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Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en Esperando la Luz el 26 de febrero de 2022.

Hasta ayer, parecía que volveríamos pronto a la normalidad, pero lo que se abre paso en el horizonte es una normalidad nueva, más trágicamente humana. Quienes nacimos poco después de la II Guerra Mundial, estamos a las puertas, o ya inmersos, en la Tercera.

La evolución humana y el cambio climático, empujan con mucha fuerza. Los avatares por los que ha atravesado la Humanidad: hambre, enfermedades, catástrofes por fuego, huracanes, inundaciones, sequías, pandemias, desequilibrios sociopolíticos, se repiten cada vez en más países y de forma más devastadora, causando un sufrimiento y dolor hasta ahora desconocidos.

Las élites atesoran la mayor parte de la riqueza material, disponen del poder y desde él -y desde el anonimato y los medios- ejercen su influencia sobre la sociedad, deciden lo que quieren, fomentan la inseguridad, el miedo y la ideología que divide y envenena el corazón.

Los hombres más ricos del mundo han duplicado con creces su riqueza, pasando de 700 mil millones de dólares a 15 mil, mientras que más de 160 millones de personas se han sumergido en la pobreza.

El materialismo, la ambición y el egoísmo están dañando la Vida, la Naturaleza toda y a la madre Tierra. La distopía (John Stuart Mill) y el fanatismo, han recorrido los últimos siglos. Gente sin cultura ni principios, al tocar alguna parcela de poder, decide lo que conviene o no, legislan sobre la libertad, el reparto de dinero, la justicia, la vida o la muerte humana.

Según 664 científicos rusos y la ONU

La razón humana y el mismo ser humano, salta por los aires, como si un misil  impactara o un huracán de magnitud progresivamente acelerada, la arrancara de cuajo. Explota la burbuja del ladrillo, la crisis bancaria, los virus y pandemias, las restricciones y la libertad. Han barrido el mapa, el saber y la cultura. Se ha hablado de olas de vacunas, de contagios y de refugiados. Sin lideres visibles, la antiutopía o distopía, conduce a un futuro de pesadilla que acaba con la privacidad, la libertad y la decencia, mientras el progreso tecnológico sirve a unas élites todopoderosas para esclavizar la humanidad.

La última ola distópica es la guerra que Rusia ha lanzado, y que la diplomacia no ha sido capaz de detener, ni siguiera las Naciones Unidas. Atrás quedan los clásicos: Un mundo feliz, de Huxley; 1984 de Orwell, o Fahrenheit 451, de Bradbury. Ahora Ucrania es un pretexto y el mundo quien lo sufre. Occidente pretende responder con «sanciones» y, de nuevo la espiral a gran escala.

Sin límites éticos, la ciencia se convierte en terror, la realidad supera la ficción, y la humanidad se abre al posthumanismo. Como dice el escritor y filósofo jienense, Antonio García Fuentes, “la verdad no interesa, ni ha interesado nunca al poder que sea y del signo que sea, puesto que el poder es ciego y vive y se nutre de sí mismo”.

De hecho, un colectivo de 664 científicos rusos, encabezados por miembros de la Academia de Ciencias de Rusia y el Nobel de Física Konstantín Novosiólov, protestaron este viernes contra los actos de guerra «sin justificación racional» lanzados por Rusia en Ucrania. Exigieron su cese. «Exigimos el cese inmediato de todos los actos de guerra contra Ucrania. Exigimos el respeto de la soberanía y la integridad del territorio ucraniano».

Las imágenes que ahora nos sirven desde Ucrania recuerdan algo de lo que sucedió en tiempos pasados y puede repetirse una vez más. En el siglo XIX, concretamente en Crimea en 1853, con el zar ruso Nicolás I, el clima y la logística deficiente infligieron grandes penalidades a los soldados de los dos bandos. El frío, el hambre y las enfermedades causaron decenas de miles de víctimas y más muertos que los propios combates.

Posteriormente, los hechos ocurridos en Ucrania entre 1929 y 1933 tampoco son entendibles en términos racionales, pues entonces murieron 3,9 millones de personas por una política de castigo y exterminio de Stalin.

Ahora, la invasión lanzada por Putin, en febrero de 2022, no es solo un ataque a Ucrania, es un ataque a la libertad, a la diplomacia que se ha ido abriendo paso en Naciones Unidas, desde el fin de la II Guerra Mundial, en 1945. Ucrania ha sufrido una oleada de ciberataques en las horas previas al ataque, incluyendo bombardeos selectivos de la capital, Kiev; colapsaron webs gubernamentales. Las agencias de inteligencia occidentales y los especialistas en la materia, apuntan al servicio de inteligencia ruso.

Estos ciberataques, fueron precedidos por otro similar a mediados de enero. Entonces tumbaron cerca de 70 webs estatales que mostraban un mensaje: «Tened miedo y esperad lo peor«. Por supuesto, también apuntaban a servicios de inteligencia rusos. Los gobiernos occidentales, también el nuestro, alertan de ataques parecidos al sistema financiero.

Así que, desde el 24 F, destrozadas las defensas de Ucrania y sin apoyo militar aliado, la ofensiva va camino de convertirse en una de las incursiones más fulminantes en territorio europeo.  Y advierten a los nórdicos de lo que puede pasarles de integrarse en la OTAN.

El ataque a Ucrania, rompiendo acuerdos previos, deja atónitos a la mayoría de los seres humanos del Planeta. La ambición de poder, fama o el prestigio ciegan, y los demás no importan. El daño que ocasione a los más débiles, a la gente que ha tenido que huir a refugiarse en las naciones vecinas y a la Humanidad entera, no se ha tenido en cuenta. ¡La multitud de refugiados tendrá consecuencias catastróficas!

No saben o no entienden que, cada persona es un ser humano vinculado a todos los integrantes de la raza humana, conciudadanos del mundo, antes que compatriotas de un país concreto. Por muy líderes políticos que se consideren los dirigentes, deben tener en cuenta que, como dijo Mahatma Gandhi: «el hombre se engrandece exactamente en la medida en que trabaja por el bienestar de los demás hombres«.

Nuestro concepto del presente es distinto del presente absoluto. Las realidades últimas de que hablaban los textos antiguos, hace siglos que comenzaron. La Nueva Humanidad está llegando sin saberlo, y la primavera está brotando en paz. Hay que parar el ruido de las bombas y alejar los miedos y la destrucción. Que se pueda escuchar -aquí y ahora- en silencio, lo que dice corazón y desea el alma: ¡que la paz sea una realidad para todos! Ucrania, donde viven 44 millones de seres humanos que son nuestros hermanos, que desean vivir libres y en paz.

La madrileña Gloria Fuertes, que sabía hablar a los niños, (y que llevamos en el interior) cada adulto, lo dijo claramente que, Vendría la paz…

Si todos los políticos
se hicieran pacifistas
vendría la paz.

Que no vuelva a haber otra guerra,
pero si la hubiera,
¡Que todos los soldados
se declaren en huelga!

La libertad no es tener un buen amo,
sino no tener ninguno.
Mi partido es la Paz.
Yo soy su líder.

No pido votos,
pido botas para los descalzos
-que todavía hay muchos-

Allí, o en los países de acogida hace frío y además de botas, necesitarán mucho más, sobre todo abrigo y «algo» para llevarse a la boca, que seguro tenían en sus casas. Ahora la maldita guerra, se lo ha quitado todo. Quienes viven de hacer bombas, que no olviden que Ucrania había sido hasta ahora el granero de Europa. Pensemos, cada uno, en cómo podemos ayudar para que la gente que lo ha perdido todo, tengan qué comer.

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa