Por Emilio García Sánchez, Universidad Cardenal Herrera – CEU, Publicado en Cuadernos de Bioética XV 2014/1ª
Desde que en 1978 nació la primera niña probeta —Louis Brown—, se cuentan por miles los niños que vienen al mundo por fecundación in vitro. Muchas familias acuden a clínicas de reproducción asistida para tratar su problema de infertilidad y tener un hijo.
Por Emilio García Sánchez, Universidad Cardenal Herrera – CEU, Publicado en Cuadernos de Bioética XV 2014/1ª
Desde que en 1978 nació la primera niña probeta —Louis Brown—, se cuentan por miles los niños que vienen al mundo por fecundación in vitro. Muchas familias acuden a clínicas de reproducción asistida para tratar su problema de infertilidad y tener un hijo.
Los hijos nacidos de este modo son seres humanos dignos. Sus padres los quieren y se entregan a ellos de modo admirable, un comportamiento propio de amor de padres. Ahora bien, ¿justifican éticamente estas bondades cualquier modo de desear un hijo y tenerlo? ¿Es radicalmente un acto de amor humano desear hijos y satisfacer el deseo de tenerlos a través de ese modo artificial? ¿Resulta igual de humano y de digno desearlos eligiendo la fecundación in vitro que desearlos a través de una relación amorosa en la que el hijo surge como fruto de esa donación interpersonal? Resuelvo tales interrogantes de la mano de un sugerente análisis ético elaborado entre otros por Rhonheimer y Carrasco de Paula. En síntesis, sólo la unión sexual íntima y amorosa entre un hombre y una mujer —si es incondicional— puede constituir la causa digna de la existencia de un ser humano.
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