Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 27 de junio de 2021
Si estamos aquí para aprender, la primera lección es que: «todo sucede por algo«. La segunda, es que «no todo lo que pensamos que es malo, es malo«, ni todo lo que juzgamos como malo, incluso la enfermedad, incluso el cáncer, incluso la muerte, -según la lección anterior- es malo. Y la tercera es que, «un sabio no es quien tiene más edad, sino quien tiene algo que enseñar«. En consecuencia, un enfermo, un niño o un moribundo, pueden enseñar, si cerca hay alguien con deseo de aprender.
Por eso, hoy vamos a fijarnos en… en lo que dicen algunos sabios…conocidos o menos conocidos.
Andrea Bocelli, a quien le encantaba jugar al futbol de pequeño, a los 12 años, «durante un partido, me golpearon violentamente en la cara con una pelota en el ojo derecho, el único con el que podía ver la luz y el color. Los médicos trataron de curarme con varias operaciones e incluso usaron sanguijuelas, pero no había nada que se pudiera hacer” y añade “Creo que los obstáculos que Dios nos da para superar son proporcionales a las fortalezas y habilidades que nos da para superarlos”.
El final de la estancia aquí. ¡Todo sucede por algo!
Lo digo, porque hoy 25 de junio, en España ha entrado en vigor la ley de la eutanasia que
«se puede definir como el acto deliberado de dar fin a la vida de una persona, producido por voluntad expresa de la propia persona y con el objeto de evitar un sufrimiento».
¿Qué sabe nadie del desarrollo de una vida, ni de la finalidad que ha escogido para estar aquí? Aunque un médico sepa -en general- más que un enfermo, no tiene derecho a decidir el futuro de nadie, esté sano o enfermo. El está para curar, acompañar, ayudar y no puede -por mucho que sepa- conocer el desarrollo vital, ni la misión que tiene en esta vida un enfermo, durante el tiempo que esté aquí.
El psiquiatra Brian Weiss, autor de grandes éxitos, dice en «su libro «Lazos de amor», que «el azar no interviene en el amor». Es decir, que todo sucede por algo. Y cuenta el caso de una madre, perdió a su hijo debido a un extraño cáncer cerebral cuando tenía diecinueve años y medio. Estaba desconsolada. Un mes después del fallecimiento del hijo, tuvo un sueño, en el que su hijo David le dijo: «No te aflijas tanto. Te quiero. Yo te elegí; no fuiste tú quien me eligió a mí».
En un homenaje público de despedida al Dr. J. Mayo, cardiólogo, en un momento dado, ante los invitados, se detuvo ante una familia de 3 personas adultas. Dijo, levantando un poco la voz: «este niño nació muerto». El «niño» al que se refería, tendría cerca de 30 años. Ante la exclamación de asombro general, prosiguió: «Era tanta la pena y el dolor que vi en el rostro de sus padres, que estuve intentando reanimarle mucho tiempo, incluso cuando algunos familiares me decían que no siguiera, porque el niño no daba señales de vida». Pero… ¡Lo había conseguido! ¡Se abrazaron entre los aplausos de los invitados! Aunque el Dr. Mayo ha fallecido hace unos años. Gracias a la amabilidad de Amparo, la esposa de Julio, tengo en mi poder el video de ese homenaje.
Agradezco a mis maestros, directos o indirectos, lo que de ellos he aprendido. Puedo no haber estado presente cuando «un sabio» habla, pero creo a quien estaba allí y a quien me lo ha hecho llegar.
Pongo a continuación tres hechos, como ejemplo de que todo sucede por algo. Nunca antes alguien había logrado impresionarme tan sensiblemente. Hago público eso momentos para que se pueda apreciar la sabiduría de las vivencias que transmiten.
primero, lo he escuchado yo mismo directamente a Laura García Marcos, madre de Vicky (que tenía un cáncer cerebral). Lo que me contó, lo publiqué en tres artículos, sobre El Sueño de Vicky en 2018. Transcribo aquí un párrafo de «Crónica de El Sueño de Vicky (y 3)» del 28-07-2018: «Cada uno es como es. Según la sensibilidad nos afectan las cosas, el dolor, y la pérdida de un ser querido. «El proceso de duelo» se fue interiorizando desde el principio, de forma más o menos consciente. Yo me agarraba a la posibilidad del 25% de los niños que nos decían que se curaba. Cuando Vicky fallece yo me hundo. ¡Vivía por y para ella! Pero nunca pensé que el momento de la despedida fuera uno de los momentos más dulces de mi vida.
Cuando nos deja, estábamos junto a ella y a todos nos ha quedado en la retina y en el alma la sonrisa que le quedó a mi hija.
Mis hijos decían: Mami, no hay sangre, no hay dolor. Todo lo que ellos -y todos- podían imaginar de la muerte, ni fue triste, ni duro. ¡Fue magia! Se durmió. Esa noche con ella -sin dormir- y Vicky con una cara de paz, de plenitud, no sé si porque estaba ya con Dios, fue de inmensa paz (enlace).
2) El segundo, sucedió en Austria y lo contó Warkanty, el conocido como «el padre de la Teratología» (estudio de las malformaciones congénitas).
El propio Warkanty, refugiado en Estados Unidos, le contó a su colega J. Lejeune, lo que el descubridor del trisoma 21 narra en «Les dossiers de l´écran«:
«En la noche del 20 de abril de 1889, llamaron a mi padre que era médico en Braunau, Austria, para dos partos. En uno de ellos nació un pequeño que gritaba muy fuerte; en el otro nació una pobre pequeñita, trisómica. Mi padre siguió el destino de esos dos niños. El chaval tuvo una carrera extraordinariamente brillante; la niña conoció un destino bastante sombrío. Y sin embargo, cuando su madre sufrió una hemiplejia, la chica con un mediocre coeficiente intelectual llevó la casa con la ayuda de sus vecinos, dando cuatro años de vida feliz a su madre postrada en cama. El viejo médico austriaco no recordaba el nombre de la pequeña. Pero nunca pudo olvidar el del niño; se llamaba Adolf Hitler». (Portada del libro de J.J.Esparza en Libros Libres).
3) El tercero, sucedió hace algún tiempo, (y está en Internet) aunque acaba de enviármelo Javier Vázquez, un amigo. Confieso que admiro, al médico que escucha, atiende y cuida a sus pacientes de principio a fin de su vida.
El sentido que damos a nuestra vida, incluso en la enfermedad y en fase terminal, no suele transcender del paciente al público y menos si es menor. ¿Cómo ve la muerte una niña con cáncer terminal? ¿Qué piensa de sus seres queridos? ¿Puede estar interiormente preparada para ofrecer, con la sabiduría de los sabios, una lección necesaria e inolvidable, para cualquiera? ¿El sentido y la paz con que se afronta el tránsito cuando llega, puede ayudar a vivirlo de forma natural y sin miedo? El pudor de la familia, no suele revelar lo que dice el enfermo antes de partir. Yo mismo, -como he dicho- he escuchado lo que me ha contado la madre de Vicky-. Su testimonio es impresionante, pero, no pude tener acceso a la vivencia y testimonio de la niña de 5 años con cáncer terminal.
Pero, de algún modo, gracias a un doctor tenemos LA MUERTE, EXPLICADA POR UNA NIÑA CON CÁNCER TERMINAL. En este caso, una niña de 11 años. (Ver foto la foto primera del artículo)
Como oncólogo con 29 años de experiencia profesional, puedo decir que he crecido y cambiado debido a los dramas de mis pacientes. No conocemos nuestra dimensión real hasta que, en medio de la adversidad, descubrimos que somos capaces de ir mucho más allá.
He visto el drama de mis pacientes, pequeñas víctimas inocentes del cáncer. Con el nacimiento de mi primera hija, empecé a sentirme incómodo viendo el sufrimiento de los niños. Hasta el día en que un ángel pasó a mi lado.
Se llamaba Laura y tenía 11 años. Estaba agotada por dos largos años de tratamientos diferentes, manipulación, inyecciones y todos los problemas que implica la quimioterapia y la radiación. La vi llorar muchas veces; también vi el miedo en sus ojos.
Un día llegué al hospital temprano y encontré a Laura sola en la habitación. Le pregunté dónde estaba su mamá. Todavía hoy no puedo contar la respuesta que me dio sin emocionarme profundamente.
«A veces mi mamá sale de la habitación para llorar a escondidas en el pasillo. Cuando muera, creo que mi mamá va a tener nostalgia, pero yo no tengo miedo de morir. No nací para esta vida»
» ¿Qué es la muerte para ti, cariño?» le pregunté.
Ella respondió: «Cuando somos pequeños, a veces nos vamos a dormir a la cama de nuestros padres y al día siguiente despertamos en nuestra cama, ¿verdad?»
«Así es, dije. (Me acorde de mis hijas, que en ese momento tenían 6 y 2 años, y con ellas pasaba eso).
Laura me contestó: «Algún día voy a dormir y Dios vendrá a buscarme. Me voy a despertar en su casa.»
Me quedé asombrado, sin saber qué decir. Me sorprendió la madurez con la que el sufrimiento había acelerado la espiritualidad de esa niña.
«Y mi mamá tendrá nostalgia», dijo.
Emocionado, sosteniendo apenas las lágrimas, pregunté: ¿Y qué es la nostalgia para ti, cariño?»
«La nostalgia es el amor que queda», me contestó.
Hoy, a los 53 años, reto a cualquiera a dar una definición mejor, más directa y más simple de la palabra «nostalgia»:
Laura se fue hace algunos meses, pero me dejó una gran lección que me ayudó a mejorar mi vida, a tratar de ser más humano y más cariñoso con mis pacientes, a repensar mis valores. Cuando cae la noche, si el cielo está claro y veo una estrella, imagino que es Laura.
Gracias, angelito, por la vida que tuve, por las lecciones que me enseñaste, por la ayuda que me diste. Qué bueno que exista la nostalgia. El amor que queda es eterno.
(Dr. Rogério Brando, oncólogo)
Ese final, es lo que sentimos quienes hemos perdido algún ser querido y seguimos por aquí.