Deben vivir los niños y jugar, allá donde se encuentren.
30/01/2018
Proyecto Humanae vitae de la Fundación Jerome Lejeune
30/01/2018

Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo. Miembro de CíViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz, el 20 de Enero de 2018.

 «El alma es la misma en todas las criaturas vivientes, aunque el cuerpo de cada una sea diferente» decía el sabio Hipócrates, cinco siglos antes de nuestra era.

No ha sido desmentido científicamente, por nadie. Se ha evolucionado muy lentamente en la toma de consciencia y se ha tardado en aceptar y profundizar esa verdad. Pero algunos como Leonardo da Vinci, en el siglo XV han imaginado que «llegará un momento en que el ser humano verá el asesinato de un animal como ve ahora el asesinato de una persona».

Debe entenderse que los animales tienen un alma en un cuerpo y son capaces de alegría y también susceptibles de sufrimiento y rechazo al dolor. Más claro: la capacidad de sentir dolor y placer de un animal es similar a la del ser humano.

Interesadamente, los humanos, incluso los científicos, han ignorado esa verdad. Los animales, se han venido utilizando como alimento, vestido y recreo, sin importar ni sus sentimientos, ni su dolor al ser sacrificados o abandonados. Y, aunque la mayoría de las personas adultas, ha presenciado la realidad en «las matanzas» de los pueblos o en «el matadero» y escuchado «el grito» (mugido, bramido, berrido, aullido, balido, quejido etc.), han hecho «oídos sordos» a su sufrimiento, al darles muerte. Con la descarga eléctrica en los mataderos, de su muerte  se ha suprimido  la larga agonía.

En otro campo, se ha venido aceptando que «el camino de la ciencia pasa por la experimentación con animales». Los animales no son objetos de usar y tirar, pero en mayor o menor medida, son utilizados y desechados en todos los países. Para hacernos una idea, solo para experimentar en universidades y laboratorios, son sacarificados cada año más de 400 millones de animales.

Aunque «globalmente» considerados los «animales» tengan el noble destino de alimentar a los humanos, tanto en el transporte, como al ser sacrificados y despiezados, han sido salvajemente maltratados por los «humanos». De hecho se controla y se atiende más a la higiene, que al animal, sus derechos y su dolor.

Seamos sinceros, se busca el menor coste del manjar que llega al plato, más que mitigar el dolor o detener el río de sangre que se derrama cada día y cada año. Mejorar en granjas, transporte y sacrificio, supondría un conste que incrementaría «el producto en la mesa».

Si bien es cierto que la sensibilidad humana ha evolucionado mucho en los últimos 50 años. Las asociaciones de amigos de los animales o las protectoras y grupos defensores de ellos, han contribuido a ello. Sin embargo ante un buen plato de comida «casi nadie» piensa en su sufrimiento o el río de sangre y dolor de estos seres.

Según el doble «Aviso de los científicos a la Humanidad», el ser humano está poniendo en peligro el Planeta y con ello está comprometiendo su propio futuro como especie y por supuesto a los seres vivos: flora y fauna.

He escrito en varias ocasiones sobre los animales y hoy vuelvo sobre el tema, ante el asombro por las últimas medidas tomadas para cocer a bogavantes y cigalas.

La humanidad mata cada año, para consumir su carne, 36.000 millones de animales (bovino, ovino, caprino, porcino, equino, aves y conejos). Si a esas muertes se añade, el consumo de pescado y marisco, la cifra anual de muertes, para que vivan los humanos alcanza proporciones inimaginables y difícilmente soportables. Repito, se trata de seres animados en cuerpos distintos según su especie  y, cuya muerte es violenta y provocada, por los «humanos» para alimento.

Protección, respeto, maltrato y muerte, ¿son compatibles?

La sensibilidad y la evolución humanas se pueden demostrar en cómo se comportan con el planeta, con los demás humanos y con los animalesGandhi, dijo que «la grandeza y el progreso ético de una nación se mide por cómo trata esta a los animales».

Cuando falta la ética, se impone la ley. Últimamente, el maltrato animal está siendo castigado porque se ha presionado a los políticos para que legislen y defiendan a estos seres vivos que forman parte de nuestra vida y en muchos casos, de nuestra propia familia. Aunque ya en 1977 hubo una Declaración de los derechos del animal, que la UNESCO aprobó y fue ratificada por la ONU, lo cierto es que las condiciones de vida de un animal y su final, salvo en los casos de «mascotas», es terrible.

Me permito un inciso: en muchos aspectos y en muchos países están más protegidos los animales que los humanos, antes y después de nacer. «Hoy sabemos que los bebés por nacer no solo mueren sino que sufren un dolor insoportable durante el aborto por desmembramiento una crueldad que rompe los brazos y las piernas de un niño indefenso«.   

Aunque respeto todas las opiniones, también deben ser respetadas las de los demás. Y hay quien se permite en internet decir que  «la mujer que tira a su bebé a la basura  solo ejerce su derecho al aborto tardío». Y claro, «cuando un bebé, que nació vivo, aparece en la basura de una planta de reciclaje, con traumatismo craneal. La muerte de la niña, que según el resultado de la autopsia nació viva y sana, dado que sus órganos no presentan ningún tipo de anomalía», la feminista ¿seguirá afirmando que es su derecho?¿No es una inducción al crimen? Con razón dicen que la justicia…es lenta. ¿Por qué los amigos de los animales no protestan? Estos «animalitos racionales» ¿nacen  y mueren sin derechos? Es fácil apoyar el aborto, prenatal o tardío, cuando no eres tú a quien matan o arrojan a la basura [enlace].

Nos hemos acomodado a una verdad de conveniencia: «los animales forman, parte de la cadena alimentaria de nuestra vida». ¿Podría haber otras? ¡Por supuesto! Los «veganos» no necesitan «que los animales mueran» para que ellos puedan vivir. ¿Es posible una alimentación equilibrada con productos que suponga menos muerte de seres vivos? Por supuesto. De hecho, algunos,  desde la consciencia y la compasión  deciden cambiar sus hábitos alimenticios o reducir el consumo de carne.

Desde luego, el problema del sufrimiento de los animales no se limita a las langostas o bogavantes, pero… acaba de saltar a los telediarios. Alguien, ha escrito: «pasé un mal rato estas navidades viendo como se contorsiona el animal incluso partido en dos. Prefiero pensar que debido a su desarrollo cerebral, aunque sienta dolor y tenga instinto de supervivencia, no podrá ser consciente de su muerte»[enlace].

El sufrimiento de la langosta puede servir para empezar a reflexionar sobre el consumo de animales en las condiciones de su vida actuales. Todos los animales que se compran en los supermercados han tenido, con toda probabilidad, muertes crueles y dolorosas. El caso de los pulpos y crustáceos puede ser complejo, pero los cerdos, pavos, pollos, corderos, cabritos y vacas sufren de manera intolerable. Posiblemente forma parte de una cadena de maltrato que, conscientemente, nadie aceptaría para «animales de compañía». Se exige a las familias cómo deben viajar las mascotas, pero ¿cómo se transportan al matadero esos animales?

No solo partirlas vivas, también en Suiza, han prohibido la tradicional práctica culinaria de echar las langostas vivas al agua hirviendo para cocinarlas. El Gobierno ha establecido que antes deberán ser aturdidas o anestesiadas. Y, los crustáceos vivos, -en general-, no podrán ser transportados sobre hielo.

El respeto a la vida, en todas sus formas y manifestaciones, no es algo opinable. Es una exigencia ética de un corazón y alma nobles. No puede ser objeto de debate, ni estar sujeto a la opinión de cada cual. O respetamos  y cuidamos la vida, toda vida, o acabamos por destruirla y destruir el planeta. No tenemos que hacernos vegetarianos de la noche a la mañana pero los expertos dicen que reducir el consumo de carne es lo mejor que podemos hacer para evitar una catástrofe planetaria.

Los animales, que tienen alma y sienten esperan de nosotros los humanos, que vayamos más allá del respeto para verlos con un poco de amor. Si pudieran manifestar lo que sienten, para que lo entendiéramos de una vez por todas, los animales indefensos mirando a nuestros ojos les escucharíamos: «Dice de ti: es un ser humano. Dicen de mí: es un animal. No se han dado cuenta que nuestra diferencia es algo muy simple… Tú piensas que me quieres y, yo, te quiero sin pensar».

De todos modos, quienes convivimos con alguna mascota, sabemos que son un regalo y, a su modo, sin palabras nos dicen lo esencial, lo entienden todo y lo dan todo, siempre. Solo quieren vivir, alimentarse, que se les quiera y no se les maltrate y una muerte digna. Como cualquier humano [youtube].

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa