Por Roberto German Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 25 de mayo de 2018
Para el trato debido a la dignidad de todo ser humano y distinguir la sedación paliativa de la eutanasia, y no caer en ella, tiene suma importancia distinguir la acción de “dejar morir” (no en el sentido de dejación de los deberes de asistencia hacia el enfermo, sino cuando no hay terapia y la enfermedad es irreversible) de la acción de “matar”.
El médico no debe pretender la muerte del paciente, sino que deja de intervenir en un proceso abocado a la muerte. El médico, que “deja morir” al paciente, no persigue su muerte directa, sino que le deja en situación de que muera de muerte natural.
Cuando se administran fármacos en la dosis necesaria para controlar los síntomas (en la sedación paliativa), el efecto deseado es el alivio del sufrimiento, el efecto indeseado es la disminución de la conciencia, pero la muerte no puede considerarse como el efecto indeseado, ya que el paciente fallecerá a consecuencia de su enfermedad.
Esto no es óbice para la existencia de aplicaciones médicas imprudentes de la sedación paliativa por debajo de los estándares recomendados, abusos en su aplicación, o un uso inadecuado o inapropiado de la misma (sedación paliativa por incompetencia del profesional).
Se pueden denominar usos inadecuados de la sedación paliativa cuando se administran sedantes a un paciente con la intención de aliviar síntomas, pero en circunstancias clínicamente inapropiadas, como por ejemplo, cuando no se ha realizado una cuidadosa evaluación clínica del paciente y se consideran como refractarios (aquellos que no pueden ser controlados con los tratamientos disponibles) síntomas que en realidad no lo son; cuando no se toman en cuenta factores reversibles que podrían corregirse para aliviar esos síntomas sin necesidad de recurrir a la sedación paliativa; o cuando el médico dilata innecesariamente la decisión de iniciar la sedación, por temor a sus efectos adversos o a los riesgos que lleva aparejados.
No es apropiado ni adecuado usar la sedación paliativa para acelerar la muerte del enfermo terminal como primera intención, ya que al administrar dosis de sedantes más altas que las que el enfermo necesita médicamente, se causa la muerte del paciente.
Un médico abusa de la sedación paliativa al indicar dosis de sedantes ostensiblemente más altas de las que se necesitan para un adecuado control de síntomas, con la intención encubierta de acelerar la muerte del enfermo; o cuando recurre a una sedación profunda en caso de pacientes que no presentan síntomas refractarios, con el objetivo oculto de afectar negativamente sus funciones vitales y causarle una muerte anticipada.
Por eso es importante que los equipos que atienden a enfermos en fase terminal tengan una probada competencia en los aspectos clínicos y éticos de la sedación paliativa, a fin de que ésta sea indicada y aplicada adecuadamente y evitar así indicaciones no correctas.