Por Roberto Germán Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología.Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 2 de julio de 2016
Las tecnologías de la biomedicina aplicadas a la vida humana prenatal no sólo tienen inconvenientes de carácter técnico y científico, sino también ético.
Por Roberto Germán Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología.Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 2 de julio de 2016
Las tecnologías de la biomedicina aplicadas a la vida humana prenatal no sólo tienen inconvenientes de carácter técnico y científico, sino también ético.
Hay que subrayar que la reflexión ética está insertada en la ciencia. Tanto es así que toda investigación, como actividad humana, es realizada por personas dotadas de valores sociales y morales relacionados con la comprensión del ser humano y de la propia ciencia que configuran de manera decisiva (como presupuestos) el conjunto de actividades que se denominan comúnmente investigación.
Por tanto, la perspectiva de la ética de la investigación en biomedicina y sus aplicaciones comienza en la conciencia del propio investigador. De él depende, en gran parte, aunar la búsqueda de nuevos conocimientos y el cumplimiento de los requisitos éticos propios de la investigación científica. Estos requisitos no son impedimentos en la labor investigadora, sino el cauce necesario para el discurrir de su tarea.
Luego, el juicio ético no es extrínseco a la ciencia y a la técnica, al contrario, es intrínseco a las mismas en cuanto actividades humanas. La ciencia, como actividad humana que busca la adquisición de nuevos conocimientos y que tiene al ser humano como sujeto y destinatario de sí misma, es buena. Por eso, el juicio moral negativo no recae en la ciencia en sí misma, sino en el uso y aplicaciones que el ser humano, individual o colectivamente, hace de ella.
En este asunto, hay que preguntarse: ¿todo lo técnicamente posible es moralmente aceptable? El imperativo del mal llamado progreso ¿está por encima de cuestiones de tipo ético?, ¿puede hablarse de progreso sin un referente ético? Son preguntas directamente conectadas con la ética de la propia investigación biomédica.
Ciertamente, los avances en las ciencias que se ocupan de la vida del ser humano originan problemas éticos a los que se intenta dar una solución “técnica”, ya sea científica o jurídica, pero no ética. En efecto, muchos de los avances en biotecnología se justifican, en la actualidad, en aras de un “progreso científico y tecnológico” al margen de toda ética.
Este “progreso científico” y algunas de sus aplicaciones tecnológicas resultan discutibles, pues constituyen una clara amenaza para la vida del ser humano, en la que ésta se convierte en una pieza más del proceso productivo-técnico. Las preguntas en este asunto son: ¿a qué se llama progreso científico?, esta clase de progreso ¿hace progresar al ser humano en humanidad?
Solo es posible una ciencia humana si se maneja un concepto de progreso científico y técnico como servicio a la búsqueda de la verdad y al ser humano. Esto es lo propio del científico y de su actividad. En última instancia, una investigación biomédica plenamente humana es aquélla que persigue su bien integral y dignidad, esto es, que busca la verdad al servicio del ser humano.
En pocas palabras, en el ámbito de la investigación y aplicación terapéutica en medicina regenerativa, el aumento del conocimiento no puede realizarse a costa del ser humano, sino al servicio del mismo. Sólo así la investigación es una actividad humana repleta de sentido, pues el ser humano no está al servicio de la ciencia, sino al revés.
Un progreso científico, así concebido, tendrá límites, no en el sentido de freno o retroceso, sino los límites necesarios que sirvan de cauce a la libertad humana y posibiliten la mejora del ser humano y de la humanidad. Por eso, quien se opone a un “progreso” a cualquier precio no es su enemigo.
La idea reduccionista de progreso y de ciencia, por la que la ciencia experimental se convierte en paradigma exclusivo de conocimiento válido y criterio inmediato de acción, no deja lugar para la ética. La ciencia experimental se daría así la medida de su propio límite: el técnico. De este modo, la ética no es ya límite para la ciencia, sino que “ésta” se otorga el papel de juez de la ética. Los papeles del ser humano y la técnica se invierten: el ser humano, sujeto y dueño de sus actos y producciones, pasa a ser un objeto más sometido al poder dominador de la técnica.
En este sentido, no puede obviarse que la técnica de obtención de células embrionarias supone la muerte de embriones humanos. Luego, la ética de la investigación en biomedicina y sus aplicaciones también se pregunta por el contenido de la investigación.
Tal investigación con embriones humanos no puede arrogarse una pretensión ética, pues no se persigue un fin terapéutico para el embrión humano en cuestión, sino que corre en detrimento suyo. Como tampoco dicha investigación puede escudarse en aras de logros hipotéticamente terapéuticos en bien de una “humanidad” ficticia, pues una investigación no lo es a priori, sino en la medida en que está demostrada su eficacia.
Las investigaciones con fines exclusivamente terapéuticos serán aquellas intervenciones concernientes al embrión humano en las que se respeten su vida e integridad, que tengan como fin su curación, mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual y que no se le exponga a riesgos desproporcionados.
El respeto por la vida del embrión humano se convierte así en límite intrínseco a la propia investigación, pues cada uno de los individuos humanos son fines en sí mismos, nunca medios con objeto de procurar la salud a otros. El embrión humano no tiene “valor de uso”, sino que es un ser humano con “valor de fin”, con dignidad. Sólo así el respeto incondicional por la vida del embrión humano se convierte en límite ético de la propia investigación biomédica.
Por el contrario, los defensores de la investigación con embriones humanos superan este límite ético negando la realidad individual del embrión humano a través de diversos eufemismos. Con éstos se consigue, en el plano teórico, tal ambigüedad que resulte en la práctica más fácil su uso. En efecto, la justificación para la investigación con embriones humanos viene precedida de diversos eufemismos, que al ocultar de un modo u otro la individualidad del embrión humano, asignan al embrión humano un nuevo estatuto ontológico. A través de la manipulación semántica se llega a la manipulación ontológica y práctica: la realidad ontológica y biológica del embrión humano quedan suspendidas en la ambigüedad que implica que el embrión humano ya no sea un individuo, sino un “preembrión”, un “embrión preimplantatorio”, “embrión no viable”, en definitiva, una realidad pre-humana que no merece la protección jurídica dada a los seres humanos, y por ende, se justifica su uso y muerte, como medio necesario para la curación de enfermedades, esto es, para supuestos fines terapéuticos. En el fondo, no se le considera al embrión humano como un alguien, sino como un algo.
Por tanto, el manejo de estos eufemismos no es tan sólo una manipulación semántica, pues con ellos principalmente se falsea y enmascara la realidad de lo que el embrión humano es. De esta manera, el embrión humano, despojado de su individualidad queda en la mayor de las indefensiones, ya que, lejos de respetarlos como individuos humanos se les viene a considerar un material del que se puede disponer y, por ello, rechazarse.
“Redenominada” la entidad (al sustituirse al embrión-individuo humano por aquellos términos que consideran al embrión humano como un no individuo) y desaparecida la naturaleza verdadera de la acción (la muerte y el uso del embrión humano), cambia la naturaleza moral de ambas (entidad-no humana y acción-terapéutica), y se legitima así su empleo para una investigación productora y consumidora de seres humanos como material biomédico.
Así es, el nombre y el uso de estos eufemismos proceden de un interés práctico ajeno a su realidad ontológica. El interés práctico en investigación con embriones prevalece frente a la realidad humana allí presente. Estos intereses van conformando y dirigen cierta investigación biomédica con los que se promueve, paulatinamente, una actitud de desestimación de la vida humana incipiente. Desde esta perspectiva, es lógico que lleguen a considerar que los embriones humanos sean inferiores en dignidad a los ya nacidos o los adultos. La vida del ser humano deja de ser, de este modo, límite ético y fundamento para una verdadera investigación ética con embriones humanos.
Así las cosas, el desarrollo de la tecnología en el campo de la vida humana se pone al servicio de intereses ajenos al propio embrión humano, en concreto, al servicio de la satisfacción de deseos.
Desde esta perspectiva, la investigación biomédica no puede sino repercutir decisivamente en la consideración del embrión humano. La vida de éste se reinterpreta en términos de “utilidad biológica”: la vida de un individuo humano no tiene valor por sí misma, sino, en cuanto relativa a algo o alguien. Así la vida humana entra en conflicto como valor ponderable frente a otros valores, especialmente, frente a la libertad individual entendida de forma absoluta e incondicionada. La vida del individuo humano no nacido se convierte en un valor cuantificable y disponible. Desde esta concepción, la elección de los demás valores queda al arbitrio de la libertad individual que posee carácter absoluto. El acto bueno se identifica con el acto libre del que brota el deseo y la valoración. La pura libertad se establece en criterio suficiente de moralidad. Y esto evidentemente es un error. No se puede identificar libertad individual con acto bueno.
Por otra parte, no hay que olvidar que la justificación permanente de la investigación con embriones humanos por sus “logros terapéuticos” persigue la introducción de cambios legales que faciliten la investigación en esta área. Pero a su vez, estos cambios legales vienen de algún modo provocados por el papel preponderante que el científico y su método de análisis ha adquirido en el mundo contemporáneo.
Hay que resaltar que de algún modo, el método científico de hipótesis y verificación o falsación de hipótesis se está trasladando a toda la maquinaria social. Este modo de actuar denota cierta forma de “totalitarismo científico”: las personas, como conjunto social, se hallan sometidas a la racionalidad científica. Además, esta pretensión de totalidad engancha con la ideología cientificista, pues implica no reconocer, por una parte, ningún criterio ético que pueda regular el uso de la ciencia, y por otra, encumbra a la racionalidad científica como única racionalidad posible.
En definitiva, la ciencia y sus posibles aplicaciones ya no están al servicio del bien y la integridad de las personas bajo criterios de control ético. Sin control ético alguno, la ciencia y la tecnología se convierten en ideología tecnocrática, cuya pretensión es impedir el juicio ético público acerca de sus fines y medios