La Iglesia Católica no puede aprobar la legalización del suicidio asistido

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Tribuna de Jean-Marie Le Mené, presidente de la Fundación Jérôme Lejeune, publicada en la edición del 13 de febrero, en Le Figaro.

La delegación española de la Fundación Jérôme Lejeune, habida cuenta del debate en Italia acerca de la eutanasia y el suicidio asistido, y de las declaraciones de dos miembros de la Pontificia Academia para la Vida de la Iglesia Católica, que podrían hacer pensar en un cambio del Magisterio de la Iglesia en su clara condena de toda forma de eutanasia y suicidio asistido reiterada en numerosos documentos del Magisterio en las últimas décadas, se hace eco de las declaraciones del Presidente de la Fondation Jérôme Lejeune en Francia, Jean Marie Le Méné en el siguiente artículo.

No se debe legislar ni sobre eutanasia ni sobre suicidio asistido. La prevalencia del valor de la vida humana y su dignidad en los momentos cercanos a la muerte no admite excepciones. Por contrario, se ha de hacer lo posible por ayudar a morir adecuadamente, con los cuidados necesarios, sin anticipar ni alargar el momento de la muerte.

LA IGLESIA CATÓLICA NO PUEDE APROBAR LA LEGALIZACION DEL SUICIDIO ASISTIDO

Jean-Marie Le Mené, miembro de la Academia Pontificia para la Vida y presidente de la Fundación Jérômme Lejeune, se opone a la hipótesis de que la Iglesia puede dejar de oponerse al suicidio asistido, cuando algunas voces se alzan en este sentido, especialmente en Italia.

“Dos textos están sembrando confusión sobre la cuestión del suicidio asistido, que se está debatiendo actualmente en Italia. El primero es un artículo del padre jesuita Carlo Casalone, publicado el 15 de enero en la revista La Civilta Cattolica, con el título «La discusión parlamentaria sobre el suicidio asistido». El segundo es un artículo de Marie-Jo Thiel publicado en un diario. ¿Por qué estos artículos causan confusión? Ambos firmantes son miembros de la Pontificia Academia para la Vida y coinciden en que sus respectivas declaraciones están en contradicción con la doctrina de la Iglesia Católica. De un artículo al otro, el caso italiano conduce a una generalización que anticiparía una inversión de la posición de la Iglesia universal sobre el suicidio asistido.

Esto ha bastado para que el periódico La Croix titulara: «Suicidio asistido, el giro estratégico del Vaticano en materia de bioética». Como si el asunto ya estuviera decidido. El artículo no duda en afirmar: “La Academia Pontificia para la Vida se ha mostrado recientemente favorable a que la Iglesia italiana deje de oponerse a la legislación sobre el suicidio asistido”.

Pero el hecho de que unas personas hablen a título personal es una cosa. Que sus posiciones comprometan oficialmente a la Academia Pontificia para la Vida es otra.

El segundo punto es el más importante. Permítase al autor de estas líneas, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, despejar las dudas. Está claro que los académicos no han sido consultados, y es una suerte. La Academia fue creada por Su Santidad el Papa Juan Pablo II con el profesor Jérôme Lejeune como primer presidente. Por definición, la Academia no puede apoyar propuestas contrarias al Magisterio de la Iglesia en un ámbito en el que, además, no hace más que transmitir una sabiduría milenaria. En efecto, el respeto a la vida humana asumido por la Iglesia es una regla de oro muy anterior a la Revelación cristiana. El mandamiento negativo de no matar se remonta al Decálogo para los creyentes. También existe para los no creyentes. Pensemos, por ejemplo, en el juramento hipocrático (400 a.C.). No matar al prójimo forma parte de las leyes no escritas que están inscritas en el corazón del hombre.

Ni la Academia ni la Iglesia Católica tienen el más mínimo poder sobre esta prohibición fundacional.

“El suicidio asistido ya es una forma de eutanasia”

 Queda por comentar algo sobre estos dos textos. El artículo del padre Casalone cree poder encontrar en el suicidio asistido un medio de obstaculizar la legalización de la eutanasia. Pretextar el mal menor para escapar de lo peor. Lo que sigue a continuación es inevitable. Cuando se lo tolera, ya es demasiado tarde. El colmo es invocar al Papa Francisco, que siempre ha sido claro al respecto. El 9 de febrero, en la audiencia general, volvió a recordar: «Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte, ni ayudar a ninguna forma de suicidio». Además, es falaz dar una interpretación personal de lo que la Iglesia enseña en materia de «leyes imperfectas».

La encíclica Evangelium vitae (artículo 73) precisa que la aprobación de una ley más restrictiva es legítima para sustituir a una ley más permisiva, pero sólo si esa ley ya está en vigor.

No hay, pues, una colaboración con una ley inicua sino, por el contrario, una limitación de sus efectos. En el caso del suicidio asistido, el razonamiento no funciona, ya que se trataría de crear deliberadamente una mala ley para evitar otra futura que sería peor. Además, el suicidio asistido ya es una forma de eutanasia. Y la ley que se pretende evitar llegará aún más rápido. Nada ni nadie impedirá la extensión de la transgresión inicial que invita a la medicina a procurar la muerte. Al igual que la regulación del aborto lleva a su reconocimiento, hoy lo vemos con claridad, como derecho fundamental, la eutanasia seguirá el mismo camino.

En cuanto a la columna de la Sra. Thiel, aporta un apoyo desde Francia a la injerencia del jesuita en la política italiana y estigmatiza a «los partidarios de la sacralización absoluta de la vida (que) hacen su agosto criticando y condenando». Mientras que el padre Casalone no menciona su pertenencia a la Academia por la Vida, la Sra. Thiel cree deber hacer esta precisión, señalando la pertenencia de ambos. Hubiera sido más respetuoso no comprometer a la Academia Pontificia para la Vida. Sus miembros, estatutariamente defensores de la vida, no quieren que nadie pueda ni imaginar que la Iglesia pone la primera piedra de la eutanasia en Italia. Ni en cualquier otro lugar.