Por Roberto German Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 12 de enero de 2019.
El ser humano se humaniza en el seno de la familia. Ésta es el elemento natural y fundamental de la sociedad.
Luego, cuando se habla de “crisis de la familia” hay que diferenciar la familia en sí misma de los modelos de familia. Esta última es la que está en “crisis”, esto es, hay distintos tipos de familia y no uno sólo.
La diferencia entre familia y modelos de familia estriba en que éstos últimos pueden cambiar a lo largo del tiempo, pero por el contrario para que estos puedan denominarse como familia tienen que estar constituidos por elementos que tengan plena vigencia y que sean intemporales, es decir, que mantenga el valor intrínseco de la realidad familiar.
La familia se entiende como unidad de convivencia en la que los fines son las mismas personas que la integran. Más todavía, la dignidad humana se vive y se actualiza naturalmente en la familia. Un aspecto esencial y constitutivo de la realidad familiar es la promoción de ese crecimiento de las personas que la componen; crecimiento del cuerpo y crecimiento del espíritu, nutrición y formación.
Por consiguiente, la familia es una unidad productiva, reproductiva y socializadora; pero estos cometidos son efectos de la afirmación, desarrollo y mejora de la comunidad familiar. La familia es el natural escenario educativo y el originario entramado de relaciones interpersonales. La educación familiar procura la participación social de las personas, la libertad y afectividad de sus miembros, y ofrece identidad personal: el ser humano es genuinamente persona en el ámbito familiar, pues es considerado, tratado y apreciado como tal; es decir, es valorado y afirmado por ser quien es; y esto, no por la fuerza de reflexiones intelectuales, sino por su aceptación incondicionada en el acto de voluntad que se llama amor. Afirmar a otro por quién es se llama amar. Se trata de un afirmar que es aceptar profundamente su existencia, aplaudirla y contribuir a toda su potencialidad.
Se hace necesario, y más hoy día considerar los elementos constitutivos de la realidad familiar.