Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética, Presidente de CíViCa. Vocal del Comité de Bioética de España. Publicado en Actuall el 13 de junio de 2018.
Hace más de veinte años que el microbiólogo ilicitano Francis Mojica descubrió que unos microorganismos que habitan en las salinas de Santa Pola, poseen en su genoma unas secuencias cortas de ADN, palindrómicas, repetidas regularmente e interespaciadas, a las que dio el nombre de CRISPR – Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats–, que representan un sistema inmune de las bacterias frente a sus invasores naturales, los virus bacterianos o el ADN libre en el medio. Gracias a ese sistema, el ADN asaltante una vez introducido en la bacteria es reconocido y destruido.
Una vez más, la naturaleza nos ha abierto el camino para a su imitación, aprender a reconocer determinadas secuencias de ADN, y eliminarlas o modificarlas a voluntad. Los investigadores han aprendido a utilizar el modelo CRISPR como una herramienta para secuestrar y editar cualquier secuencia de ADN de bases nucleotídicas conocidas. El término editar viene a querer decir corregir, y se refiere a la capacidad de reparar los errores que hubiese en las secuencias del ADN. Desde hace varios años, la edición genómica o génica, se utiliza para modificar genéticamente bacterias, hongos, plantas o animales, con expectativas espectaculares de aprovechamiento en la industria farmacéutica, la mejora genética de plantas cultivadas y de animales domésticos y, con todas las reservas bioéticas, para la investigación conducente a la terapia de enfermedades humanas debidas a alteraciones de los genes.
Aunque siempre es necesario avanzar en la investigación aplicada con el fin de corregir los genes causantes de las enfermedades, hay mucho camino a recorrer antes de lanzarse a las potenciales aplicaciones de esta tecnología, especialmente si se aplican a embriones humanos. De poderse modificar las células embrionarias, es decir células que están indiferenciadas, entre ellas las células madre del tejido germinal que dará lugar a los gametos cuando el individuo llegue al estado adulto, podría llegar a alterarse el genoma de forma heredable. Las modificaciones introducidas, las deseadas y las imprevisibles por errores en la manipulación, se transmitirían a las futuras generaciones.
Los riesgos que esto conlleva son enormes y han dado lugar a una tormenta de advertencias en la comunidad científica, encabezada por los más importantes biólogos moleculares del momento.
Hace unos meses tuvimos conocimiento del nacimiento en China de dos niñas gemelas en cuyos embriones obtenidos por fecundación in vitro, el investigador He Jiankui, había practicado una edición genómica con la técnica CRISPR-Cas9. El objetivo era el de dotar a las niñas la inmunidad al virus del VIH, que padecía su padre, mediante la edición del gen CCR5. A pesar de las incertidumbres que aún rodean al caso, no suficientemente esclarecido por las autoridades chinas, el asunto trascendió a la comunidad científica internacional y causó una cierta alarma social, por los riesgos que este tipo de operaciones en embriones conlleva para futuras generaciones.
La utilización de la tecnología CRISPR-Cas9 como herramienta para la terapia génica en el hombre es muy prometedora si se canaliza su utilización en tejidos somáticos adultos, en los que el uso puede llegar a ser rápido, eficaz y económico, sin que un hipotético fallo tuviese más trascendencia que las consecuencias que de ello se derivasen para la salud del propio paciente.
Sin embrago en embriones es otra cosa. A pesar de la gran precisión que se le supone a la técnica, estamos hablando de células germinales, y un fallo en la inserción del gen corregido o un efecto colateral que provocase una mutación en el genoma de las células de los embriones, seres humanos en las primeras fases de su desarrollo, podría tener consecuencias impredecibles en el fenotipo del propio individuo que se desarrollase a partir de ellos o incluso, aunque no se observasen en el mismo, en sus descendientes de posteriores generaciones.
Así, una reciente investigación del genetista de poblaciones Rasmus Nielsen de la Universidad de California, en Berkeley, denuncia que el gen CCR5, modificado con la técnica por He Jiankui, pone en riesgo de muerte prematura a las niñas, por un promedio de 1,9 años. Este investigador ha trabajado precisamente en los efectos de ese gen utilizando registros de ADN de 400.000 voluntarios en la base de datos del Biobanco del Reino Unido, según se publica en Berkeley News el pasado 3 de junio.
Por lo tanto, por muy estupendos que a algunos puedan parecer los fines aplicados, este hallazgo debe hacer reflexionar sobre lo que se va a hacer y que puede pasar tras hacerlo, antes de precipitarse a utilizar la nueva tecnología en embriones. Se trata de una advertencia a cualquiera que pretenda mejorar a los seres humanos. Es una advertencia especial para los transhumanistas, para quienes la edición de genes en embriones abre el camino hacia la aplicación de estas técnicas de ingeniería genética con fines de mejoramiento de la especie humana.
Aunque en 2003, se culminó el Proyecto Genoma Humano, y con ello sabemos las secuencias de todos los rincones de nuestro genoma, con sus 3.175 millones de pares de bases nucleotídicas y sus 21.000 genes, falta aún mucho por conocer respecto a los aspectos funcionales de los genes, la regulación de su expresión sus interacciones y por tanto las consecuencias de lo que la modificación de un gen pueda acarrear a la funcionalidad de otros, y a la expresión fenotípica en el individuo en que se practica.
Es importante saber que, muchos genes tienen más de una función, y si los modificamos por sus efectos en un tipo de carácter podemos estar, sin sábelo, alterando otros. Los efectos colaterales de una tecnología no lo suficientemente segura, son evidentes. ¿Quién detendrá a quienes no pretendan corregir una patología o curar una enfermedad, sino cambiar algún rasgo físico o de otra naturaleza dependiente de los genes? Este es un debate que nos debe hacer reflexionar antes de dejarnos obnubilar por los aparentes avances tecnológicos. Para eso están los comités de Bioética, que como el caso del Comité de Bioética de España, emiten informes sobre estas y muchas cuestiones que atañen a la seguridad y a la ética delas investigaciones en Biomedicina.
El filósofo alemán Hans Jonas (1903-1993), insistió reiteradamente en los límites de la investigación aplicada y denunció el hecho de que la ciencia actual se caracteriza por una capacidad creciente de abordar cualquier tema, pero también por una confusión sobre los fines de las investigaciones. En su obra El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, decía Jonas que el ser humano, ha aumentado su poder dominador de la naturaleza, pero no se ha preocupado por crecer con la misma intensidad en el conocimiento de las consecuencias de ese poder.