del Árbol, el Día del Trabajo, el Día de la Tierra y no se sabe cuántos días más, resultaba paradójico que no se celebrara algo que nos une a todos por igual: el respeto a la Vida, a toda la Vida.
Cuando se marca una fecha para recordar suele ser porque lo que se quiera celebrar se considera de alguna manera amenazado, minusvalorado u olvidado. Éste es precisamente el caso que nos ocupa. Hace pocas décadas resultaría cómico el celebrar el Día de la Vida, ya que resultaba un valor universal que nadie ponía en solfa y sobre cuya defensa todos estábamos de acuerdo. Hoy no es así. Desde su concepción a su fin natural, la Vida se ha puesto en cuestión y no cesan de aparecer voces que, aferrándose a extraños y supuestos derechos, no buscan más que un egoísmo social que intenta eliminar lo que nos suponga una carga, no resulte grato o simplemente nos estorbe.
Ante un ataque de tal envergadura contra la razón misma de nuestra existencia sobre la Tierra, muchas conciencias se ven violentadas y se consideran incapaces de defender lo que ha sido siempre considerado de sentido común y propio de la generosidad que debe existir entre las generaciones. Y este aislamiento psicológico de las personas de buena voluntad es el que ha propiciado que la cultura de la muerte avance y parezca imparable. Ha existido una especie de fatalismo social ante algo que se consideraba "signo de los tiempos" y cuyo final a todos estremecía pero nadie se sentía capaz de presentar una respuesta coordinada.
Por Ignacio García-Juliá, Director General del Foro Español de la Familia – Publicado en Páginas Digital el 25 de Marzo de 2011
El 26 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Vida. En un mundo en el que se marcan en el calendario laico el Día del Árbol, el Día del Trabajo, el Día de la Tierra y no se sabe cuántos días más, resultaba paradójico que no se celebrara algo que nos une a todos por igual: el respeto a la Vida, a toda la Vida.
Cuando se marca una fecha para recordar suele ser porque lo que se quiera celebrar se considera de alguna manera amenazado, minusvalorado u olvidado. Éste es precisamente el caso que nos ocupa. Hace pocas décadas resultaría cómico el celebrar el Día de la Vida, ya que resultaba un valor universal que nadie ponía en solfa y sobre cuya defensa todos estábamos de acuerdo. Hoy no es así. Desde su concepción a su fin natural, la Vida se ha puesto en cuestión y no cesan de aparecer voces que, aferrándose a extraños y supuestos derechos, no buscan más que un egoísmo social que intenta eliminar lo que nos suponga una carga, no resulte grato o simplemente nos estorbe.
Ante un ataque de tal envergadura contra la razón misma de nuestra existencia sobre la Tierra, muchas conciencias se ven violentadas y se consideran incapaces de defender lo que ha sido siempre considerado de sentido común y propio de la generosidad que debe existir entre las generaciones. Y este aislamiento psicológico de las personas de buena voluntad es el que ha propiciado que la cultura de la muerte avance y parezca imparable. Ha existido una especie de fatalismo social ante algo que se consideraba "signo de los tiempos" y cuyo final a todos estremecía pero nadie se sentía capaz de presentar una respuesta coordinada.
Pero este estado de cosas está cambiando. Y además está cambiando a un ritmo que pocos de nosotros éramos capaces siquiera de sospechar. Algunos pueden pensar que es una percepción optimista, y por ello presentamos una serie de indicadores que configuran lo que podíamos llamar una "puerta a la esperanza":
El primer indicador es que la vida está siendo defendida por gente cada vez más joven. Las últimas manifestaciones a favor de la vida, en todo el mundo, están mayoritariamente conformadas por jóvenes.
Otro indicador es la masiva adhesión de asociaciones de la sociedad civil a cualquier iniciativa que se organiza en defensa de la vida. Hace unos años eran varias decenas, pocas; hoy son muchos cientos de asociaciones surgidas de todos los ámbitos sociales. Podemos afirmar con rotundidad que el asociacionismo por la vida goza de una salud que hubiera sido difícil de predecir hace pocas décadas.
Y el tercer indicador tiene mucho que ver con los que se alinean en el lado de la cultura de la muerte: se encuentran sin recursos intelectuales, pierden los debates, soslayan las discusiones. Viven de eslóganes y frases hechas sin ser capaces de hilar un discurso coherente que no les arroje a un callejón sin salida.
Por eso hoy animamos a todas las personas de buena voluntad a que acudan a los más de 72 manifestaciones y concentraciones que se van a realizar en toda España para conmemorar el 26 de marzo. Así se hará este año y si Dios quiere, en años venideros, hasta que consigamos que la cultura de la muerte retroceda y la sociedad pueda dotarse de leyes que protejan verdaderamente al no nacido y a los más débiles. Es el momento de participar en este proyecto ilusionante de reconquista. No podemos quedarnos al margen y esperar que sean otros los que luchen por nosotros. Se lo debemos a nuestros niños, se lo debemos a nuestros mayores. Nos lo debemos a nosotros mismos.