Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa.
Hace cincuenta años, el 25 de julio de 1968, día de Santiago Apóstol, el papa Pablo VI (1897–1978) publicó la carta–encíclica Humanae Vitae [1], en defensa del humanismo cristiano, que fue y sigue siendo cuestionada injustamente, pero que con una clara visión profética advirtió sobre la cantidad de efectos negativos que iba a tener para la vida humana la implantación de las tecnologías anticonceptivas y el peligro de dejar en manos de los políticos las cuestiones morales.
El tiempo y los hechos le han dado la razón y las consecuencias saltan a la vista en temas tan sensibles como el control demográfico y la pérdida del respeto a la vida humana y a la maternidad. Pensemos en las políticas de esterilización, anticoncepción, el aborto y la pérdida de la patria potestad, promovidas e incluso impuestas por organismos internacionales influyentes a prácticamente todos los países. ¿Se puede decir que el mundo actual es mejor que el de nuestros padres o nuestros abuelos? Es evidente que en términos materiales y técnicos se vive mejor y han mejorado la salud y el bienestar. Sin embargo, en términos humanos no se puede decir que un mundo que admite el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada, la selección embrionaria, etc., etc. sea un mundo mejor. El progreso no es eso.
Decía el escritor y académico vallisoletano Miguel Delibes (1920–2010) en un artículo titulado Aborto libre y progresismo publicado Diciembre de 2007 que: «Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente [2].
50 años de abandono y beligerancia contra el humanismo cristiano no nos ha deparado un mundo mejor sino el sórdido mundo de la «ideología de género», que hoy lo invade todo en una autentica y alambicada labor de ingeniería social, desde la política a los medios de comunicación, y que niega el auténtico significado de la persona, la vida y la familia.
Como toda ideología, la «ideología de género» parte de una renuncia al conocimiento, a los datos de la ciencia y a la verdad que nos aporta el estudio y la realidad de las cosas que se trata de sustituir por una ficción, un mundo imaginario en este caso en relación con el sexo y su función fundamental humana y procreativa, basada en la familia como célula básica de la sociedad. Se aparta además de la realidad de las cosas y de la visión de que los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas, como bien señalaba Pablo VI en Humanae Vitae.
Pero además de los motivos morales y religiosos, la ciencia está señalando la falsedad y riesgo de la ideología de género. De este modo, los psiquiatras americanos Paul R. McHugh y Lawrence S. Mayer, publicaron en Noviembre de 2016 un extenso informe titulado Sexualidad y género. Conclusiones de la Biología, la Psicología y las Ciencias Sociales. Se trata de un estudio completo en que se demuestra que algunas de las afirmaciones más frecuentemente oídas sobre sexualidad y género carecen por completo de evidencia científica. En el informe se indica que los estudios científicos no corroboran la hipótesis de que la identidad de género sea una propiedad innata y fija del ser humano e independiente del sexo biológico, es decir, que una persona sea «un hombre atrapado en un cuerpo de mujer» o «una mujer atrapada en un cuerpo de hombre», como si hubiera un error en su cuerpo y sus órganos genitales, –la idea de que los individuos nacen así–[3].
Mientras que el sexo no es algo discutible, forma parte de lo que cada individuo es, la «orientación sexual» que formaría parte de lo que cada individuo quiera ser va contra la realidad de las cosas, la lógica natural de que al sexo varón le corresponde un género masculino y al sexo de mujer le corresponde un género femenino, y que ambos son iguales en dignidad pero biológicamente diferentes y complementarios para la procreación y la prosperidad de la humanidad. Está además el hecho de anteponer un deseo personal o una tendencia circunstancial y contingente a algo natural y cuya función biológica, aunque se confine a un segundo plano o se trate de ocultar, es la reproductiva. Algo que además solo es posible con la participación de un varón y una mujer.
Por supuesto, proteger a cualquier persona de la estigmatización por su orientación o identidad sexual está bien, pero negar el sexo como fenómeno biológico y por tanto natural y tratar de convencer de que cualquier opción es saludable hasta el grado de introducirlo en los textos escolares para educar en ese mundo es un grave error.
Todo lo relacionado con la ideología de género es en definitiva un planteamiento cultural para cambiar a la sociedad. La ideología de género pretende que los gobiernos redefinan sus dogmas y actúen en impunidad desde una vestimenta de tolerancia, pero en el fondo sin ceder en su idea de controlar el crecimiento de la población por medio de un control de la educación, incluso a costa de secuestrar la patria potestad, controlar la libertad de expresión y acabar con la familia natural.
Durante el encuentro con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en Tiflis el 1 de octubre de 2016, el Papa Francisco hizo un elogio del matrimonio y señaló que hay: Un gran enemigo del matrimonio hoy en día: la teoría de género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio. Hoy existen colonizaciones ideológicas que destruyen, pero no con las armas, sino con las ideas. Por lo tanto, es preciso defenderse de las colonizaciones ideológicas.
La ideología de género es probablemente la corriente más corrosiva y destructiva del ser humano que se haya dado nunca, ya que supone una tergiversación del verdadero sentido de la vida humana y la familia natural y un intento de expulsar a Dios de nuestras conciencias y de nuestras vidas. Se trata de una corriente cultural que probablemente pasará, pero que mientras permanezca puede hacer mucho daño pues, en nombre de la libertad, trata de «deconstruir» lo humano y establecer una «nueva ética», un «nuevo orden mundial» que afecta de forma negativa a la familia, la persona y la vida humana. Se trata de un instrumento ideológico diseñado para sustituir la «lucha de clases» que proponía el marxismo, vencido tras la caída del muro de Berlín, por una «lucha de sexos», lo que además de deshumanizar el verdadero sentido de la vida es absurdo.
[1] Pablo VI. Encíclica Humanae Vitae. Roma. 25 de Julio de 1968.
[2] M. Delibes, «Aborto libre y progresismo». ABC. 20–12–2007.
[3] L.S, Mayer – P.R. McHugh, «Sexualidad y género. Conclusiones de la Biología, la Psicología y las Ciencias Sociales». The New Atlantis, 50 (2016).