Por Nicolás Jouve, Catedrático de Genética. Miembro de CiViCa. Ponencia presentada en las II Jornadas Ciencia y Fe- Pilares del Laicismo: Análisis crítico desde la Ciencia, CEU Universidad San Pablo, el 12 de Junio de 2014. Organizado por el Grupo e trabajo Ciencia y Fe, Fundación Cultural “Angel Herrera Oria” y el Instituto de Humanidades “Angel Ayala”. [Texto en PDF]
Como todos saben el concepto de embrión y todo lo que concierne al ente biológico humano durante la primera etapa de la vida son temas cruciales en los debates sobre bioética. Quizás si deseamos poner las cosas en su sitio tenemos que reconocer que la ciencia, y en particular la biología no tiene nada que decir sobre el concepto de “persona” aplicado a un embrión humano, dado que las ciencias naturales ni incluyen ni pueden incluir el concepto antropológico ni filosófico de “persona” entre los objetos formales de sus líneas de investigación.
Por Nicolás Jouve, Catedrático de Genética. Miembro de CiViCa. Ponencia presentada en las II Jornadas Ciencia y Fe- Pilares del Laicismo: Análisis crítico desde la Ciencia, CEU Universidad San Pablo, el 12 de Junio de 2014. Organizado por el Grupo e trabajo Ciencia y Fe, Fundación Cultural “Angel Herrera Oria” y el Instituto de Humanidades “Angel Ayala”. [Texto en PDF]
Como todos saben el concepto de embrión y todo lo que concierne al ente biológico humano durante la primera etapa de la vida son temas cruciales en los debates sobre bioética. Quizás si deseamos poner las cosas en su sitio tenemos que reconocer que la ciencia, y en particular la biología no tiene nada que decir sobre el concepto de “persona” aplicado a un embrión humano, dado que las ciencias naturales ni incluyen ni pueden incluir el concepto antropológico ni filosófico de “persona” entre los objetos formales de sus líneas de investigación.
Pero dicho eso, lo inmediato es reconocer que la Biología, a través de diversas áreas de conocimiento como la Genética, la Biología Celular, la Embriología, etc., pueden aportar los datos necesarios para conocer con precisión el “cómo” y el “cuando” se origina un ser humano, y sobre cómo se desarrolla y evoluciona, que es a lo que nos vamos a referir en esta ponencia.
La verdad es que casi causa sonrojo a estas alturas decir que un embrión humano es un ser humano y no un conglomerado de células. Pero para los que aun andan dándole vueltas a este asunto y buscando argumentos que justifiquen la utilización y manipulación de los embriones, vamos a señalar los principales datos que los avances modernos de la Biología más actual han puesto a nuestra disposición para afirmar, sin ningún género de dudas que un embrión humano desde la concepción es un ser vivo miembro de nuestra especie.
Negar esto es tan absurdo como volver a la prehistoria de la ciencia, como cuando Aristóteles sostenía que el espermatozoide era el único ingrediente participe en la generación de un nuevo ser humano, y que la madre lo único que aportaba era el alimento por medio de la sangre. Es tan absurdo como volver al siglo XVII, con la pintoresca idea del “homúnculo”, fruto de las observaciones de las células gaméticas con los primitivos microscopios del holandés Van Leehuwenhoek, que creyó ver un hombre diminuto preformado en el espermatozoide, al que solo le bastaría crecer en tamaño a medida que transcurría el tiempo durante su incubación en el claustro materno.
Estas grotescas ideas debieron quedar borradas o mantenidas como falsas concepciones a medida que transcurría el tiempo, y especialmente cuando a mediados del siglo XIX se descubrió la fecundación, fruto de la unión de dos gametos uno paterno y otro materno, y poco después los citólogos alemanes descubrieron los mecanismos de división de las células y de la formación de los gametos, por medio de la mitosis y la meiosis. Negar hoy el significado del embrión equivale a ignorar el significado de la “molécula de la vida”, el ADN, descubierta en 1953 y que representa la explicación de cómo la información que aportan las células gaméticas, el óvulo y el espermatozoide, constituye un programa del que depende el desarrollo del nuevo individuo.
Para explicar el tema trataremos los siguientes cinco puntos:
1. ¿Qué es un «embrión»?
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da estas definiciones del embrión: «Ser vivo en las primeras etapas de su desarrollo, desde la fecundación hasta que el organismo adquiere las características morfológicas de la especie»; «en la especie humana, producto de la concepción hasta fines del tercer mes del embarazo» y «principio no desarrollado de algo». En síntesis, lo que nos está diciendo el diccionario de la RAE es que un embrión constituye la etapa inicial de una vida humana.
Si nos vamos a los diccionarios científicos especializados, encontramos en todos ellos definiciones parecidas. Así, Abercrombie y otros autores definen el embrión en su «Diccionario de Biología» como «el animal en proceso de desarrollo a partir del huevo fecundado»[1], mientras que Solomon y otros autores señalan en su tratado de Biología que el embrión «es el organismo multicelular en la fase inicial de la vida, antes de que salga del huevo, semilla o cuerpo materno, definición que aplicada a la especie humana se extiende hasta el término del segundo mes del desarrollo, después de lo cual se denomina feto»[2]. Finalmente, Rieger y otros autores, en el «Glosario de Genética y Citogenética» definen el embrión de los animales como «el organismo joven que surge de la célula huevo fecundada»[3].
Me parece significativo señalar que todas estas definiciones son anteriores a la tecnología de la reproducción humana asistida, que al proveer un método de producción de embriones en el laboratorio, es el factor que ha contaminado el panorama al convertir a los embriones en objetos manipulables.
2. La “diversidad” y la “identidad genética” se gesta antes de la fecundación: los gametos.
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, el inicio de la vida humana tiene lugar al terminar el proceso de la fecundación, con la formación del cigoto. Antes del cigoto no podemos hablar de vida pues para que de inicio la vida se necesita una información genética, que es solo parcialmente aportada por cada gameto.
Las dos células necesarias para completar dicha información son el gameto femenino, el “óvulo”, y el gameto masculino el “espermatozoide”, que proceden cada uno de un parental y poseen 23 cromosomas y una dotación génica simple. Tras la fusión de estas células, al cabo de unas horas, se habrán fundido también sus núcleos, dando lugar al cigoto, que ya posee 46 cromosomas y dos dotaciones génicas. El cigoto posee entonces una “identidad genética” propia por la combinación aditiva de genes paternos y maternos. Este ente celular así constituido es por tanto genéticamente diferente a cada uno de sus parentales. Pese a quien le pese, el inicio de la vida no es una cuestión opinable, sino una verdad conocida producto de una demostración empírica, y lo que la ciencia demuestra es que el embrión desde el estado unicelular, es ya “uno de nosotros”.
La diversidad genética humana se debe a que cada gameto aporta una combinación de genes distinta a la de cualquier otro gameto del mismo parental, debido a los fenómenos de la recombinación genética que se produce durante la gametogénesis, y particularmente durante el mecanismo de la “meiosis”. La denominación meiosis corresponde a un proceso que ocurre en las células madre de los gametos en los tejidos germinales, mediante el cual se producen dos divisiones celulares sin que medie más que una replicación del ADN. De este modo, el número de cromosomas y la dotación génica se reducen a la mitad, previo a lo cual se combinan genes de los cromosomas maternos y paternos debido a mecanismos de apareamiento seguido de roturas y reuniones de los cromosomas homólogos. Al final de la meiosis de cada célula madre habrán surgido cuatro células hijas con informaciones genéticas distintas. En la gametogénesis femenina solo uno de los cuatro productos meióticos madurará hasta dar lugar al óvulo, mientras que en la masculina los cuatro productos darán lugar a espermatozoides funcionales.
La diversidad genética de los gametos es básica para entender la “identidad genética” y esta es fundamental para entender y valorar lo que es propio y singular de cada ser humano, ya que, en lo biológico, cada individuo es el producto de lo que codifican sus genes: el sexo (varón o mujer), cualquier rasgo físico (color de ojos, color del pelo, color de la piel, etc.), el grupo sanguíneo, una enfermedad del metabolismo, etc., todo lo que corresponde a la información genética con sede en el ADN, contribuye a determinar nuestra identidad genética. Es importante saber que esta identidad queda establecida en el cigoto y no variará a lo largo de la vida. Una vez constituido el cigoto, los aproximadamente 21.000 pares de genes con sede en los 23 pares de cromosomas reunidos en él, ya no cambiarán –salvo alguna mutación somática ocasional-. El ADN es el responsable de nuestra identidad biológica como el DNI lo es de nuestra identidad civil. No habrá dos seres humanos con la misma identidad genética salvo en el caso de los gemelos monocigóticos. De ahí que se recurra al ADN cuando se tiene que hacer la identificación de unos restos orgánicos humanos en medicina forense o medicina legal.
3. La fecundación: el “big-bang” de la vida
La información reunida en el ADN es el único factor que determina de forma objetiva cuando tiene lugar el inicio de la vida, que no es otro momento que el final del proceso de la fecundación.
La fecundación natural tiene lugar en la parte alta de las trompas de Falopio, donde se desprende un óvulo y a donde ascienden los espermatozoides tras una relación sexual. A los efectos de entender el significado de la fecundación hay que saber que una vez que un espermatozoide contacta con la cubierta membranosa del óvulo, se produce la llamada “reacción acrosómica” y la pared del óvulo se trasforma para hacerse impermeable a otros espermatozoides. Al unirse el espermatozoide con el ligando ZP3, una glicoporoteína de la zona pelúcida que rodea y protege al óvulo, se produce la citada reacción acrosómica, mediante la que se liberan enzimas hidrolíticas como la hialuronidasa, acrosina y tripsina,. Las enzimas liberadas ayudan al espermatozoide a atravesar esta zona. Al mismo tiempo, se altera la permeabilidad de la capa externa a la membrana del óvulo y se inactivan los receptores específicos de especie para los espermatozoides en la superficie de la zona pelúcida. Esta reacción se lleva a cabo para impedir que otro espermatozoide llegue a contactar con la membrana plasmática del óvulo.
El espermatozoide también interviene en esta fase, alterando su metabolismo y su actividad a través de diversos canales iónicos de su superficie relacionados con modificaciones en el pH y en la entrada de ión calcio a partir de la interacción con las moléculas de la zona pelúcida.
La fecundación realmente es un proceso largo que requiera varias horas. Tras la entrada del núcleo del espermatozoide tenemos un ente que posee dos pronúcleos gaméticos de 23 cromosomas, el femenino, que aun no se ha terminado de aislar de los núcleos de las divisiones celulares meióticas que van a dar el óvulo y el masculino, aportado por el espermatozoide. Lo siguiente es que la célula gamética femenina se desprende de la información genética no necesaria, de modo que los cromosomas de tres de las células hijas producidas en la gametogénesis son expulsados en los corpúsculos polares y lo que quedan son los 23 cromosomas necesarios en el pronúcleo femenino restante. Lo inmediato es la activación metabólica del cigoto que sucede de forma secundaria a la liberación de iones calcio desde el punto de entrada del espermatozoide hacia el extremo opuesto de la célula, lo que traza el eje dorso-ventral del embrión y marcará las divisiones del mismo.
A continuación se funden los pronúcleos masculino y femenino. El ente así formado, el cigoto, es cromosómica y genéticamente humano, por contener una información completamente humana, constituida por 46 cromosomas, mitad paternos y mitad maternos. Queda conformado un embrión unicelular, el cigoto, que es de este modo la primera realidad corporal del ser humano. El cigoto es el punto exacto en el espacio y en el tiempo en que un ‘individuo humano’ inicia su propio ciclo vital.
Recordemos que, según el diccionario de la RAE, ser y existir son equivalentes, por lo que con toda propiedad podemos decir que en el momento en que existe una realidad nueva, viva y humana, queda constituido un “ser humano”.
Para el genetista y embriólogo C.H. Waddington, la vida humana se define como “la forma emergente que se desarrolla de forma continua desde sus estadios más tempranos”[4]. Es evidente que el embrión unicelular es el ente más temprano que marca el inicio de la vida.
La asimetría del cigoto crea el plano de división celular queorganiza el embrión bicelular, según los ejes corporales. De la primera división resultan dos células desiguales, y diferentes al cigoto, que constituyen el embrión en estado bicelular y que seguirán caminos distintos en el desarrollo
Las dos células en las que se divide el embrión unicelular tienen distintas concentraciones de calcio y, por tanto, distinta polaridad y diferente potencialidad. La que más calcio tiene se divide antes, originando un embrión tricelular. Las células ricas en calcio mantienen la pluripotencialidad, mientras que la célula no dividida y su descendencia, con menos calcio, comienzan a madurar para formar el tejido trofoblástico. El embrión es desde su estado inicial y durante toda la etapa preimplantatoria un ser individual formado por distintos componentes asimétricos y heterogéneos, cada uno de ellos determinados para seguir una línea de desarrollo y originar un tejido determinado.
Desde hace cerca de cuarenta años es también posible inducir la fecundación extracorpórea o in vitro[5]. La creación de embriones en el laboratorio por fecundación in vitro, no condiciona el carácter humano de los embriones producidos. Estos, sean o no implantados tras su producción, son a todos los efectos seres vivos humanos en la etapa inicial de su existencia, pues la artificialidad de su obtención no oculta su verdadera naturaleza biológica, en todo lo demás equivalente a los embriones procedentes de una fecundación natural.
Constituido el cigoto se pone en marcha el reloj de la vida, merced a la expresión secuencial y sucesiva de los genes en él reunidos. El transcurso de las primeras etapas se conoce con toda precisión, sobre todo diez años después de la culminación del Proyecto Genoma Humano y las evidencias de la Genética del Desarrollo, que se unen a los datos y observaciones de la Biología Celular y la Embriología.
4. La embriogénesis. Un desarrollo coordinado, continuo y gradual
Tras la fecundación, transcurridas no menos de 72 horas el embrión ha descendido desde las trompas y va a fijarse a la pared del endometrio para su anidación. Durante este tiempo el embrión va creciendo en número de células, por sucesivas replicaciones y divisiones celulares.
Una vez constituido el cigoto, todo el proceso embrionario es dinámico y continuo. Se produce un crecimiento a base de divisiones celulares precedidas de una replicación de la información genética del núcleo celular, conservándose en todas las células, ya desde el inicio de la vida hasta muerte del individuo, la identidad genética originada en el cigoto.
Las tres propiedades que caracterizan el desarrollo desde la primera división de segmentación son: “coordinación”, “continuidad” y “gradualidad”. Estas tres propiedades en su conjunto determinan que el embrión que va creciendo en número de células y en complejidad se deba considerar un todo integrado, y no un cúmulo o un amasijo de células como algunos pretenden considerar. El desarrollo del embrión tiene lugar de forma coordinada, debido a la existencia del programa de actividades genéticas propio del embrión establecido en la fecundación, un programa perfectamente regulado en espacio y tiempo. El desarrollo es continuo, ya que de una etapa se pasa a la siguiente sin solución de continuidad. El desarrollo es gradual, ya que transcurre paso a paso y a medida que va creciendo el número de células, se van estableciendo las diferentes rutas de especialización para dar lugar a un crecimiento paulatino en complejidad.
Aproximadamente a los tres días de la fecundación el embrión tiene el aspecto de una esfera compacta que se denomina «mórula», que en su evolución pasa por 8, 16, 32 y 64 células, llamadas «blastómeros». Muy al principio de estas fases, probablemente al finalizar el proceso de la fecundación y originarse las dos primeras células, tras la primera división de segmentación del cigoto, los blastómeros conservan su totipotencialidad, de modo que si se separasen accidentalmente una estas células, cada una podría dar lugar a un embrión, que por proceder del mismo cigoto serían genéticamente idénticas, originándose gemelos monocigóticos.
Transcurridos unos cinco días después de la fecundación comienza a introducirse líquido en el interior de la mórula para formar una cavidad, denominada «blastocele». Alcanzado este momento, el embrión se denomina «blastocisto» y posee en uno de los polos de la oquedad interna una agrupación celular que recibe el nombre de masa celular interna o más apropiadamente «embrioblasto». Las células que integran el embrioblasto constituyen las llamadas células madre embrionarias y darán origen a todos los tipos celulares de los diferentes tejidos, órganos y sistemas del individuo en formación. El blastocisto posee además una capa celular externa y aplanada que lo recubre y que se denomina «trofoblasto», de donde deriva la placenta.
Las sucesivas morfologías que se van sucediendo: cigoto, mórula temprana, mórula tardía, blastocisto y gástrula, no representan un cambio cualitativo en el embrión, se trata del mismo organismo que va creciendo de forma coordinada, continua y gradual en número de células y organizándose siguiendo sus propias instrucciones. Utilizando una terminología genética, a lo largo de la embriogénesis va cambiando el “fenotipo”, conservándose de forma invariable el “genotipo”. Las diferentes partes y tipos de células que se van produciendo son el producto de los genes que de forma diferencial se van expresando o silenciando durante el desarrollo. Esto significa que el desarrollo del ser humano obedece a un programa de regulación genética en espacio y tiempo.
Hacia el final de la primera semana del desarrollo, el blastocisto humano ha comenzado su anidación en la mucosa uterina mediante la introducción en esta de las células trofoblásticas próximas al polo en el que se encuentra el embrioblasto. Hacia el décimo cuarto día tras la fecundación se completa la formación de tres estratos celulares: ectodermo, mesodermo y endodermo y se inicia la morfogénesis. Tras quince días queda definido el plan general del cuerpo y da comienzo la organogénesis y la histogénesis.
Si bien la identidad del nuevo ser está codificada al completo en el núcleo de la célula huevo fecundada, el proceso del desarrollo se realiza en mosaico, con células y tejidos diferenciados. Durante el proceso de desarrollo se van produciendo modificaciones epigenéticas, que son responsables de la expresión de los genes contenidos en el genoma individual en cada momento y zona del embrión.
La Genética del Desarrollo, es una rama joven derivada de la Genética que explica los determinantes genéticos de la transformación morfológica observada a lo largo del desarrollo embrionario y fetal de los seres vivos. Los avances en esta especialidad y el análisis de los genomas han puesto en evidencia que, en lo que afecta a las decisiones de organización corporal, todas las especies pluricelulares poseen dos tipos de genes: los “genes estructurales” que son los responsables directos de las estructuras morfológicas, dado que cuando se activan dan lugar a los tipos de proteínas que determinan la función específica de cada célula, y los “genes reguladores”, que son los que dan las instrucciones de expresión de los genes estructurales tanto en tiempo como en lugar. La expresión de los genes estructurales se debe a las señales de activación o silenciamiento procedentes de los genes reguladores. Se trata de proteínas de señalización, factores de transcripción u otro tipo de factores que van a parar a las regiones reguladoras, activadoras, represoras ó promotoras próximas a los genes que se han de transcribir bajo su estímulo. La regulación implica un conjunto de modificaciones epigenéticas que alteran el ADN sin alterar su secuencia, afectando a la expresión de los genes.
Pero es muy importante recalcar que el embrión es un todo integrado en cada momento y que el programa de desarrollo se plasma en una perfecta coordinación e interdependencia de unas partes y otras a los niveles celular y molecular, debido al programa de actividades genéticas a lo largo del desarrollo. Repárese que desde la primera división celular el embrión tiene una organización polarizada, hererogénea y estructuralmente ordenada. No se trata de un mero conglomerado o acúmulo de células, término que según el diccionario de la RAE se aplica a la acción y efecto de unir cosas sin orden. Aunque todas las células tienen la misma información, en cada célula y en cada momento del desarrollo, de acuerdo con el lugar y el momento, se expresan solo los genes necesarios para esa célula y ese momento.
Durante el desarrollo se está produciendo una cascada de señales continuas y de mensajes de célula a célula y desde el entorno externo e interno de cada célula en el lugar del embrión que ocupa. De este modo, el embrión no es una suma de células sino un todo integrado. La palabra que mejor define este todo integrado es “organismo”. Lo que se desarrolla de forma coordinada, continua y gradual es un organismo, un ser humano en sus primeras etapas de desarrollo.
El embrión en su integridad es una realidad individual cuyas células están íntimamente integradas en un proceso dinámico de desarrollo continuo, por el cual, momento a momento y de forma gradual van aflorando las diferentes sub-organizaciones de una morfología cambiante. Poco a poco, de forma continua, el embrión crece y se transforma.
Es importante resaltar que, aunque la complejidad estructural aumenta, la identidad genética se mantiene invariable. De este modo, desde la fecundación estamos ante la misma realidad biológica única e irrepetible. El embrión es siempre el mismo ente biológico que se desarrolla. No se trata de un individuo en potencia, sino de un individuo humano que ha comenzado su existencia y en el que se cumplen todas las condiciones necesarias y suficientes para alcanzar de forma autónoma y continua todo el potencial para el que está genéticamente equipado.
Por tanto, podemos decir que: «cada vida humana es una vida única, que transcurre sin saltos cualitativos desde la fecundación hasta la muerte, por lo que el embrión y el feto, las primeras etapas de la vida, son biológicamente equiparables al recién nacido y al adulto. Se trata del mismo ser, la misma persona, de la que lo único que los diferencia es un factor temporal, que no debe convertirse en determinante para establecer diferentes categorías en un mismo individuo»[6].
Desde la perspectiva biológica cada individuo humano, primero embrión, luego feto y tras el nacimiento bebé, niño, adulto o anciano, es el mismo ser y por ello, desde las perspectivas antropológica y filosófica debería ser éticamente valorado siempre conforme a su condición y dignidad humana, y desde la perspectiva jurídica deberían habilitarse las normas necesarias para su protección.
Esto es algo que no se ha tenido en cuenta en varias de las leyes españolas actualmente vigentes, como la Ley 14/2006 de “Reproducción humana asistida”, la 14/2007 de “Investigaciones biomédicas” y la 2/2010 de “Educación sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo”, más conocida como “Ley Aido”. En todas ellas el embrión se considera un producto manipulable y queda desprotegida la vida del nasciturus hasta la 14ª semana. A esto responde la reforma de la ley del aborto propuesta en Diciembre de 2013 por el ministro de justicia, Alberto Ruíz Gallardón. En la exposición de motivos del anteproyecto de reforma se recuerdan las claras directrices del Tribunal Constitucional en su sentencia 53/1985[7]: «…el Tribunal Constitucional ha afirmado con rotundidad que la vida del concebido y no nacido- “nasciturus”-, en cuanto que encarna un valor fundamental garantizado en el artículo 15 de la Constitución Española- la vida humana-, constituye un bien jurídico protegido por la Constitución, que conlleva para el Estado dos obligaciones: la de abstenerse de interrumpir u obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado su carácter de valor fundamental, incluya también, como última garantía, normas penales».
5. Durante el desarrollo, una parte no equivale al todo
La síntesis de todo lo dicho hasta aquí es que el embrión y el feto son organismos humanos en sus primeras fases de desarrollo y constituyen las primeras fases de la vida del ser humano. Siendo cierto que la forma de vida inicial está constituida por una célula o unas cuantas células, las morfologías embrionarias crecientes y cambiantes constituyen un todo en todo momento. Y ¿qué es ese todo? El todo es un ente que compendia en un conjunto estructural, funcional, único e individual, al ser que vive su vida en un momento dado. Recurriendo una vez más a la RAE, este diccionario describe acertadamente a este ente como «organismo», al que define como un «ser viviente».
Desde la perspectiva espacial y temporal, tan incorrecto es considerar la vida humana solo en relación a una de sus etapas, minimizando o negando la realidad de la existencia en las demás, como pretender diluir el todo, como si de un amasijo de elementos más simples se tratara. La vida, cada vida, debe considerarse en su integridad existencial, como el ser que vive en un momento dado, pero también en su integridad estructural, constituida por partes que componen un organismo completo, por muy complejo que este sea. En el caso humano, como en general en los seres superiores, la complejidad va en aumento ya que se parte de una célula totipotente –el cigoto-, para ir creciendo a lo largo del desarrollo hasta llegar a un organismo con billones de células especializadas y repartidas en los cerca de 220 tipos de especialidades pertenecientes a diferentes tejidos, órganos y sistemas, pero todo este proceso es dinámico y continuo.
El cuerpo humano alcanza una complejidad extraordinaria en la que los billones de células que lo constituyen repartidos en los tejidos, órganos y sistemas que lo integran están funcionalmente coordinados de tal modo que, cada célula en cada momento del desarrollo y en cada etapa de la vida, tiene una función específica que es necesaria y útil para el resto del organismo. Cada parte es necesaria para el buen funcionamiento del conjunto. Algunas funciones son temporales y se pierden o se sustituyen tras haber sido útiles. Otras aparecen nuevas más o menos tarde a lo largo de la vida, pero la vida es un continuum que transcurre desde la fecundación hasta la muerte sin pérdida de continuidad. Algunos ejemplos nos pueden ilustrar los cambios de algunas estructuras o de su función a lo largo del tiempo, como las distintas globinas de las células de la sangre (embrionaria, fetal o de adulto), o los órganos que tras cumplir un papel trascendental en la etapa fetal se eliminan tras el nacimiento, como la placenta o el cordón umbilical, o la modificación de la dentición, que no aparece en el recién nacido, pasa a la dentición de leche tras el nacimiento para finalmente, en la etapa infantil, ser sustituida por la dentición definitiva. ¿Diríamos que el individuo que aun no tiene las globinas alfa o beta en sus hematíes, o la dentición definitiva, o que aun está envuelto en la placenta no es un ser humano? De este modo, señalar que el embrión o el feto son un conglomerado de células es perder la perspectiva temporal inherente a la vida.
Tras todo lo dicho solo nos resta invocar al sentido común y exigir que se tengan en cuenta los datos de la ciencia… no los del siglo XIX o XX, sino los más actuales que han dado a conocer todo el maravilloso proceso de la vida humana, en sus etapas más ocultas a la vista y por ello desconocidas hasta hace unas décadas. Pero hoy conocemos con un gran detalle a los niveles genético, molecular, celular, fisiológico y morfológico todos los acontecimientos que transcurren durante el ciclo biológico del ser humano en sus primeras etapas, desde la fecundación y durante la embriogénesis y morfogénesis. Extendamos y apliquemos por tanto las mismas normas de respeto a la dignidad de la persona a estas etapas de la vida, ya que la vida humana debe ser respetada siempre y considerada un fin en sí mismo y no tratada como un objeto o un medio para otros fines.