Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, socio de CiViCa, doctor en filosofía, matemático
La ciencia claramente ha demostrado que lo que lleva dentro una embarazada no es otra cosa que un niño, así como que el aborto es dar la muerte a este niño.
¡Hoy día se ven cosas más raras que un perro verde! Así, en estos días, en relación al aborto, se ha desatado una polémica que muestra hasta que absurdos se puede llegar cuando lo único que cuenta es lo políticamente correcto, esto es, la imposición totalmente totalitaria que cae sobre las personas humanas como la espada de Damocles.
En efecto, en estos días se ha hablado mucho de impedir la posibilidad de que una mujer pueda pedir observar lo que lleva dentro, y de que pueda ser atendida su petición, antes de que ella aborte. Se ha hablado de impedir que pudiera ver y oír lo que ella lleva dentro. Así, llegar a permitirle, si ella lo solicitaba, que pudiera llegar a oír el latido del pequeño corazón que lleva consigo, es algo que se ha llegado a tildar de violencia contra las mujeres.
Y, esto, que no han de ver ni oír, no sólo se ha afirmado, sino que, como suele ocurrir en estos casos, se ha gritado hasta quedarse afónico. Resulta curiosa esta manera de querer imponer las cosas, con gritos y más gritos, y con amenazas. ¡No cabía esperar menos!
Ahora bien, ver, oír, es algo que es común a los hombres, a los caballos y a los gatos. Ver, oír, no significa ni siquiera que uno entienda lo que está viendo u oyendo. Algunos ven, y no entienden nada. No todas las personas, mirando una misma cosa, entienden del mismo modo esta cosa. Así, dos personas pueden ver una pintura abstracta y cada uno de ellos puede interpretar de manera diferente lo que ha visto. También se tiene que todo hombre físicamente sano, ve y oye, aún si intelectualmente duda de todo. Su espíritu duda, sus ojos ven. Un escéptico se escapó cuando vio que iba hacia él un perro rabioso. Aunque era escéptico, no dejaba, pues, de ver. En fin, una cosa es ver y otra es entender.
Entre los hombres se dan muchas discusiones sobre las ideas. Incluso, aunque lo inmediatamente evidente no necesita demostración, se llega hasta a discutir sobre las ideas inmediatamente evidentes.
Pero, lo realmente difícil es llegar a encontrar un intelectual, de una u otra línea, que llegue a dudar de que la observación meramente empírica es un tipo de conocimiento que merece tenerse en cuenta. Lo primero es sentir.
Además, los hechos son hechos. Los hechos son indiscutibles. Si tampoco aceptáramos los datos meramente empíricos, entonces sí que ya estaríamos totalmente a oscuras, y ya entonces sería un cerrar la luz e irse.
Imponerle a una mujer, contra su voluntad, que no pueda ver ni oír, es lo mismo que ponerle una venda en los ojos y, a la vez, obturarle los oídos con tapones de cera reforzados. Es decirle, tú quieres ver, pero esto no cuenta, pues yo no quiero que veas, lo que cuenta es sólo lo políticamente correcto, la ideología del partido o de mi corriente ideológica, y te impido, pues, que tú veas, tú que, simplemente, no cuentas. Es decirle, tu quieres ver, yo no quiero que veas, te vuelvo pues ciega y sorda, tu no puedes ver ni oír.
Es también decirle, no puedes ver ni oír, no sea que hicieras algo por ti misma, que te pusieras en contacto visual o auditivo con lo que llevas, no sea que llegaras a pensar, ya sea pensar en un sentido, o en el sentido opuesto, no sea que emitas juicios personales, no sea que razones, no sea que desarrollaras tu personalidad.
Además, a través de los sentidos, descubrimos, a veces, la verdad de las cosas. Impedir el uso de los sentidos sólo se entiende si se tiene miedo a que se pueda llegar a descubrir la verdad. Miedo muy comprensible, si se tiene en cuenta que todos los verdaderos científicos afirman que aquello que la mujer lleva en su seno no es un gato, sino un niño. Y, para saber que un niño tiene derecho a vivir, no hace falta ser muy inteligente, lo ven hasta los intelectualmente poco dotados.
Una mujer viendo lo que lleva es mucho más fácil que se convenza por sí misma que aquello que lleva es un niño y no que piense que es portadora de una rata o de un zapato o de un bicho que no se parece ni a su madre.
En estas imposiciones políticas, no ver ni oír, no hay sólo si se tiene como bueno o como malo el aborto, si es matar o no a una persona humana, si se lleva o no dentro a un niño, sino también la imposición sobre la mujer de lo políticamente correcto, quiera o no quiera ella. Lo cual, obviamente, es un acto muy totalitario. Quien no permite al otro que vea y escuche tampoco está dispuesto a que haya verdadera libertad de expresión. Y, si quiere seguir hablando de libertad de expresión, sólo es como mera maniobra política, pero, realmente, impidiendo el ejercicio de esta libertad. Afirma con los labios una libertad de expresión, que impide con los hechos.
En definitiva, dicho en una sola palabra, la mentalidad del que quiere impedir a toda costa ver y oír sólo puede ser la de aquel para el que LA DEMOCRACIA HA MUERTO, y en vez de la misma ha instalado un totalitarismo muy nefasto.