Por Roberto Germán Zurriarain. Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 17 de febrero de 2020.
Ante la situación de pandemia por Covid-19 y la inestimable labor que están realizando profesionales sanitarios, Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, capellanes, voluntarios, transportistas, camioneros, trabajadores del sector de alimentación y de farmacias, personal de limpieza, conductores del transporte público, agricultores, ganaderos… escribo, como sencillo gesto de agradecimiento, esta reflexión, dedicada a ellos, valientes “soldados” que estáis en primera fila, y para todos los que debemos permanecer en casa.
Voy a hablar de dos actitudes básicas del ser humano, que, en este contexto, son fundamentales: el cuidado y la responsabilidad. Estas dos actitudes no se dan una sin la otra.
El cuidado es una actitud cotidiana y permanente que implica acompañamiento y cariño. Tenemos, como sociedad, que interiorizar urgentemente este mensaje: querer, preocuparnos y valorar a todas las personas, y especialmente, a los más vulnerables.
El cuidado, como hábito social y personal, se encuentra en la base de la existencia humana y es una actitud moral que promueve el compromiso y la solidaridad.
El cuidado del otro y el cuidado del cuidador son un buen indicador de nuestra “salud humana”, de nosotros y de nuestra sociedad, de tal manera que esta situación se convierte en una “oportunidad” para humanizarse o deshumanizarse, para mostrar el rostro más humano de cada uno de nosotros.
En efecto, el cuidado se traduce en una preocupación y solidaridad con el ser humano débil. En concreto, ante esta crisis, cuidarnos a nosotros y a los demás significa ejecutar los actos necesarios para evitar la enfermedad y contagiarla.
La otra actitud es la responsabilidad. La acción de un ser humano, siempre, repercute en los demás. De ahí nuestra responsabilidad con nosotros mismos y con los otros. Esta actitud se traduce en una preocupación por los que necesitan ayuda, poniendo especialmente atención en los enfermos, en los niños y en nuestros mayores.
Paradójicamente, este desgraciado escenario es una oportunidad como sociedad de pensar más en el otro, y darnos cuenta que nuestras acciones repercuten, para bien y para mal, en los demás.
Mucho ánimo a todos (especialmente a las muchas personas que han perdido a un ser querido y del que ni han podido despedirse, y que además no pueden recibir un abrazo de condolencia). A pesar de que vivimos estos momentos tan difíciles, todo saldrá bien. Después de la tempestad, viene la calma. Seguro que sacaremos algo positivo en el futuro. Pero ya ahora, podemos darnos cuenta de algo muy importante: el individualismo, o el yo individual, nos lleva a la oscuridad del egoísmo que nos encierra en nosotros mismos. Seamos más empáticos con todas las personas. El ser humano no es un ser aislado; nos necesitamos unos a otros. Somos seres solidarios, debemos cuidar el bien común, ayudarnos, hacernos cargo de los demás, sobre todo, de las personas más vulnerables de nuestra sociedad (enfermos, ancianos, “discapacitados”, niños…). Siempre hay luz al final del túnel. Además, los que tenemos fe, confiamos siempre en Dios, nuestra vida y todo lo que nos pasa en ella están en sus manos.
La solidaridad sí que es algo propio de la naturaleza humana, el camino que nos conduce a la felicidad.