PorJosé Javier Esparza, publicado en La Gaceta el 29 de junio de 2015
El recurso al consenso es la evidencia de que uno, en realidad, no tiene nada que decir.
La Tierra no es redonda por consenso. Es redonda porque existe la posibilidad racional y empírica de demostrar su redondez. Del mismo modo, un embrión humano no es una vida humana por consenso, sino porque existe la posibilidad racional y empírica de atribuirle esa calidad y –muy importante- no existe la posibilidad contraria. Después será viable llegar a consensos sobre cómo administrar el hecho objetivo de la vida humana, pero eso, en todo caso, será sólo después, y nada puede alterar la certidumbre primera.
PorJosé Javier Esparza, publicado en La Gaceta el 29 de junio de 2015
El recurso al consenso es la evidencia de que uno, en realidad, no tiene nada que decir.
La Tierra no es redonda por consenso. Es redonda porque existe la posibilidad racional y empírica de demostrar su redondez. Del mismo modo, un embrión humano no es una vida humana por consenso, sino porque existe la posibilidad racional y empírica de atribuirle esa calidad y –muy importante- no existe la posibilidad contraria. Después será viable llegar a consensos sobre cómo administrar el hecho objetivo de la vida humana, pero eso, en todo caso, será sólo después, y nada puede alterar la certidumbre primera.
La proscripción de matar al prójimo no nace del consenso. Nace de la convicción empírica y racional de que una sociedad que prohíbe matar es sustancialmente mejor que otra donde cualquiera puede matar al vecino. El Derecho natural se asienta en ese tipo de certidumbres racionales. Después será posible discutir sobre casuísticas y excepciones, atenuantes y eximentes, legítimas defensas y otros problemas de la esfera práctica, pero, en todo caso, nada de eso alterará tampoco aquí la certidumbre primera.
El consenso no es una doctrina, ni una verdad moral, ni un principio ni una certidumbre empírica; es, en el mejor de los casos, un instrumento que permite llegar a acuerdos sobre materias objetivamente discutibles. El consenso, por tanto, tiene un límite racional que es la verdad. Sería absurdo llegar a consensos que desnaturalicen verdades objetivas. Ningún parlamento, por ejemplo, puede pactar que la Tierra es un objeto cúbico, so pena de caer en el más absoluto de los ridículos. Tampoco parlamento alguno podría pactar la conveniencia de que el ciudadano pueda matar a su prójimo en nombre del bienestar colectivo. Cuando la política llega a ese tipo de sandeces, el orden se convierte en una parodia grotesca y, aun peor, en un depósito de injusticia. Lo cual, desde la noche de los tiempos, justifica cualquier rebelión.
La cuestión del aborto, ciertamente, es distinta, porque implica circunstancias individuales siempre muy delicadas. Cabe, pues, abrir el debate. No sobre las certidumbres primeras, porque es racionalmente evidente que un embrión humano es una vida humana (a pesar de la ministra Aído), igual que es racionalmente evidente que matar es malo, pero sí sobre la forma práctica de aplicar todo eso en casos concretos. Ahora bien, abrir el debate significa poner en juego posiciones racionales y sólidas que dirimen entre sí su grado de verdad, en modo alguno degradar la cualidad de ésta. El debate es una cosa y el consenso es otra. Si uno está convencido de que la Tierra es redonda, puede y debe discutir con quien defiende lo contrario, pero malamente podrá aceptar una solución de compromiso. Salvo que esté dispuesto a vender la verdad a cambio de algún tipo de beneficio (y, por cierto: no por ello la verdad dejará de ser la que es).
El debate del aborto en el seno del Partido Popular ha dado un giro inesperado desde el momento en que nombres muy significados de su cúpula han enarbolado la bandera del consenso. Hasta ahora, todos, y muy especialmente sus votantes, pensaban que el PP tenía los conceptos claros sobre la cuestión. Hoy descubrimos que no, y que en esa casa hay gente muy principal dispuesta a aceptar que la Tierra es cuadrada, o lo que haga falta. Esa disposición a mercadear con la verdad objetiva –insisto: racional y empírica, no religiosa- acredita no sólo una notoria falta de respeto a sus votantes, sino también, y sobre todo, una extrema fragilidad en materia de convicciones y, en su flaqueza argumental, una lamentable falta de formación. Porque el recurso al consenso es la evidencia de que uno, en realidad, no tiene nada que decir.
La izquierda española tiene un proyecto de sociedad; insensato si se quiere, pero lo tiene. La derecha, no. Con lo cual la derecha, cuando gobierna, queda obligada a gestionar el modelo de sociedad que la izquierda ha impuesto. Siempre irá un paso por detrás. Aunque goce de mayoría absoluta en las cámaras.
Ese modelo de sociedad no se impone por el BOE –que ciertamente es un instrumento precioso-, sino a través de ideas, conceptos, tópicos, prohibiciones y, en definitiva, una manera de ver el mundo. El triunfo de la izquierda española en este aspecto ha llegado al punto de que una buena parte de los propios líderes de la derecha política piensa, en realidad, como gente de izquierda. La cuestión del aborto es ejemplar, aunque ciertamente no es la única. Así se ha abierto una ancha fosa entre la derecha social –y cultural- y la derecha política.
A Vidal-Quadras le gusta recordar una frase de Margaret Thatcher sobre el consenso: “El consenso es el abandono de todas las creencias, principios, valores y políticas, algo en lo que nadie cree y a lo que, por tanto, nadie pone objeciones”. La Thatcher decía también que ninguna gran causa puede lucharse y ganarse con el lema "Estoy a favor del consenso". Lamentablemente, ese lema retrata la sinsustancia de la derecha política española y de su pastueño coro mediático.. http://www.josejavieresparza.es