Vida, Neurociencia e inmortalidad.

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Por José Luis Velayos, Catedrático Honorario de Anatomía y Neuroanatomía de la Universidad de Navarra. Catedrático Honorario de Neuroanatomía de la USP CEU. Fue Catedrático de Anatomía en la Universidad Autónoma de Madrid. Recibido el 30 de abril de 2020.

El título de este escrito obliga a definir tres conceptos:

1) La vida es un proceso que tiene su principio en la fecundación (o fertilización del óvulo por el espermatozoide), y que, en un fluir constante,  se desarrolla de forma progresiva, sin saltos cualitativos, terminando biológicamente cuando el principio vital (llámese alma, forma, psique) deja de animar al componente material. Lo característico de la vida (del hombre y de todo ser vivo) es, en términos biológicos,  el movimiento (metabólico, motor, mental), movimiento coordinado, al unísono, mancomunado,  de los componentes del sistema.

Desde antiguo, en las más diversas religiones, y por supuesto en el Cristianismo, la simbología de la luz va ligada a la vida. En la Biblia se dice que Dios, al principio, dijo: “Hágase la luz”, precediendo la creación de la luz a la del resto de criaturas. En la Pascua de Resurrección la Iglesia proclama la “Luz de Cristo”. Popularmente, se dice que cuando una persona nace “ve la luz”, su madre “le dio a luz”

En muchas culturas,  además, la luz  es también símbolo del bien y de la alegría, en contraposición a la muerte, a las tinieblas, a la tristeza y al mal.

2) La Neurociencia, disciplina relativamente moderna, estudia los aspectos morfofuncionales relativos al sistema nervioso. Como se trata de asuntos diversos, ya sea en un hombre o en un animal,  la Neurociencia es interdisciplinar, pues tiene que ver con la Anatomía, la Fisiología, la Bioquímica, la Neurología, la Psicología, la Antropología, etc. Es disciplina compleja, pues su objetivo es el de  intentar desentrañar los misterios del cerebro (y, bajo un punto de vista materialista, la supuesta emergencia de la mente).

3) El ser humano, desde su más temprana infancia, tiene deseos de inmortalidad. El animal atiende a lo próximo, a lo más material de la existencia, como es alimentarse, defenderse de los peligros, reproducirse, entre otras funciones. Por eso, aunque, naturalmente está aferrado a su propia vida, “le tiene sin cuidado” la vida eterna.

Desde siempre, hubo un deseo de inmortalidad. La Historia nos habla de la invención de  elixires y pócimas para conseguir, ilusoriamente,  la eterna juventud. Y hoy día, las mujeres (y muchos hombres) quieren parecer siempre jóvenes, y no escatiman gastos para ello. ¿Es en el fondo una manifestación del deseo de inmortalidad?

Kurzweil afirmaba en 2012 que “en poco más de 30 años, los humanos serán capaces de cargar toda su mente a las computadoras y convertirse en un inmortal digital”. Decía que las diferencias entre la máquina y el hombre con el tiempo se irán difuminando. Sin embargo, la máquina es perecedera, pues los materiales que la componen se desgastan, y con el tiempo se hacen inservibles. Algo similar (no igual) se puede decir del ser humano. Y el hombre podrá tener un corazón artificial, riñón artificial, ventilación mecánica, estar en coma, etc. pero su ser es humano, ya que su alma seguirá siendo la de un hombre (y por supuesto, un ciego, sordo, cojo, manco, mudo, enfermo, discapacitado, es un ser humano).

Otra utopía, en su momento bastante difundida, fue la de pretender mantener el cerebro eternamente joven. Otra, la del trasplante de cerebro, que más bien sería un trasplante de cabeza (o visto de otra forma, ¿trasplante de cuerpo?), hoy por hoy impracticable. Para llevarlo a cabo, aparte de las complicaciones técnicas que conllevaría, habría que matar a un ser humano. Lo mismo cabría pensar respecto a tratar de mantener un cerebro humano vivo, in vitro, que previamente tendría que ser extraído de una persona viva. Son todas ideas como de una película de ciencia ficción, tipo Frankestein.

Por otra parte, no tenemos una idea precisa del funcionamiento del cerebro (tanto de su “hardware” como de su “software”) y menos aún de lo que pueda ser la consciencia, lo que hace más problemático aún el asunto.

Además, el hombre desea una inmortalidad de verdad, no la de vivir en el recuerdo, en estatuas, en la imprenta: quiere vivir eternamente y de forma personal. Es algo inscrito en su naturaleza; es absurda la aniquilación. Desea “ver la luz” al final de sus días. En la Divina Comedia, el Dante describe el Paraíso como la posesión de la Luz, identificada con el ser de Dios, que no se termina nunca.

Y al hablar de inmortalidad, surge el concepto de eternidad, del para siempre. La ciencia vislumbra (aunque no lo demuestra fehacientemente) que la eternidad es posible.

El ingrediente esencial es la fe. La fe explica muchas cosas.