Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 20 de junio de 2019.
En la vida todos son signos. En la sociedad, bomberos, docentes, médicos, cazadores, policías, investigadores, jueces, ecologistas e incluso astrónomos etc., trabajan con muestras, huellas, indicios. Es decir, con todo lo que permite deducir la existencia de algo de lo que no se tiene conocimiento directo.
El humo, una huella, un latido, una dolencia, una foto o el sutil movimiento de exoplanetas, que orbitan una estrella, son indicios que abren interrogantes.
En general toda la ciencia, la filosofía y las religiones, desde la antigüedad, están volcadas sobre las señales de que hay una relación de continuidad entre lo que se ve, con algo que no se aprecia a simple vista.
En la vida, a veces pasan cosas, unas cercanas otras más lejanas. Las escuelas filosóficas desde la antigüedad vienen transmitiendo que todo pasa por algo y siempre para bien. Nada sucede por azar. Pero no todos los seres humanos, ni siempre, lo valoran así.
En la percepción de la historia del mundo y de las civilizaciones, la evolución es un hecho. En la medida que uno cambia, se pregunta y se pone en modo aprendizaje. Por el camino nos damos cuenta de muchos detalles que antes no contemplábamos.
Si lo que sucede es poco común o extraordinario, tal vez supere la capacidad de aceptación porque no tenemos instrumentos para captarlo; también puede ser que no estemos preparados para comprender algo que aparentemente nos supera; y otras, porque el hecho creemos que repercute negativamente en uno mismo o la familia (por ejemplo un accidente, una enfermedad o el fallecimiento de un ser querido). Pero incluso, después de un tiempo, hasta se llega a la conclusión de que las cosas pasan por algo, en su momento, para que estemos aquí y ahora.
«Se puede decir en cierto modo que lo que es extraordinario es singular, y lo singular, extraordinario; porque lo que es solo, único, distinto de lo demás, forzosamente se separa del orden común, y lo que está fuera del orden común, por precisión tiene que ser solo, único y distinto de lo demás. Pero nos servimos de una o de otra palabra según el modo como la consideramos y la preferencia que la damos. Lo singular excluye toda comparación; lo extraordinario la supone» [enlace]
El deseo de conocer parece normal. Lo que no parece tan normal, es que saber sea descubrir. Descubrir lo que somos, nuestra verdadera dimensión: corporal, mental, emocional y nuestra naturaleza espiritual o divina. Una dimensión que se enraíza en nuestro pasado, se proyecta en el momento actual y se abre al futuro. Descubrir todo eso, es tomar consciencia, redescubrir lo que somos. Algunos lo llaman simplemente Despertar.
En el fondo, cuantos escribimos, de una forma o de otra nos hacemos preguntas o las planteamos para «despertar», para que suene » el despertador» propio y de quien nos lea. Pero algunas veces, simplemente nos llegan, nos golpean y tenemos simplemente que transmitirlas tal cual nos llegan.
Me ha llegado una foto de un perro policía y me ha impactado. También me ha llegado directamente al móvil, un video, no menos impresionante.
La foto, es el reflejo de un hecho sucedido en 1995.
Es la síntesis de lo que sucedió en Baltimore (U.S.A), con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II. En cualquier visita oficial todo está programado, pero se saltó la norma.
Se cuenta que el Papa quiso realizar una visita al Santísimo y orar unos momentos. No estaba previsto y por tanto ni el trayecto ni el lugar habían sido inspeccionados. Así que:»una vez que el Papa expresó su deseo, los agentes se pusieron manos a la obra, revisando el edificio y dedicando especial atención a la capilla donde haría sus oraciones y verificar que nadie se hubiera escondido y pudiera causar algún problema. Llevaron consigo perros adiestrados para buscar personas entre los escombros…Ocurrió entonces algo impresionante: los perros se detuvieron ante el Sagrario y se quedaron inmóviles, con la mirada fija, y rehusando abandonar su puesto, tal y como estaban entrenados si descubrían personas vivas entre los escombros. Los animales sabían que «Alguien» estaba escondido en el Tabernáculo». (Fue publicado por P. Albert J. Byrne titulado “Nature’s Evidence of the Real Presence” (“Evidencia natural de la Presencia Real”).
No se trata de una creencia, ni de una religión. Se trata de un hecho protagonizado por unos perros. ¿Pueden los animales acercar a una presencia misteriosa?
El video es también para pensar.
Todo arranca el 8 de diciembre de 1991 en el Santuario de Betania, en el estado de Miranda, Venezuela. Después de la consagración el sacerdote notó que de la hostia comenzó a salir sangre. Puso la forma aparte. Y comenzaron las investigaciones. Luego fue custodiada y expuesta en un convento.
«Los resultados confirmaron que la sangre era sangre humana de tipo AB positivo que coincide con la que se encuentra en la tela de la Sábana Santa de Turín y en la Hostia del Milagro Eucarístico de Lanciano, que ocurrió en Italia en el 750 dC y fue analizada por 500 comisiones de la Organización Mundial de la Salud».
Miles de peregrinos pasaron a contemplarla en el convento de los Teques, donde se custodiaba. Allí llegó en 1998 un peregrino de Nueva Jersey llamado Daniel Sanford. Y cuenta que después de terminar la celebración [el sacerdote] abrió la puerta del Tabernáculo que contenía la Hostia del Milagro. «Con gran asombro, vi que la Hostia estaba como en llamas, y había un corazón latiendo que sangraba en su centro. Vi esto durante unos 30 segundos aproximadamente, luego la Hostia volvió a la normalidad. Pude filmar una parte de este milagro con mi cámara de video«.
Curiosamente se escucha de fondo algo del himno Pange Lingua compuesto por Sto. Tomás de Aquino (1225-1274) para la festividad del Corpus Christi (Solemnidad del Santísimo Cuerpo de Cristo) [enlace].
Y para terminar otro hecho real. Como festividad, el Corpus Christi nació en Lieja, en 1246.
Desde 1319, (hace 700 años) se celebra el Corpus en España, de forma ininterrumpida. Se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección, jueves. Pero desde 1989 la festividad del Corpus Christi se traslada al domingo siguiente. Algunas localidades celebran la procesión el jueves, por lo que este día es declarado fiesta local por sus respectivos ayuntamientos. Tal es el caso de Castilla la Mancha, especialmente Toledo; también en Granada y Sevilla.