Por Roberto Germán Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología.Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 4 de Junio de 2016
Examinada la dificultad que comporta la alternativa de la adopción prenatal como solución a la acumulación de embriones humanos congelados en las “clínicas” de fecundación in vitro se aborda otra alternativa: su congelación indefinida.
Por Roberto Germán Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología.Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 4 de Junio de 2016
Examinada la dificultad que comporta la alternativa de la adopción prenatal como solución a la acumulación de embriones humanos congelados en las “clínicas” de fecundación in vitro se aborda otra alternativa: su congelación indefinida.
Esta propuesta tampoco está exenta de inconvenientes. De entrada, a la congelación o crioconservación indefinidas se le puede objetar que la situación de estos embriones humanos, esto es, su congelación, y sea cual fuere su destino, no es éticamente neutral, pues a estos embriones humanos congelados, que no van a ser transferidos por ausencia de una mujer para acogerlos (embriones humanos viables denominados “no-implantables”), se les interrumpe bruscamente su desarrollo y se les condena a permanecer a 196 grados centígrados bajo cero, en un hábitat no acorde a la dignidad de la vida incipiente de cualquier individuo humano.
En efecto, la congelación de embriones humanos (y por supuesto, aunque fuese solamente la de un embrión y el tiempo que sea) es, en sí misma, éticamente contraria al respeto por la dignidad humana, porque supone detener o paralizar el proceso biológico natural al que tiene derecho todo ser humano vivo. Esos embriones que han sido congelados son seres humanos, titulares de su vida biológica y del tiempo de su existencia, sin expectativas de desarrollo vital y a los que injustamente se les ha interrumpido su normal curso de desarrollo, atentando contra la propia teleología de su desarrollo inmanente.
Es sabido que el “exceso” de embriones humanos congelados obedece a la voluntad de garantizar el éxito de la implantación con el fin de que la pareja sometida a la fecundación in vitro pueda utilizarlos en una ulterior implantación sin necesidad de pasar otra vez por todo el proceso de fecundación. Ahora bien, el rechazo a la congelación de embriones humanos no radica principalmente, ni en la finalidad que se les quiera dar, ni en la materialidad física de la propia congelación, ni en el daño que se les causa, sino en lo que significa (la congelación de embriones humanos) en sí misma como acto moral.
En este sentido, el acto de congelación de un embrión humano, desde el punto de vista ético, es un acto intrínsecamente injusto porque supone la interrupción de un proceso de desarrollo vital de un individuo humano por tiempo indefinido, proceso al que tiene derecho todo ser humano vivo, y se le obliga a permanecer en unas condiciones impropias a las de cualquier ser humano. Así es, con la congelación se le despoja al embrión humano del respeto debido como ser querido por sí mismo. Precisamente, este respeto por la vida humana significa respetar su crecimiento y desarrollo biológicos que le son propios y que no se hallan a merced de los deseos e intereses de otros.
Además, y no son razones menos relevantes, la congelación de embriones humanos supone exponerles a graves riesgos de muerte o daño, privarles de la acogida materna y dejarles en una situación susceptible de nuevas lesiones y manipulaciones.
En cambio, la valoración ética que hacen los que defienden la congelación indefinida no viene dada tanto por el significado moral del acto en sí mismo, como por las consecuencias positivas que supuestamente se derivan de ella. De entrada parece que la congelación de embriones humanos por tiempo indefinido se consiente como el modo adecuado para que en algún momento puedan ser adoptados y evitar así su muerte y su reducción a material de experimentación o investigación. Pero quizá se olvida que la defensa de la congelación de los embriones humanos contribuye a debilitar la conciencia de estar obrando injustamente y, por ello, a aumentar su número.
Con todo, antes de la congelación acontecen dos acciones moralmente determinantes que inciden claramente en la toma de posición posterior: la producción expresa de embriones humanos en un contexto técnico y la producción de “excedentes” de embriones humanos. Es claro que la producción de un número excesivo de embriones no cambia la naturaleza del acto. Es decir, producir en exceso es peor que producir sólo uno, pero eso es porque lo malo en sí es producir uno.
Luego estas dos acciones y la ulterior congelación de los embriones marcan significativamente cualquiera de las soluciones que se defiendan respecto a su destino. El planteamiento es, desde el inicio, inmoral, por eso cualquier medida que se adopte tendrá un carácter “problemático” y no será plenamente satisfactoria.
No obstante, y no está de más recordarlo, hay que tener en cuenta el estado precario de salud del embrión humano congelado. Los embriones humanos crioconservados son los “sobrantes” que no han sido elegidos en una primera o segunda selección de embriones, es decir, son los menos viables en sentido propio, esto es, biológico: con posibles defectos para seguir su propio proceso de desarrollo, menor vitalidad, y los que no gozan de las características idóneas para garantizar con éxito la implantación. Y como consecuencia de esto, a los que el proceso de congelación y descongelación puede afectar más directamente en su integridad física, pues ya de por sí tienen poca viabilidad.
Por tanto y en conclusión, la congelación, sea o no indefinida, de los embriones humanos “sobrantes” es un acto intrínsecamente injusto porque supone la interrupción de un proceso de desarrollo vital de un individuo humano, proceso al que tiene derecho todo ser humano, y se le obliga a permanecer en unas condiciones impropias.