Por José Luis Velayos (Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa). Enviado el 28 de agosto de 2021 (en portada Dante Alighieri)
Vivir supone modificaciones en las células, con la continua disminución de su vitalidad, terminando finalmente en la muerte.
Por eso, pudiera decirse que, biológicamente, en la vida hay un progresivo envejecimiento, que desemboca en la muerte (no es algo pesimista, sino la simple realidad); lo que explica que es más vital el individuo como huevo inicial (resultado de la fusión del espermio y el óvulo) que como anciano decrépito de cien o más años, en el sentido metabólico, químico, físico. Pero siempre, desde la concepción hasta la muerte, ese ser tiene vida, y esa vida, sea en el momento que sea, es humana, es la de un hombre (o mujer). No hay razones que justifiquen la eutanasia, la eliminación de una vida. La eutanasia humana es un crimen.
Y con el envejecimiento celular va el envejecimiento orgánico, que no es lineal, pues cada sistema orgánico tiene su ritmo propio, e influenciándose, interactuando entre sí los órganos y los sistemas. (El sistema óseo es el primero en envejecer).
El envejecimiento del sistema nervioso (es el sistema que envejece más tarde) se manifiesta sobre todo en las alteraciones de la memoria (sobre todo por afectación del hipocampo), de las funciones intelectivas (se afectan las cortezas asociativas), de la capacidad de previsión (se afecta la corteza prefrontal, muy desarrollada en la especie humana), del sueño (el anciano generalmente duerme poco). Al mismo tiempo envejecen los órganos de los sentidos, lo que a tales síntomas y signos se añade una insuficiente captación de la realidad externa e interna.
Con las alteraciones de la memoria van los olvidos y la tergiversación de los recuerdos. Hay hechos que quedan grabado profundamente en la mente, engramas que parecen permanecer en la memoria; pero también se producen modificaciones en el recuerdo, debido a que las estructuras cerebrales del anciano están peor irrigadas que en el joven y porque desaparecen conexiones, al mismo tiempo que se marcan más algunas de ellas. De todas formas, hay que tener en cuenta que a la larga la memoria se ve afectada en mayor o menor medida.
Se recuerdan mejor que lo reciente los hechos del pasado, sobre todo si tales hechos han ido marcados por un tinte emocional: la primera Comunión, la obtención de un título especial, el nacimiento del primer hijo, una catástrofe, anécdotas especialmente emotivas, etc.
Y al mismo tiempo, hay alteraciones en la afectividad (se afecta el sistema límbico): el mayor se emociona más fácilmente, e incluso algunos ancianos lloran más que cuando eran jóvenes. Es muy positivo que el anciano sea consciente de estos avatares. El conocimiento es una buena defensa. Por otra parte, no es peyorativa la palabra “viejo”. Los vinos viejos pueden competir con los vinos jóvenes.
Una buena profilaxis es no dejar la actividad intelectual, seguir estudiando, leyendo, escribiendo, rezando, interesarse por la actualidad, pensar menos en sí mismo, relacionarse con los demás, pasear, hacer ejercicio, comer lo preciso, no abusar del alcohol ni de los estimulantes. Todas son medidas de sentido común, que el individuo ha de practicar siempre, y no solo en el momento en que siente que va envejeciendo. Es importante no abandonarse. No es bueno que la persona mayor tenga “complejo de anciano”.
Actualmente, como consecuencia de las medidas higiénicas y los espectaculares avances médicos, unido a un descenso de la natalidad, el número de ancianos va creciendo considerablemente. Se calcula que pronto la edad media de la población será de 85 años.
Y es un hecho que el anciano puede seguir siendo útil. Bastantes personas llegan al culmen de su productividad artística, cultural, incluso deportiva, en una edad avanzada. Hay muchos ejemplos de hombres y mujeres provectos que han sido (y son) faros luminosos para su entorno y para la sociedad. La Historia está plagada de tales ejemplos.