Por Miguel Ángel Quintanilla Navarro, Publicado en Páginas Digital el 18 de Febrero de 2014
En las últimas semanas, al hilo de algunas encuestas que indican una pérdida de peso electoral del Partido Popular, han sido abundantes los medios y los comentaristas que han establecido un vínculo directo entre la iniciativa legislativa destinada a modificar la regulación del aborto y la caída de la intención de voto de los populares. En síntesis, el argumento es que el “giro a la derecha” –manifestado, según se afirma, en la mencionada iniciativa legislativa– hunde electoralmente al Partido Popular porque hace que pierda a su electorado centrista.
Por Miguel Ángel Quintanilla Navarro, Publicado en Páginas Digital el 18 de Febrero de 2014
En las últimas semanas, al hilo de algunas encuestas que indican una pérdida de peso electoral del Partido Popular, han sido abundantes los medios y los comentaristas que han establecido un vínculo directo entre la iniciativa legislativa destinada a modificar la regulación del aborto y la caída de la intención de voto de los populares. En síntesis, el argumento es que el “giro a la derecha” –manifestado, según se afirma, en la mencionada iniciativa legislativa– hunde electoralmente al Partido Popular porque hace que pierda a su electorado centrista.
Quizás este tipo de razonamientos y el peso social –real o supuesto– de los medios en los que se han manifestado, ayuden a contextualizar el ostentoso desmarque que algunos dirigentes del Partido Popular han efectuado con respecto a la reforma propuesta por su propio partido, desmarque que en ocasiones se ha escenificado de manera radical y abrupta, como en alguno de los mensajes institucionales que se leyeron con motivo del pasado fin de año. Se ha producido incluso una imputación de responsabilidad personal al ministro Ruiz Gallardón “por haber metido en un lío al Gobierno y al partido ahora que la economía empezaba a ir bien” y que el PP comenzaba a fortalecerse electoralmente.
Ésta es, probablemente, una sobrerreacción poco meditada, no ya en el terreno de los principios, del programa o de la ideología –terreno en el que evidentemente lo es, pero en el que el debate no se ha situado–, sino en el terreno del puro interés electoral, que es en el que al parecer se pretende fijar la cuestión. (Razón, por cierto, por la que este artículo se dedica a exponer algunas ideas sobre elecciones y votos y no a fijar una posición de principio).
Existe en ciertos sectores del centro-derecha español una tradicional querencia a pensar que es real una oposición insalvable entre lo que cree y lo que le conviene, y que por tanto cualquier empeño destinado a ampliar su territorio electoral ha de apoyarse en el desleimiento ideológico o valorativo, lo que finalmente no se concibe como “ampliación” de la base sino como “desplazamiento” de la base hacia donde se supone que hay más electores. Como apoyo de esta idea suele hacerse mención a la conocida como “escala ideológica”, sobre la que el CIS y otras empresas preguntan cada cierto tiempo, a la que en seguida me referiré.
Lograr que políticos importantes del Partido Popular tomen decisiones esenciales basándose en esa idea –idea que es de una simplicidad suficiente como para que se vulgarice la convicción de que es una idea sofisticada–, es uno de los más acabados éxitos de la izquierda española en el terreno de la cultura política y una de las mayores fuentes de problemas estratégicos para sus oponentes.
Pero existen razones serias para dudar de que ésa sea una idea fundada, y desde luego existen razones muy serias para discutir que el desfondamiento electoral del Partido Popular tenga su causa en la iniciativa de reforma de la ley del aborto. Más bien, en ocasiones pareciera que se haya encontrado en la tramitación de esa ley y en lo que la izquierda dice sobre ella una excusa para eludir el hecho de que ese desfondamiento viene de lejos.
De entrada, hay dos razones simples, cuya mención ni siquiera requiere de base documental alguna, que deberían bastar para ponerse alerta ante quienes pretenden hacer elegir al Partido Popular entre la convicción y el interés. En primer lugar, no parece que hasta ahora se haya expuesto razonamiento alguno que permita explicar por qué reformar una ley cuya aprobación no impidió el hundimiento electoral centrista del PSOE tendría que producir el hundimiento electoral centrista del Partido Popular. Es decir, con su ley del aborto el PSOE se hundió: ¿por qué habría de hundirse el PP por reformar lo que no mantuvo a flote al PSOE? ¿Por qué ahora ha de ser un tema electoral capital para el votante centrista lo que no lo fue hace apenas dos años ni lo ha sido nunca antes de esa fecha?
En segundo lugar, si la iniciativa a cuya cabeza se ha situado el ministro Ruiz Gallardón pretendía evitar la fuga del “votante de derechas” acreditando el compromiso del PP en la reforma de la ley de Zapatero, lo cierto es que la operación ha salido aproximadamente al revés, y que amenaza por momentos con acreditar a una parte no menor del partido no ya como despreocupada o poco atenta a reformar el marco legal socialista sobre el aborto sino como abiertamente hostil a su reforma y como decidido partidario de su permanencia. Es decir, después de este episodio, probablemente los votantes populares que pensaban que el PP tenía una posición clara sobre el aborto que sin embargo no acababa de plasmar en una iniciativa legislativa y que seguían a la espera de que lo hiciera, habrán constatado que no existe posición alguna que pueda considerarse “del PP” y que todo queda pendiente de los equilibrios de poder orgánico y territorial y de los cálculos electorales que haga cada cual. Esto, que no ayuda a conservar al votante “de siempre”, es sin embargo perfectamente coherente con quienes dicen que ese tipo de laxitud es ideal para atraerse al votante de centro. Entonces, ¿por qué el hundimiento, constatado bastante antes de que el PP, hace unos días, acreditara en el Congreso –y transitoriamente–, unanimidad y orden?
Hay, pues, razones para pensar que quien dice que reformar la ley del aborto es un giro derechista y que por eso el PP se hunde, lo que hace es lanzar un señuelo. Un señuelo que sustituye a la teoría de la derecha “crispadora”, o “inmovilista”, o “centralista”, o tantas otras cosas. Señuelos con los que un cierto activismo político que genéricamente podemos denominar “progresista” trata de confundir a otro activismo que, también genéricamente, podemos denominar liberal-conservador, y que ralentizan, desorientan o incluso fracturan –ahora sí, realmente– la base electoral del Partido Popular. Son razones de fondo y tienen su expresión en algunos datos demoscópicos a los que conviene referirse.
¿Hay una escala ideológica?
Lo primero que es necesario tener presente es que la denominada “escala ideológica” no es una escala, porque mide cosas diferentes en cada uno de sus extremos. Un termómetro es útil porque permite saber cuál es la temperatura dentro de “una” escala. Esto significa que la escala comienza midiendo grados centígrados (Celsius) y acaba midiendo lo mismo, lo que permite saber que 40 es el doble de 20 y obrar en consecuencia: 20 y 40 son parte de una sucesión ordenada de valores que miden una misma cualidad. De igual modo, la escala Richter empleada para medir la intensidad de un terremoto es útil porque mide “una magnitud” y el número que se alcanza a lo largo de la escala siempre expresa lo mismo: intensidad de un terremoto.
Sin embargo, no resulta evidente el sentido que pueda tener decir que como media se ha logrado medir un 5 en la escala Richter/Celsius. Si los números del 1 al 5 se encuentran referidos a la escala Richter y del 6 al 10 a la escala Celsius, en realidad tenemos dos fragmentos de dos escalas diferentes que miden cosas distintas y cuya relación no se conoce. Por supuesto, no tiene sentido que se haga la media entre un 4 (Richter) y un 6 (Celsius) para obtener un 5 Richter/Celsius, porque la media de ese 4 y de ese 6 no significa nada conocido.
Lo mismo ocurre en realidad con la escala izquierda/derecha, que mide dos cosas diferentes a la vez, aunque en ocasiones quienes operan con ella puedan dar por supuesto que existe una continuidad evidente entre el 1 y el 10. Pero el 10 no significa diez veces más de lo mismo que expresa el 1 o el doble de lo que significa el 5, y por lo tanto ¿en qué sentido se habla de la existencia de una escala izquierda/derecha?, ¿cuál es “la” magnitud, “la” cualidad que mide esa escala desde el 1 hasta el 10? La derecha no es un grado extremo de la izquierda, ni la izquierda es un grado mínimo de la derecha, no es como frío/calor, que puede referirse a la menor o mayor cantidad de la misma cualidad (temperatura). Por tanto, cualquier operación matemática que actúe indiferenciadamente con los distintos valores de la pseudoescala izquierda/derecha padece una limitación fundamental que no se puede obviar.
En el mejor de los casos (aquel en el que se pudiera establecer una gradación dentro de la izquierda y otra diferente dentro de la derecha), esa pseudoescala en realidad estaría compuesta por dos escalas distintas que habrían sido anexadas, y su forma podría ser ésta:
Pero aun así, habría que justificar que los distintos grados propuestos dentro de cada una de esas dos categorías pertenecen a una misma magnitud y no a magnitudes diferentes; por ejemplo, no es gratuito pensar que entre quien acepta y quien no acepta la democracia existe una diferencia mucho más importante que entre quienes discrepan sobre el nivel de gasto público deseable dentro de la democracia, de manera que no está nada claro que se pueda trazar una línea continua relevante entre el 1 y el 5 dentro de la izquierda o de la derecha, porque esa línea probablemente conectaría a quienes defienden la democracia con quienes no la defienden pero los desconectaría de otros que sí la defienden. Y no sería difícil establecer una conexión pertinente entre un partido nacionalista confesional y partidario de la propiedad privada cuyo lema es “Dios y ley vieja” y otro igualmente nacionalista pero revolucionario, filomarxista y militantemente anticlerical.
Esto se adivina como una tarea extraordinariamente compleja que debería hacerse explícita y transparente, y que desde luego es territorio de la teoría política y de la historia pero no de las matemáticas.
Si aceptamos la posibilidad de que se trate de dos escalas unidas del modo que acabamos de dibujar, el centro de ese dibujo expresaría en realidad la ausencia o la escasa presencia de las cualidades que las escalas anexadas pretenden medir. Pero como la pseudoescala izquierda/derecha denomina a ese punto central con la etiqueta “5-6” consigue transmitir la impresión de que se ha logrado acreditar una presencia intermedia de aquello que se mide. Sin embargo, ese intervalo 5-6 es en realidad el intervalo “1i-1d”, es decir, el que se extiende desde el 1 en la escala que mide la presencia de izquierdismo hasta el 1 en la escala que mide la presencia de derechismo, lo que indica una presencia muy baja de ambas cosas.
Por tanto, cuando constatamos que la mayoría de los encuestados se sitúa en posiciones de centro en la pseudoescala izquierda-derecha, lo que hacemos es constatar que lo que miden las dos escalas que componen la pseudoescala (derechismo e izquierdismo) no es muy relevante para la mayoría. Es decir, esa herramienta no permite establecer que los entrevistados “son” de centro, o, menos aún, que carecen de convicciones y actitudes políticas sólidas y enérgicas, puesto que no es eso lo que se mide. Sólo permite decir que apenas se adscriben a las dos etiquetas que se les proponen: apenas son de derechas o de izquierdas, sea lo que fuere lo que esos términos signifiquen (cosa que las encuestas no aclaran, de manera que como lo único que se dice es que “normalmente” esos términos se usan para hablar de política, cada entrevistado puede estar evocando un mundo de ideas propio cuando responde a la pregunta).
Además, conviene recordar que existe la opción de no situarse en ningún punto de la escala, opción que eligió casi el 20% de los entrevistados en el último barómetro del CIS. En él, quienes se situaban en el intervalo 5-6 más quienes no se situaban en ningún punto de la escala sumaban alrededor del 50 % de los entrevistados.
Variables de tan escasa presencia general y de tan vaporosa definición como las que mide la pseudoescala izquierda/derecha pueden ser de alguna utilidad, pero no debieran tomarse como base de la interpretación de la conducta política, y menos aún como la referencia única sobre la que definir estrategias políticas y electorales de gran calado con vistas a la conquista de un supuesto espacio electoral nuevo, que en realidad significa lo que acabamos de decir. El centro de la pseudoescala ideológica no manifiesta, pues, un grado intermedio de derechismo o de izquierdismo, sino que expresa un valor muy bajo en alguna de las dos escalas de que está compuesta, y eso significa que los entrevistados que se sitúan en esos valores son exactamente lo opuesto a lo que con frecuencia se dice de ellos: no son los que se muestran “alérgicos” a la derecha o a la izquierda sino los que están “inmunizados” frente a ellas, los que menos importancia conceden a esas etiquetas, que reconocen como clichés o como caricaturas propios de los profesionales de la política, pero nada más. Esos términos sobre los que se les pide opinión carecen de lo necesario para dar cuenta de su posición en materia de política, opinión que no está hecha principalmente de esas ideologías.
Por consiguiente, los votos que puede estar buscando el PP no están más a la izquierda de donde él mismo se encuentra en la pseudoescala izquierda/derecha, sino más bien en un territorio del discurso político ajeno a lo que esa falsa escala significa. Los esfuerzos por aproximarse al lugar en el que se sitúa la media ideológica del electorado podrían constituir un trabajo inútil, porque aun en el caso de que lo consiguiera sólo habría logrado alcanzar la misma posición que la media del electorado en algo a lo que éste no concede demasiada importancia en su propia vida, como lo es la posición respecto de los términos izquierda y derecha (y además ese punto medio está confeccionado mediante un procedimiento problemático, como acabamos de ver).
El reverso de esta afirmación es que el hecho de que la falsa escala ideológica le sitúe a uno alejado de lo que se supone que es la media del electorado no constituye por sí solo un problema electoral serio, ni puede serle imputada a ese hecho la causa de un mal resultado, porque los votantes situados alrededor del 5 o del 6 son precisamente los que menos relevancia conceden a la etiqueta “ser de derechas” o “ser de izquierdas”: ni lo aprecian ni lo desprecian a uno por el hecho de que porte alguna de esas dos etiquetas. El mayor peligro es que en el esfuerzo por alcanzar el centro se incurra en errores de fondo, e incluso que finalmente uno se encuentre perfectamente centrado y sin embargo derrotado. Cuando el CDS desaparece en 1993 lo hace en la posición más cercana a la media del electorado de toda su historia, y lo mismo puede decirse de la UCD.
¿Dónde se ganan las elecciones?
Si la interpretación que acabamos de hacer de la escala ideológica izquierda/derecha no está muy desencaminada, deberíamos poder mostrar que los resultados electorales que se han producido en España no guardan con ella la estrecha relación que con frecuencia se supone que guardan; es decir, deberíamos poder mostrar que el hecho de que un partido se sitúe más o menos cerca de la media ideológica del electorado no permite explicar los resultados que obtiene en las elecciones, y que el electorado habitualmente denominado “de centro” no tiene problema en votar a un partido al que él mismo puede caracterizar como de derechas o de izquierdas sin preocuparse demasiado por ello. Y eso es lo que se puede observar en los gráficos siguientes[1], sin necesidad de venirnos más cerca:
Los gráficos anteriores muestran lo siguiente:
• En 1979 el PSOE estaba más cerca de la media del electorado que la UCD, pero fue ésta la que ganó.
• Entre 1979 y 1982 la posición media del electorado se desplazó hacia la derecha (desde el 4,72 hasta el 4,81), mientras que la UCD se desplazó hacia el centro. Según la interpretación ordinaria de la escala, la UCD debería haber mejorado sus resultados electorales en 1982, pero es evidente que no lo hizo. Sin embargo, el PSOE se movió hacia la izquierda de la escala, desde el 3,9 hasta el 3,56, en el sentido contrario al seguido por el conjunto del electorado, pero ganó por mayoría absoluta.
• En 1996, el PP estaba situado casi en el 8 de la escala, muy lejos del 4,71, que era la media. El PSOE estaba en el 4,52, pero el PP ganó las elecciones.
• En el año 2000, el PP se encontraba ubicado en el 7,43 de la escala, mientras que el electorado se situaba en el 4,9. Puesto que el PSOE se situaba en el 4,28, lo razonable hubiera sido que ganara. El PP estaba a 2,5 puntos del centro; el PSOE, sólo a unas décimas. Pero ganó el PP por mayoría absoluta.
Datos posteriores vendrían a reafirmar este hecho general. Por tanto, parece que el empleo de la falsa escala ideológica izquierda/derecha debe ser prudentemente sometido a algunas restricciones. El centro es el lugar “desde donde” se emite el voto hacia la izquierda o hacia la derecha, no el lugar “a donde” se emite el voto.
Miguel Ángel Quintanilla Navarro es Director de Publicaciones de la Fundación FAES
________________________________________
[1] Los gráficos 1, 2 y 4 en Torcal, Mariano y Medina, Lucía: “Ideología y voto en España 1979-2000: los procesos de reconstrucción racional de la identificación ideológica”, Revista Española de Ciencia Política, nº 6, 2002.