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Por José María Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, socio de CiViCa, matemático. Publicado en www.catholic.net. Recibido en CiViCa el 8 de diciembre de 2022.

A veces se hace el falso planteamiento que se expone acto seguido. Las religiones difieren en sus contenidos, y, por lo tanto, difieren entre sí los que las siguen. Además, hacen que creyente e increyente difieran en sus convicciones. Por lo tanto, crean una división. Para obtener la paz, se han de evitar las divisiones. Luego, para que haya paz, se ha de crear una nueva religión, religión universal, hecha por los hombres, que una a todos en lo único que puede unir a todos, esto es, en la razón. Esta nueva religión, pues, ha de consistir sólo en contenidos de razón. Cuando se consiga esta alianza, habrá la paz.

Algunos, lamentablemente, también, se avergüenzan de la verdad católica, de sus creencias específicas, como si el tenerlas fuera algo que contribuyera a romper el clima de paz con sus amigos, y, por este motivo, las esconden tanto como pueden.

El planteamiento con el que se empezaba este artículo es un planteamiento claramente falso, y ello, por muchos motivos.

En primer lugar, es un delirio pensar que todos los hombres son capaces de comprender y asentir a una tal construcción de razón, a esta nueva religión. Sólo una parte pequeña de la humanidad es capaz de seguir razonamientos de cierta complejidad. Esta religión, jamás podría, pues, ser la religión de la humanidad, la religión universal, según nos prometen, sino sólo la religión de unos pocos, de unos intelectuales, de una ínfima minoría.

Además, ¿de qué razón nos hablan? Pues, en muchos contemporáneos parece que se ha perdido el sentido común, y que la razón se ha vuelto loca. En el mundo, no sólo hay razón rigurosa, razón verdadera que halla la verdad, la realidad de las cosas, sino también razón sinrazonada, y tantísimos delirios de la razón, así como locuras, que no habrían de merecer el nombre de razón. ¡La misma historia de la filosofía no cuenta sólo con sabios, sino con muchos locos, por muy famosos que sean! Basta, en la actualidad, con pensar en tantas ideologías: la cultura de la muerte, la mentalidad pro-abortista, la ideología de género, el feminismo radical, etc. Ya es hora de estar de vuelta de la ingenuidad de creer que el progreso de la ciencia lo resolverá todo, ya que a nuestras espaldas tenemos las guerras mundiales, y tanto mal hecho por la ciencia cuando ésta ha sido usada al margen de la moral y de la religión, una ciencia dotada de tanto poder que puede llegar a destruir el mundo. La altura de los tiempos impide seguir en el mito de la razón, la razón salvadora de los que se autoproclaman intelectuales. Tampoco puede dejarse de tener en cuenta que muchos de los que proclaman esta nueva religión no son coherentes con la razón perenne, sino muy arbitrarios en materia de razón, y, además, contrarios a la verdadera religión revelada y a la Iglesia católica.

Desde la mirada de la fe católica, que es la verdad, Cristo nos ha venido a traer la paz. El mal se lo hace el hombre a si mismo cuando rechaza la paz que Cristo nos ha traído. Las guerras mundiales han llegado precisamente cuando el hombre se ha entregado a una libertad totalmente independiente de Dios.

Cabe, además, una mirada desde fuera de la fe, es lo que hizo el catedrático de ética, de la Universidad Central de Madrid, el intelectual Manuel García Morente, en España, en 1934, el año en que hubo los mártires católicos de la revolución de Asturias. Esto es, este pensador, que, por aquel entonces, desgraciadamente, aún estaba luchando contra la fe católica, tuvo la honestidad de reconocer que el que había inventado el amor era Cristo. Esto es, que Cristo, en toda la historia de la humanidad, es el que nos ha traído el amor, el que más ha sabido de este valor, y el que más ha sabido comunicarlo. Su ceguera para con la fe católica le impidió sacar las importancias consecuencias que se derivaban de esto mismo. Esto es, de lo dicho por García Morente, se sigue que, siendo Cristo el que nos ha traído el amor, y siendo la religión cristiana verdadera la que nos comunica este amor, esta religión no puede sino unirnos, pues el amor, une, mientras que el odio, separa, disgrega. Más aún, toda la religión cristiana, toda la religión católica, se reduce a amor. Ya lo decía san Agustín, ama, y haz lo que quieras, pues quién ama de verdad, quién ama según Dios, no hace el mal, sino el bien. Y, el amor, une. Todo creyente sabe que si todo el mundo amara como Cristo nos amó, como Él nos mandó en el mandamiento nuevo, este mundo sería una maravilla, habría una gran concordia en el universo.

Además, Dios es amor. Cristo es el príncipe de la paz. Cristo, verdadero y perfecto Dios, es, pues, una grandísima ayuda para la paz. Más quiere Él la paz que nosotros mismos la queremos. La paz sólo puede llegar a la humanidad como don de Dios.

Si el hombre tiene tantos dolores y tantos sinsabores es precisamente porque se separa de Dios. El hombre, y también la sociedad, al separarse de Dios, engendra su infelicidad y su desgracia. ¡Cuánto más feliz sería el hombre y cuánto más concorde la sociedad si se acercara a Dios! Lo palpamos constantemente con la mano, cuando la sociedad se aleja de Dios, le van mal las cosas al hombre, la sociedad empeora a ojos vista, aumentan los delitos, aún los peores.

Aserrar los contenidos revelados por el príncipe de la paz, Jesús, para nivelarlos a otras creencias, no puede ser ninguna contribución a favor de la paz, sino todo lo contrario, porque es un oponerse al plan de paz de Cristo.

Además, con la historia en la mano se demuestra que el cristianismo ha mejorado al mundo. Así, por ejemplo, la llegada del cristianismo humanizó el orbe, suavizó las costumbres, elevó mucho a la humanidad. Un mejoramiento que es una buena contribución a la paz.

Cuando en la historia de la humanidad algún cristiano no ha contribuido a la paz, no ha sido por ser cristiano, sino a pesar de ser cristiano. Ha sido su incoherencia con sus creencias cristianas lo que ha perjudicado a la sociedad.

En suma, cada vez más, dado el estado del mundo, se palpa la gran contribución de la religión cristiana a la paz del mundo, y el atentado a la paz que supone obrar fuertemente al margen de la verdad católica, de su fe y de su moral. Esta es una verdad capital, que nunca deberíamos olvidar, porque nos va mucho en ello.