Por Roberto German Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 6 de octubre de 2019.
Los expertos hablan principalmente de dos paradigmas de familia erróneos: el hiperprotector y el “democrático-permisivo”. En el primero, los padres reemplazan a los hijos, absolviendo a los hijos de toda responsabilidad en el que los padres se ponen en el lugar de los hijos, para compensar su supuesta fragilidad. En el segundo, los padres e hijos son amigos y, en consecuencia, desaparece la autoridad.
Ambos “modelos” tienen en común la absoluta falta de deberes de los hijos; de una u otra manera, los padres responden siempre afirmativamente a las peticiones de los hijos. Esta tendencia a darlo todo incondicionalmente sin recibir nada a cambio impide el desarrollo del sentido de la realidad y de la capacidad de soportar cualquier clase de frustración. Con la intención de no hacer sufrir a los hijos, sometiéndolos a los pequeños fracasos y a las dificultades típicas de la juventud, estos padres crían a unos individuos incapaces de resolver ninguna situación problemática.
Por otra parte, la obediencia no debe ser un acatamiento ciego sino basada en la responsabilidad. Desgraciadamente, la conciencia de las propias acciones y la evidente incapacidad de los padres de ponerles coto no sólo provocan el incremento de las acciones desviadas, sino también la descalificación de los padres, a quienes los hijos consideran incapaces.
A los niños, esta situación carente de normas y límites les parece, en un primer momento, muy agradable, al estar así autorizados a hacer lo que quieran, pero cuando por la fuerza de las cosas se encuentran en situaciones en las que han de hacer frente a un problema, resulta disfuncional. Por lo tanto, los niños/as también deben aprender a respetar estas normas y límites. De ahí, la necesidad de tenerlas que permitan a los hijos experimentar su autonomía y autocontrol.
En concreto, las normas han de ser reales, claras, concretas, con consecuencias si no se cumplen, constantes y coherentes. Así las normas son necesarias para que la organización familiar funcione, eso sí, siempre dichas y hechas con afecto, cariño y cercanía, es decir, con amor.
Por su parte, los límites permiten al niño saber lo que está permitido y lo que está prohibido. A través de los límites fomentamos que el niño se sienta seguro a la hora de enfrentarse al mundo y a diferentes conflictos.