Por José M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa
Es evidente que el Papa Francisco, ya desde los primeros tiempos de su pontificado, ha logrado despertar en muchísimos una gran simpatía para con su persona, así como una gran atención a sus palabras. Lo cual, a su vez, ha repercutido ampliamente en la misma prensa mundial. Precisamente hoy, día 13 de marzo, se cumple el primer año de su elección como Papa. Un buen momento para agradecer tanto bien como está haciendo y también para recordar algunas de sus ideas especialmente significativas. Concretaremos esto en una temática particular, la cual ha tratado con meridiana claridad y reiteradamente, me refiero a la defensa de la vida humana y a la condena del aborto.
Por José M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa
Es evidente que el Papa Francisco, ya desde los primeros tiempos de su pontificado, ha logrado despertar en muchísimos una gran simpatía para con su persona, así como una gran atención a sus palabras. Lo cual, a su vez, ha repercutido ampliamente en la misma prensa mundial. Precisamente hoy, día 13 de marzo, se cumple el primer año de su elección como Papa. Un buen momento para agradecer tanto bien como está haciendo y también para recordar algunas de sus ideas especialmente significativas. Concretaremos esto en una temática particular, la cual ha tratado con meridiana claridad y reiteradamente, me refiero a la defensa de la vida humana y a la condena del aborto.
1. Cuánto más indefensos son los seres humanos, tanto más deben ser preferidos. Motivo por el cual los concebidos pero aún no nacidos, deben ser especialmente preferidos: “Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo” (Exh. Ap. Evangelii gaudium, n. 213).
2. El deber de defenderlos no es obscurantismo, sino lo único que merece llamarse humanismo. Los mismos derechos humanos, y la misma dignidad humana, exige que sean defendidos. No podemos vendernos a los poderosos y a los ricos: “Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno” (Ibidem, n. 213).
3. Basta el juicio de la razón humana para saber que es inmoral abortar, que no se puede ir contra el ser humano, que se ha de estar de la parte del hombre, a favor del hombre: “La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»” (Ibídem, n. 213).
4. Siempre será válido que abortar es inmoral. Abortar no es progresista, ya que nunca será lícito ir contra el hombre hasta causar su destrucción, su muerte violenta. Abortar no es progreso, sino retroceso, no es luz, sino tinieblas y oscuridad: “Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (Ibidem, n. 214).