Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo. Miembro de CíViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz, el 3 de Febrero de 2018.
Estamos encarnados, aquí y ahora, para vivir la experiencia humana hasta el final de nuestros días en este planeta. Pero no sabemos ni el cuándo ni el cómo será el final. Nos hemos acostumbrado a que el final de quien tiene más años será antes del que tiene menos, o que los padres se irán antes que los hijos. Pero no siempre es así. Como decía Petrarca: «nadie es tan joven que no pueda morir hoy».
De hecho, la vida incluye lo que llamamos «muerte». O la muerte es parte de la vida. Pero olvidamos lo que somos. No solo somos cuerpo. No somos solo el coche con el que nos movemos. Somos, y a veces lo olvidamos, el conductor. El coche puede dejar de funcionar porque tiene fecha de caducidad, pero el conductor no. El conductor no tiene fecha de caducidad, es anterior al tiempo y al espacio. Pero no nos gusta hablar de ello. Nos hemos acostumbrado a hablar erróneamente de la «muerte», como final de la vida. Es un error que además produce miedo.
La vida que tenemos y se nos ha regalado, es vida sin final. La muerte no existe. Lo que venimos llamando «muerte» es un «tránsito» de esta forma encarnada, visible, a otra dimensión distinta de la misma vida, no palpable y no visible a los sentidos. Dicho de otro modo, el «tránsito» es el «paso» del ser encarnado, a la vida del mismo ser, en un plano distinto a la visibilidad corpórea; a la vida en el «plano de luz» una vez liberados de las ataduras espacio corpóreas.
Suele llamarse «tránsito» tanto a la fase de desencarnar, lo que hemos entendido como «morir», como al proceso de pasar de esta dimensión a la nueva, distinta, invisible, transformada, pero viva -también del mismo ser-. Individualmente mientras estamos encarnados somos un ser infinito formado por millones de partículas vivas, autónomas y unidas, para formar el ser que somos (cada uno distinto).
En realidad toda la vida es una transformación vital, un continuo perfeccionamiento de capacidades interiores, energías, experiencias y toma de consciencia que nos cambia la forma de mirar, de amar, de valorarlo todo y valorarnos. En la medida que aflora esa consciencia, suele crecer la ilusión y la confianza, la experiencia y la paz, pero también la forma de mirar y de apreciar. Es como si en un momento dado descubriéramos lo que antes nos parecía imposible, o no lo veíamos. A veces, no lo descubrimos hasta que nos falta. Como si descubriéramos la importancia de una gota cuando llega al mar. Vamos hacia la unidad.
Sea en el momento que sea, el final de un familiar o un ser querido, produce dolor. Siempre es un imprevisto, tener que partir. Quien se va, tiene que aceptar que debe partir y transitar. No es fácil, y menos si se es joven. Se puede ayudar en ese trance. Al menos no se debería entorpecer. Antes o después, todos pasaremos por esos momentos. Admitamos que… «cada día es un regalo y no un derecho«.
Se puede aprender mucho de quien ha pasado por esa Experiencia cercana a la Muerte y ha vuelto para contarlo desinteresadamente, con una paz y un amor admirables.
Pero, el tránsito de un familiar o de un amigo, también es un imprevisto para quienes se quedan. Los lazos de amor son tan hermosos y tan fuertes, que van hacia arriba y hacia abajo. Amar es dejar partir. Pero también, partir, es dejar aquí a quien se amaba.
Podemos acompañar y hacer que no se sienta solo quien se va, durante el proceso de irse. Cada día sabemos más del «proceso de tránsito» y los seres queridos que le precedieron saldrán a su encuentro y le acompañarán hacia el plano de luz y el amor. Cuando abandona el cuerpo, todo cambia, para el ser que transita.
Pero no cabe duda de que la soledad de quien no transita es muy dura. ¡Hay que seguir viviendo! También para nosotros todo ha cambiado. Todo, menos el ser que somos, nuestra consciencia, el amor, su recuerdo y el hoy aquí y ahora.
El que se queda y… los que siguen caminando.
¡Qué lejos queda todo, cuando se sufre y un ser querido tiene que partir! ¡Qué lejos de todo lo que nos rodea nos deja un ser querido con su ausencia! Parece el punto de partida de un trayecto en un paisaje desconocido.
«El tránsito de un ser querido» cambia la vida y deja sumidos en soledad a quienes quedan, y obliga a afrontar una etapa nueva de la existencia terrena, con interrogantes pero con valentía para nuevos compromisos o retos. Cuando expira, todo cambia en un instante. Todo, menos uno mismo. Todo, menos «el yo que soy». Para él y para nosotros.
El recuerdo, «su» recuerdo, y «su» amor ausente de nuestro corazón pero presente en él, no se borran ni de noche ni de día. Todo tiene un por qué y un para qué. También el morir. Las llagas que creemos que no se van a cerrar nunca, el tiempo y la esperanza con manos suaves, las van cerrando. La fe -como quiera que uno la entienda-, ayuda mucho. Decía Santa Teresa: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda«. Como ayer, a pesar de la noche, hoy amanece, para que recordemos que estamos vivos y algunos siguen a nuestro lado. ¡No estamos solos! La familia ha cambiado no se ha deshecho.
Es una nueva oportunidad de crecer replanteándonos el futuro tras la ausencia del ser querido. El tiempo nuevo, sin la persona que hasta ahora caminaba a nuestro lado, como padre o madre, como esposo o esposa, (o pareja) como hijo o hija, o compañero/a del alma, abre una etapa desconocida. Debemos hacer ese camino sin ver a quien nos ha dejado, pero seguros de que -como fue hasta ahora- va a ser «un camino de bondad, que conduce -según Siddharta Gautama-, a la iluminación y al despertar».
Cada uno puede decir: «soy», estoy vivo y voy a vivir intensamente; cuento con el apoyo de quien se fue y quien lo recibió. Voy a ser feliz. Es un don que nadie nos ha arrebatado. Como escribió la australiana Holly Butcher, de 27 año: «Nunca sabes el tiempo que tienes en esta tierra así que no lo malgastes«.
Esta joven, enferma de cáncer, fue consciente de su estado y sabiendo que iba a morir escribió, poco antes, una carta que, como un relámpago, ha recorrido el mundo a través de facebook, iluminando a muchos y cambiando la vida de otros.
Holly partió rodeada de sus familiares el 3 de enero de 2018, al día siguiente de que su familia publicara su carta en Internet que comenzaba así: «Tengo ahora 27 años y no me quiero ir. Amo mi vida, soy feliz. Se lo debo a mis seres queridos. Pero no tengo el control«.
Lo que esa joven australiana dijo en su carta, tiene toda la carga de quien siente lo que dice y dice lo que siente, sinceramente. Posiblemente todo un propósito vital. Aunque se puede decir de otra manera, hay que reconocer que lo suyo es un testamento vital. Se puede escuchar o no lo que dijo pero ciertamente puede ser todo un programa. Lo comparto, como ha hecho su familia, para quien no lo conozca.
¡No te quejes tanto de la gente!… y ayuda más a los demás.
Haz lo que puedas para que tu tiempo sea digno y grandioso, sin tonterías.
Trabaja igualmente duro en encontrar tu felicidad mental, emocional y espiritual también.
Da, da, da. Es cierto que te sientes más feliz cuando haces cosas por otros que cuando las haces solo para ti mismo. Ojalá yo lo hubiera hecho más.
Al estar enferma me he encontrado con las personas más maravillosas y he recibido palabras y pensamientos con gran cariño de mi familia, amigos y desconocidos. Más de lo que podría devolver. Nunca lo voy a olvidar y siempre voy a estar agradecida por tener a esas personas cerca.
El tiempo de los demás es valioso… Prepárate con tiempo y aprecia el hecho de que tus amigos quieran compartir su tiempo contigo (…). ¡Te vas a ganar su respeto!
Fúndete con la naturaleza.
Intenta disfrutar cada momento, en lugar de atraparlos con la pantalla de tu teléfono. La vida no está diseñada para vivirla a través de una pantalla, tampoco para tomar la foto perfecta… ¡disfruta cada instante!
Escucha música…
Hazle cariñitos a tu perro. (Al mío) lo voy a echar de menos.
Habla con tus amigos
Viaja si es lo que te apetece…
Trabaja para vivir, no vivas para trabajar.
En serio, ¡haz lo que te haga feliz!
Dile a tus familiares y amigos que los quieres, cada vez que tengas la oportunidad. Ámalos con todas tus fuerzas.
¡Ah, y una última cosa! Haz alguna buena acción por la humanidad( …)Te hará sentir bien!
De cualquier manera, esto son solo algunos consejos de una chica joven. Escucharlos o no es cosa tuya…»
https://es.stories.newsner.com/noticias/joven-muere-cancer-deja-potente-carta-facebook/
Es una carta a corazón abierto y comprensible para todos, aquí y ahora. El tiempo no existe por sí mismo, ni fuera de nosotros. Ella, como el ser querido que se nos va, se ha ido, pero quedamos nosotros, caminantes. Tenemos que adaptarnos para seguir viviendo y creciendo.
Nosotros, individualmente, somos los miembros que, afectados por la realidad de la ausencia, tenemos que cambiar para ser más lo que somos, sin desfallecer en el intento. Nuestra dignidad como personas es única. Podemos dejar una impronta indeleble en la familia que nos queda, en la sociedad y en la humanidad. Hay algo seguro que no cambia: cada uno somos, vivimos y crecemos. Cada día nos vuelve a la realidad con un nuevo reto: recordar lo que somos, no olvidarlo y ser consecuentes. Quienes están ausentes porque se fueron, nos duelen, pero también nos recuerdan que no estamos solos. La unión con ellos es la meta.