Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 5 de junio de 2021
En el corazón de la bahía de la Concha, hay una pequeña isla, llamada Santa Clara. Tiene una casa y un Faro, con su historia. Fue antiguamente una península unida por tierra con el actual paseo. Hoy está flanqueada por los montes Igueldo y Urgull.
Por su situación, en la bocana, ofrece a los visitantes la vista más icónica de la Bella Easo, la capital guipuzcoana; y si se mira hacia el mar, el Cantábrico abierto ofrece su horizonte azul, su fuerza y a veces sus galernas. Es un capricho de la naturaleza. Hace más de 50 años, la isla fue declarada Centro Histórico de Interés Nacional.
Antiguamente, en el s.XIV hubo monjes que levantaron allí una ermita que ya no existe. La terrible peste, la epidemia más mortífera de la humanidad, también llegó a la capital guipuzcoana. Consta que en el siglo XVI, fueron trasladados a la isla, muchos de los contagiados por la enfermedad, aislados en cuarentena.
El faro actual, construido en 1864 y guió desde lo alto de la casa del farero, a los hombres de la mar, en las noches, las tormentas y las brumas. El último farero, natural de Santoña, vivió en aquella casa 24 años, desde 1944 a 1968, en que fue trasladado al de Igueldo.
En 1968 el Estado cedió la isla al Ayuntamiento de San Sebastián, y pasó a ser de titularidad municipal.
A escasos 500 metros de la costa, se podía acceder a la isla, hasta ahora, en barco, kayak, de pie sobre una tabla, paddle surf, o incluso a nado. Aunque la cima no es muy alta, -48 metros-, hay que animarse para hacer un agradable paseo bordeando la escarpada roca hasta llegar al faro. Hay una vegetación variada y abundante, merenderos y vistas impresionantes.
En la actualidad posee un embarcadero y una pequeña playa que sólo aparece con las bajamares y que, sin embargo, cuenta con servicio de socorrismo, duchas e incluso un bar, debido al gran número de personas que en verano se acercaban a la isla. De hecho, en verano, un servicio regular de barco, cada media hora, comunicaba el puerto de San Sebastián con Santa Clara.
El Faro de la isla, como todos, ha tenido su encanto, y… desde ahora también su secreto. Cristina Iglesias, una artista donostiarra ha conseguido la transformación. La artista había recibido de mano del alcalde, el Tambor de Oro, la máxima distinción que concede el Ayuntamiento donostiarra coincidiendo con la gran fiesta local, el día de San Sebastián, en enero de 2016. La invitación que el Alcalde de San Sebastián Eneko Goia, hizo a la artista donostiarra, es el inicio del proyecto de Hondalea, que unirá el faro y el abismo, gracias a la imaginación creativa de la artista.
Según cuentan, el alcalde dijo a Cristina: » No hay obra tuya en la ciudad. ¡No puede ser!»
Ella le contestó, después de pensarlo durante un tiempo, para buscar en su ciudad, un lugar especial para su obra más emblemática. ¿Lo soñó? «Un día me desperté en la cama, la cabeza me hizo clac y me dije: «Es la isla». Así que…le respondió: «Alcalde, dirás que estoy loca, quiero «la casa del faro».
La insólita petición de la Casa del Faro, tras muchos años de abandono, ¿era una ironía del destino o una corazonada? ¡Tal vez ambas cosas! La afamada artista, con obras conocidas en varias ciudades españolas, ya en 2010 había instalado una obra en el mar de la Baja California, México y, anteriormente había actuado sobre las rocas de las islas Lofoten, en el mar de Noruega (1993-1994).
¿Quién puede negarse a hacer realidad un gran sueño? Como eligió la isla de Santa Clara y la Casa del Faro. Fue necesaria la rehabilitación del faro, y después, vaciar la casa, para introducir e instalar la obra, elaborada conjuntamente por arquitectos y profesionales, preservando el entorno, sin dañar ni la flora ni la fauna de la isla. De este modo lo que era un lugar público y común, se acerca al ciudadano y le permite disfrutar de naturaleza, por tierra, mar y aire.
El arte vasco capitaneado por Oteiza y Chillida siempre ha tenido en cuenta la peculiar situación del paisaje, los materiales, la forma y el color.
Después de salvar muchas dificultades y de cinco años de enorme trabajo, su obra Hondalea, vive y resuena en las entrañas de la Isla desde mayo de 2021. Hondalea, es una escultura formada por más de medio centenar de piezas, de bronce trabajado y 15 toneladas de peso.
Arriba la luz, donde se guardará en el silencio memoria de cuantos han vivido allí; y, en la casa vaciada, como el hueco de una sima hacia el abismo, podrá contemplarse el ritmo de las mareas, en el vaso de la obra artística en bronce, en constante dialogo de la naturaleza y la protección de los océanos. Ahí se aúnan, la poesía del agua, el sonido del oleaje -que el bronce transmite y hace resonar-, en el suelo artístico de escultora y lo que
el espectador pueda o quiera intuir o soñar.
Ahí se encuentra la razón de ser de este proyecto artístico, cuyo presupuesto ronda los 4,5 millones de euros, y recrea ante los ojos del visitante el impacto de las olas contra las rocas marinas, en lo que supone una experiencia sensorial donde se cruzan la contemplación, el sonido, el olor y el viaje. Llevar al visitante de Hondalea a ver Donostia, desde la perspectiva imponente de esta isla y su faro, es especial. ¡La isla del tesoro, existe y, tiene su secreto!
Aunque los faros siempre hayan sido mágicos, aquí la casa y el faro, son distintos, porque ni es casa de un farero, y el faro va a guiar barcos con su luz, solo será referencia para bajar al abismo: «Un viaje hacia al centro de la tierra», donde no hay fuego, ni mar. Así que, nada es lo que parece, el agua que se ve, no es de la marea, es de un circuito de agua dulce procedente de un depósito-aljibe subterráneo situado nueve metros por debajo que va metiendo el mar cada 20 minutos dentro de la escultura. «Esa es la capacidad ilusionista de una obra así, dice la artista; a mí me encanta cuando la gente, en su cabeza, cree que es el mar».
La primera semana de junio ha sido histórica. El miércoles 2 de junio tuvo lugar el acto institucional de apertura, con un viaje mágico en barco, escalinata luego, palabras de agradecimiento a la entrada de la casa del faro y luego, la vista interior hacia Hondalea, por la escalera flotante, contemplando el legado de la obra de la artista a las autoridades, a su ciudad natal y al mundo, en un despliegue estético para los sentidos y la reflexión. El agua que va y viene, la marea del mar y de la vida, que en el fondo, inquieta y sugiere.
Mientras, en la ciudad, el Museo de San Telmo, acoge una exposición sobre Hondalea, documentación relativa al proceso creativo y los materiales de la obra, así como un audiovisual realizado por la propia artista, donde se narra la experiencia del viaje, la visita a la isla pensada para personas que por diferentes motivos no puedan acceder a Hondalea (ver enlace).
No se dice, pero la obra de Cristina Iglesias ha metido el tiempo, en su obra y en Donostia. Así que el Auditorio del Aquarium de Donostia / San Sebastián, se ha organizado un simposio internacional sobre «La Costa Rocosa: Geología, Ecología, Escultura» en el que un grupo de expertos compartirán el pensamiento en los campos del arte, la literatura, la geología y la ecología, en el transcurso de dos sesiones, en la tarde del 3 de junio y la mañana del 4 de junio.
El alcalde Eneko Goia ha dicho: «nos encontramos ante un hito cultural histórico para la ciudad. La obra que Cristina Iglesias ha tenido la generosidad de ofrecerle a Donostia va a convertir el Faro de la Isla de Santa Clara en una referencia artística y cultural de dimensión internacional. El simposio va a tener además una gran relevancia para la obra, ya que servirá para contextualizar todo su universo».
No puedo más que dar la enhorabuena a la artista, al alcalde y a la ciudad, por no dejar nada al azar, sabiendo contextualizar, valorar la obra y la inauguración del proyecto escultórico como se merece. Cuando una mujer artista ha plantado su obra en el vientre de la Tierra con agua, -Hondalea-, espera que de fruto porque lo ha cambiado todo.