Por José Luis Velayos. Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa. Enviado el 15 de mayo de 2022
¿Es honroso pedir perdón? ¿Es honroso perdonar? ¿Hay algo imperdonable? ¿Es justificable la venganza?
Es prueba del perdón y del amor de Dios hacia el hombre el que su Hijo, Jesucristo, diese su vida por la salvación de la Humanidad. Y es que Dios es Amor (aunque no sea correspondido). “Dios no se cansa de perdonar”, dice el Papa Francisco.
En cuanto al perdón por parte de los seres humanos hay que considerar que en el Padrenuestro se dice, “como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, cuestión difícil para el orgullo y la soberbia del que se siente ofendido.
El perdón, estrictamente, no significa olvidar, sino anular la ofensa, y querer a la otra persona tal como es. A este propósito, es digna de considerar la parábola del Hijo Pródigo, en que el padre perdona de corazón al hijo descarriado, que, arrepentido, le pide perdón. “El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que le aplasta”, dice Mark Twain. “El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”, dice Martin Luther King.
Pedir perdón conlleva gran esfuerzo, sobre todo para el que es altanero y egoísta. ¿Va con la fisiología pedir perdón y perdonar? En este sentido, se ha comprobado que el indulgente tiene mejor salud corporal y mental que el rencoroso. Además, el perdón tiene un efecto positivo en el cerebro, pues reduce los estados de estrés provocados por el rencor y la ira, dando lugar a una mente relajada, capaz de afrontar dificultades.
¿Qué estructuras cerebrales se activan en el acto de perdonar?
Parece ser que con el acto de perdonar se activan el precuneus, la corteza cingular y la corteza frontal. Curiosamente, la mayor parte de las áreas implicadas se encuentran en las zonas internas de los hemisferios cerebrales, territorios que tienen relación con lo visceral, con la regulación de lo vegetativo, de lo orgánico.
Es lógico que se active la corteza frontal, muy desarrollada en la especie humana, y en especial su zona prefrontal, relacionada con las decisiones y la previsión del futuro, entre otras cuestiones.
Con la actitud de perdonar disminuye la actividad del sistema simpático, lo que es beneficioso para el sistema cardiovascular. Se ha observado que las personas proclives a perdonar presentan un menor riesgo de sufrir trastornos emocionales tales como la ansiedad o la depresión.
La “rumiación” de las ofensas, de los malentendidos, brusquedades, desaires, etc. va con la activación de la amígdala cerebral.
Se trata de una estructura situada en el polo del lóbulo temporal. Tiene una especial relación con los procesos de memoria (los hechos impregnados emocionalmente se recuerdan mejor).
A través de las conexiones que recibe de zonas encefálicas de recompensa, informa a centros integradores responsables de la expresión emotiva correspondiente, motora somática y visceral. Por eso, neuralmente, la amígdala se implica fuertemente en los procesos emocionales.
La amígdala cerebral, mediante su proyección hacia centros neurales viscerales, provoca aceleración del pulso, del ritmo cardíaco y diversas respuestas del sistema nervioso simpático. Su abundante conectividad y la gran cantidad de neurotransmisores de que dispone explican la complejidad de su funcionamiento.
En el varón, la amígdala contribuye a las respuestas emocionales rápidas, siendo un 10% mayor en los primates machos que en las hembras.
En el trastorno bipolar se afecta de forma importante la amígdala cerebral.
En el síndrome de Kluver-Bucy hay destrucción de ambas amígdalas. En los animales, esta situación provoca actividad autoerótica, falta de temor y capacidad de manipular toda clase de objetos, aunque sean peligrosos.
En la enfermedad de Alzheimer, en la que se presentan diversas alteraciones emocionales, hay reducción del tamaño de la amígdala. En la depresión se observan modificaciones en su flujo sanguíneo.
Es sabido que la afectación del sistema nervioso central influye en la actitud de pedir perdón y perdonar, aunque no de modo exclusivo, pero sí de forma importante. Por eso, no siempre es imputable de forma absoluta un acto humano.
Al mismo tiempo no se ha de confundir el excusar con el comprender.