In memoriam: Juan Pablo II y el aborto

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Por José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa

El día 27 de este mes de abril un gran acontecimiento será dado a luz: Juan Pablo II, al igual que Juan XXIII, será canonizado, será declarado santo. Proclamándose así solemnemente que su vida ha realizado el ideal máximo.

Por José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa

El día 27 de este mes de abril un gran acontecimiento será dado a luz: Juan Pablo II, al igual que Juan XXIII, será canonizado, será declarado santo. Proclamándose así solemnemente que su vida ha realizado el ideal máximo.

Juan Pablo II, el Magno, ha sido considerado uno de los más grandes Papas de la historia de la Iglesia. Ha sido un gran comunicador. Corazón de fuego, encendido en la experiencia del amor de Dios, que arde en el encuentro personal y profundamente vivido con Cristo, pronunciando sus palabras con el corazón, con gran fuerza, con honda convicción, dejando una huella imborrable en aquellos que le hemos oído. Su prestigio universal resulta tan impresionante que, con razón, se le considera uno de los principales referentes de los siglos XX y XXI. La grandeza de su personalidad y de su obra le ha merecido la admiración y el aprecio de un ingente número de grandes personalidades de buena voluntad. Pertenecientes éstas tanto al ámbito de los creyentes como al de los increyentes.

Su nombre está especialmente asociado a la defensa de la vida humana.El periodista Testori, al día siguiente de la elección de ese Papa, afirmó: “éste será el Papa de la maternidad, de la vida humana, de la familia”. Durante todo su pontificado defendió insistentemente la dignidad de la persona humana, los derechos humanos, la predilección por los más débiles, el derecho a la vida, la familia. Su pontificado fue el de un campeón, adalid y paladín de la defensa de la vida humana. Recordemos, pues, ahora, algunos puntos de su encíclica “Evangelium vitae”.

1.  Visión fundamental sobre el aborto

Precisa el Papa que desde el momento de la fecundación, que es el de la concepción, existe una nueva persona humana: “desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo” (n. 60). “Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. (…) la genética moderna (…) Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, (…) El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción” (n. 60).

Abortar es un homicidio injustificable: “el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento.” (n. 58). El “aborto procurado” es “un homicidio” (n. 58). “Quién se elimina es (…) inocente” (n. 58). “(…) jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente” (n, 58).

Tanto la razón como la fe condenan el aborto. Lo condena la razón: “el aborto es un acto que es intrínsecamente ilícito,  por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón (…)” (n. 62). La condena del aborto es un contenido definitivo de la fe católica: “con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos  –que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina-, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente” (n. 62).

2.  El entorno totalitario del aborto

Legalizar el aborto no es un acto democrático, sino totalitario. El Estado, cuando legisla así, no es democrático, sino tirano: “el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte –aunque sea mayoritaria- de la población. (…). De este modo, la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado (…) se transforma en Estado tirano, que presume poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano (…)” (n. 20).  “Cuando una mayoría parlamentaria o social decreta la legitimidad de la eliminación de la vida humana aún no nacida, inclusive con ciertas condiciones, ¿acaso no adopta una decisión ‘tiránica’ respecto al ser humano más débil e indefenso? (…) En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía” (n. 70). Es pues incoherente ser, a la vez, demócrata y abortista.

3.  La cuestión del aborto en la política defensora de los más pobres

El concebido aún no nacido es el ser humano más pobre,  más débil: entre “los más débiles e indefensos (…) el niño aún no nacido (…)” (n. 20). “(…) la vida humana aún no nacida, (…) (es la del) ser humano más débil e indefenso” (n. 70). Dado que el abortado es el pobre y el débil, se sigue que quién está a favor del aborto, no está a favor de la causa de los más pobres, de los que menos tienen. Abortar no es sino un abuso de unos ricos contra unos pobres, de unos poderosos contra unos débiles: “la eliminación de la vida naciente o terminal (…) acaba por ser la libertad de los ‘más fuertes’ contra los débiles destinados a sucumbir” (n. 19). Abortar es sustituir “la fuerza de la razón” por “las razones de la fuerza” (cf. n. 19).  

4.  El aborto desde la perspectiva de los derechos humanos

Quién es partidario del aborto no está a favor del ser humano, no se halla del lado de la humanidad, no está a favor del pueblo. Pues, siendo el derecho a la vida el más fundamental de los derechos humanos, resulta contradictorio estar a favor, simultáneamente, del aborto y de los derechos humanos: “una sorprendente contradicción: justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos inviolables de la persona (…), el derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte”(n. 18).

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