Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética. Ex vocal del Comité de Bioética de España. Publicado en Páginas Digital el 18 de abril de 2024.
El pasado 8 de abril y tras cinco años de trabajo, se hizo público el documento “Dignidad infinita”, bajo el impulso final del cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, nuevo prefecto para la doctrina de la fe sucesor en el cargo del cardenal jesuita español Luis Francisco Ladaria Ferrer, promotor de este documento, desde julio de 2023. Según se recoge en la presentación del documento final, la elaboración ha seguido un largo proceso de reflexión bajo las directrices directas del papa Francisco, que quiso se resaltaran temas de carácter social en consonancia con el tema de la dignidad “más allá de toda circunstancia”, que ya habían sido desarrollados en su encíclica Fratelli tutti.
Dignidad infinita, abunda por tanto en la mejor tradición de la Iglesia con relación a la dignidad humana, pero con la originalidad de profundizar en nuevos aspectos de carácter social. Hace énfasis en que la dignidad no debe interpretarse o relativizarse, sino que se trata de una verdad universal, que todos estamos llamados a reconocer como condición fundamental e inalienable del ser humano, para que nuestras sociedades sean verdaderamente justas, pacíficas, sanas y, en definitiva, auténticamente humanas.
El Magisterio de la Iglesia ya había tratado el tema de la dignidad en los últimos años, especialmente en tres textos recientes de la Congregación para la Doctrina de la de que tratan sobre temas de Bioética: la encíclica Humanae vitae (1968), y las instrucciones Donum vitæ (1988) y Dignitas Personae (2008), bajo el impulso de san Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, respectivamente. Ahora, bajo el impulso del papa Francisco, la iglesia se ratifica en todo lo señalado en estos magníficos documentos y añade su sello particular con dos novedades especiales. En primer lugar, profundiza en el concepto de dignidad sin variar en su fundamentación teológica. ampliando su significado y sus consecuencias sociales. Por otra parte, relaciona una serie de temas sobre diversos aspectos de la dignidad humana que ocurren a nuestro alrededor en el mundo sin que parezcan afectar a la conciencia de muchas personas, incluso en el ámbito social y cultural cristiano.
Recuerda el documento en varias ocasiones el gran acontecimiento que supuso la Declaración Universal de los Derechos Humanos. aprobada hace 75 años por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cómo se abría un nuevo horizonte de respeto a la dignidad y a la vida humana tras los terribles acontecimientos bélicos ocurridos con anterioridad y cómo aquellos buenos principios parecen ceder en un mundo caracterizado por nuevas corrientes ideológicas en medio de una profunda crisis de humanidad.
En este sentido “dignidad infinita” es importante al suponer una denuncia a las desviaciones acontecidas respecto a las buenas intenciones de aquella declaración. Es evidente que cuando se hablaba de dignidad y derecho a la vida no se pisaba tierra firme. Es indiscutible, que la dignidad inalienable del ser humano que entonces se proclamaba no consideraba en profundidad su auténtico significado, pues parece haber sucumbido a los vaivenes culturales de las últimas décadas. ¿Cómo compatibilizar el derecho a la vida, el primero y fundamento de todos los derechos, con el derecho al aborto, a la eutanasia o al suicidio asistido?
En lo que profundiza “dignidad infinita” es en el verdadero significado de la dignidad en base al reconocimiento de una cuádruple perspectiva: ontológica, moral, social y existencial. El sentido más importante es el vinculado a la dignidad ontológica tal como se ha mantenido hasta ahora desde la perspectiva del humanismo cristiano y la bioética personalista. La persona tiene dignidad por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios. Esta dignidad no puede ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que pueden encontrarse las personas. Profundiza el documento en la dignidad humana, por encima de la argumentación en que se fundamentó en la Declaración de las Naciones Unidas de 1948.
De este modo, se reafirme el documento en un hecho primordial. La dignidad no es algo que se otorga en función de determinados dones y cualidades, sino que la poseen todos los seres humanos por igual y no puede perderse. En esto se ratifica lo que ya se significó en el Concilio Vaticano II, la «excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables».
Cuando se habla de la dignidad moral se refiere al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana. Depende de su decisión libre y responsable expresarla y manifestarla en plenitud o empañarla. El hombre es libre para mantener y enriquecer el horizonte ontológico de su dignidad y, aunque nunca va a perderla, puede manifestarse, crecer y madurar libre, dinámica y progresivamente en ella. El concepto de dignidad implica además el reconocimiento de la igualdad en dignidad de todas las personas. Esto supone el reconocimiento de la dignidad del otro y de los derechos que de ello se derivan, especialmente el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
En definitiva, el reconocimiento de la dignidad ontológica y moral es fundamental para la afirmación de los derechos y los deberes que determinan el marco en que deben desenvolverse las relaciones humanas. Propone el documento que es mejor hablar de derechos humanos que de derechos de las personas, ya que el concepto de persona es con frecuencia llevado a un terreno utilitarista. Con la radicalidad que caracteriza esta forma de pensar, solo se considera persona a quien tiene capacidad de razonar, o solo se considera persona quien ha alcanzado tal o cual cualidad… con lo que quedan excluidos de los derechos humanos los concebidos no nacidos, los embriones y fetos humanos, los discapacitados mentales, quienes por razones de un accidente hubieran perdido la conciencia de sí mismos o la capacidad de razonar. La dignidad no ha de basarse en estas u otras cualidades sino específicamente en la naturaleza humana inherente a cada ser humano.
Por eso nos recuerda dignidad infinita que la libertad de cada uno no puede desvincularse de Dios, máxima expresión de la verdad y del bien a que todos estamos llamados. Y por eso señala que cada persona está llamada a difundirse y a manifestar su fuerza humanizadora en todas las relaciones. Lo cual implica un compromiso social relacionado con el deber de reconocer la dignidad de todos los seres humanos.
Una vez asentados los fundamentos de la dignidad sobre la base de la existencia de todo ser humano, más allá de sus circunstancias, el documento en su último apartado, pasa a describir algunas de las violaciones graves de la dignidad humana en el mundo actual sin pretensión de ser exhaustivo.
En primer lugar, en consonancia con Fratelli tutti y Laudato sí, bajo el impulso del papa Francisco, el documento hace énfasis en la actual crisis de humanidad, no solo debida a los descuidos hacia el planeta o la naturaleza, sino, sobre todo, hacia nuestro prójimo. En consonancia con la más estricta tradición de la “doctrina social de la Iglesia” el papa Francisco se ratifica en el “drama de la pobreza” y la “cultura del descarte”, considerados como un atentado a la dignidad al hacer énfasis en las diferencias de oportunidades de unos y otros.
En la misma línea, el documento incluye otro de los temas más candentes de la crisis de humanidad del mundo actual, el fenómeno de la emigración. Se refiere especialmente a quienes procediendo de países pobres no son considerados suficientemente dignos ni en igualdad de condiciones para participar en la vida social en los países en mejor posición social y económica.
En el mismo contexto de las desigualdades y las vejaciones sociales, se incluyen como graves atentados contra la dignidad la trata de personas, los abusos sexuales y la violencia contra la mujer, toda una serie de fenómenos demostrativos de una cultura de violencia hedonismo e intereses económicos que promueve la explotación sistemática de unos seres humanos por otros.
En la relación de las aberraciones del mundo actual, “dignidad infinita” entra en los temas constitutivos de la llamada “cultura de la muerte”, e incluye como novedad en un documento recopilatorio de este tipo “la guerra”, que con su estela de destrucción y dolor, atenta contra la dignidad humana a corto y largo plazo y supone una derrota de la humanidad, la deserción y el abandono de los principios y valores que han permitido la prosperidad de la humanidad.
En consonancia con la denuncia de la cultura de la muerte, señala el documento el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido. Fiel a la tradición en favor de la vida como un don de Dios, “dignidad infinita” se pronuncia en favor de los concebidos no nacidos, los más vulnerables e indefensos. Denuncia el engaño del eufemismo de la “interrupción voluntaria del embarazo”, enfatiza en que, más allá de cualquier circunstancia supone un acto cruel contra la vida y señala que, además, de una grave ofensa a la dignidad humana, es una grave ofensa a Dios. Es una afirmación oportuna también dado el grave momento que atravesamos en Europa tras el infundado intento de incluir el aborto como un derecho humano fundamental en la carta magna de la CE.
Aunque no se refiera explícitamente a la fecundación in vitro y sus consecuencias para la vida de los embriones, que hoy son objeto de congelación, selección, utilización en investigación y eliminación cuando no responden a determinados estándares de calidad, pueden considerarse implícitamente incluidos por el pronunciamiento en favor de la vida desde la concepción en dos ocasiones a lo largo del documento.
En relación con las derivaciones de las nuevas técnicas de la reproducción humana asistida, el documento incluye un pronunciamiento, por primera vez desde el Magisterio de la Iglesia, en contra de la “maternidad subrogada”. Pone de relieve el grave atentado a la dignidad de la madre gestante y del niño, que más allá de la circunstancia de satisfacer el deseo de tener un hijo, lo cual no es un derecho sino un don, se convierte en un nuevo modo de utilizar a la mujer y convierte al niño en un objeto de compra-venta.
Del mismo modo, se añade a esta importante lista de temas, el descarte de los discapacitados, la ideología de género, el cambio de sexo y la violencia digital. En todos ellos hace énfasis en promover sentimientos de solidaridad y sentido de unidad de la familia humana y en definitiva un compromiso serio del reconocimiento de la dignidad de toda persona humana por encima de las cualidades físicas, psíquicas, culturales, sociales o religiosas.
Se trata de un documento valiente que, con el sello del papa Francisco, pone de relieve el respeto, el valor y el reconocimiento de la dignidad de todas las personas, la cultura del cuidado que debe encararse con un sentido amplio de humanidad, y basarse en una ética de la generosidad, la corresponsabilidad fraterna, la compasión y la justicia.
Finalmente, es de resaltar que por su profundización en el concepto de dignidad y por los temas que se incluyen en el documento, “Dignidad infinita” puede considerarse un complemento necesario y esclarecedor a “Dignitas personae”, publicado bajo el papado de Benedicto XVI en 2008.