Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, miembro de CiViCa
Ya son muchos los que se dan cuenta de que la sociedad occidental ha devenido enferma. No obstante, no se halla en una situación irreparable. Aún puede ser curada.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué estamos así? No se ha esperado en Dios, Dios de la paz y del amor. Por el contrario, toda la confianza se ha depositado en el hombre. Ingenuamente confundido, éste, con el salvador del mundo. Es como si se creyera que sólo podemos usar la libertad para el bien. Es, como si, lamentablemente, no pudiésemos utilizarla mal. Es como si ya no recordáramos los malos usos de la libertad cometidos, por ejemplo, por los crímenes nazis en los infernales campos de concentración. Sin embargo, el perverso uso que han hecho de la libertad los terroristas en las recientes masacres de París, ha vuelto a mostrar cuán mal podía ser usada.
Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, miembro de CiViCa
Ya son muchos los que se dan cuenta de que la sociedad occidental ha devenido enferma. No obstante, no se halla en una situación irreparable. Aún puede ser curada.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué estamos así? No se ha esperado en Dios, Dios de la paz y del amor. Por el contrario, toda la confianza se ha depositado en el hombre. Ingenuamente confundido, éste, con el salvador del mundo. Es como si se creyera que sólo podemos usar la libertad para el bien. Es, como si, lamentablemente, no pudiésemos utilizarla mal. Es como si ya no recordáramos los malos usos de la libertad cometidos, por ejemplo, por los crímenes nazis en los infernales campos de concentración. Sin embargo, el perverso uso que han hecho de la libertad los terroristas en las recientes masacres de París, ha vuelto a mostrar cuán mal podía ser usada.
El mito del progreso indefinido, el de la confianza ilimitada en la ciencia, en el poder de la tecnología, en la potencia del desarrollo económico,…, han permitido que Occidente se durmiera en los laureles, no realizando el esfuerzo que la altura de los tiempos requería. Se ha optado, no por el remedio, sino por la anestesia. Se ha elegido el mito en vez de ser críticos con las limitaciones del tiempo actual. Así, en vez de fortalecer las sociedades, se ha mirado hacia otro lado ante hechos como éstos: la crisis de valores, los problemas derivados de la grave disminución de la natalidad, la decadencia de Occidente,…
Se ha creído que bastaría la fuerza y el consenso para resolver los grandes problemas sociales. Se ha identificado el consenso con la unión de fuerzas. Pero, esta unión, aparentemente grande, resultará muy débil si no está sostenida por valores y convicciones. Sin convicción, sin valores, no se construye sobre roca, sino sobre arena.
Es claro que la situación tiene solución, hay lugar para la esperanza. Urge recuperar los grandes valores, los recursos potentes, el gran patrimonio cultural atesorado por Occidente en el decurso de los siglos. Esto incluye, evidentemente, el verdadero humanismo. Humanismo que defiende los derechos humanos, y no por mero consenso, sino por convicción. En particular, defiende el derecho a la vida humana, fundamento natural de todos los otros derechos. Se trata de un humanismo que reconoce la dignidad de toda persona. Sería ilusorio creer que se ha recuperado este humanismo si sigue negándose el derecho a la vida de los hijos concebidos y aún no nacidos.
En suma, una sociedad fuerte estará en mejores condiciones para ser respetada que una sociedad débil. Pero, esta fortaleza, y, por tanto, este rejuvenecimiento social, no podrá esperarse solamente de cosas meramente externas como el consenso, la mera coacción externa,… Por el contrario, habrá nuevo vigor si hay elevación, convicciones, valores, verdad, respeto a la vida humana, también a la vida humana concebida y aún no nacida. De este modo resultará más fácil hacer frente a la amenaza mundial terrorista.