Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética, Presidente de CíViCa. Publicado en Actuall, el 9 de julio de 2019.
Hace nueve años, el 5 de julio de 2010, entró en vigor en España una Ley de reforma de otra Ley, del 5 de julio de 1985, que decidía despenalizar el aborto. La Ley 2/2010 vigente, la ley Aído, de “Educación Sexual y reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo”, se aprobó por motivaciones políticas, sin consultas previas a expertos científicos y sin apenas debate, por pura conveniencia política y social bajo la presión d las Naciones Unidas, con la doble finalidad de frenar el crecimiento demográfico en el mundo y satisfacer la demanda de las corrientes de determinadas corrientes feministas… La fecha del 5 de julio, la de las dos leyes del aborto en España, la que ha traído la destrucción de más de dos millones de vidas humanas, es una fecha para no olvidar.
Es por ello, que es tal vez el momento de hacerse algunas preguntas, partiendo de la base de que, aunque hay quien no lo quiera ver, el aborto supone la eliminación voluntaria y violenta de una vida humana, un ser humano en pleno proceso de su desarrollo. La Ley actual, ha convertido el aborto en un derecho de la mujer, pero difícilmente un acto deliberado y consentido, dejará indiferente a la medre que aborta. Una decisión contra su propio hijo, bien antes de la décimo cuarta semana o bajo el supuesto de enfermedad extremadamente grave e incurable detectada antes de la vigésimo segunda, ha de dejar secuelas en quien decide, y por supuesto suscita grandes dudas sobre su legitimidad en la sociedad. De ahí, el auge de los movimientos provida cada vez con más insistencia en todo el mundo y por supuesto en España.
Con la experiencia de los años transcurridos, surgen muchas preguntas sobre las motivaciones y la lógica del aborto, aunque en este breve artículo solo formularemos tres: ¿la legalización del aborto, ha supuesto algún beneficio para la sociedad?; ¿ha contribuido el aborto a mejorar nuestro concepto de lo humano, respecto al que teníamos hace años?; ¿la ciencia le ha dado la razón a quienes negaban la importancia de la vida humana en sus etapas embrionaria o fetal?
¿La legalización del aborto, ha supuesto algún beneficio para la sociedad?
Con 100.000 abortos anuales en tan solo los 10 últimos años, la población española ha perdido más de 1.000.000 de personas, que se suman al millón de abortos de la Ley de 1985. Esto supone, una pérdida irreparable de más de dos millones de contribuyentes en términos de bienestar social y de recursos humanos que una sociedad en plena transformación hacia la libertad democrática y el auge tecnológico no se puede permitir. Supone además una pérdida irreparable del necesario rejuvenecimiento de nuestra sociedad. De ahí, entre otras razones, del invierno demográfico que vivimos. Pero además, la aprobación del aborto como un derecho de la mujer, tampoco soluciona nada para alcanzar la deseada igualdad de varones y mujeres, para lo que deberían adoptarse medidas de conciliación laboral y otros estímulos que faciliten la maternidad y la promoción de las mujeres en justa igualdad con los hombres. La eliminación voluntaria de un hijo, por muy legal que sea, no remedia el carácter violento contra la vida de un inocente, ni cambia el hecho biológico de que para la propagación de las especies con reproducción sexual, no hay otra fórmula que la de la participación de dos individuos de distinto sexo, iguales en dignidad, pero diferentes y complementarios para garantizar la prosperidad de la especie.
¿Ha contribuido el aborto a mejorar nuestro concepto de lo humano, respecto al que teníamos hace años?
Aunque en los textos legales, declaraciones y manifiestos se reconozca en toda persona la idea de su dignidad, el concepto de lo humano es algo que el relativismo reinante ha manipulado, tergiversado y utilizado a conveniencia, desde hace décadas. La dignidad no es algo que se otorga, en función del estado de desarrollo de un ser humano, La dignidad no depende de los atributos, propiedades o características que a cada individuo humano se le reconozcan. Ya no estamos en la época de los romanos, ni del racismo o la esclavitud. La dignidad es algo propio de cada ser humano por el mero hecho de ser humano. Un embrión, un feto, una vida humana, independientemente del momento o las circunstancias o condiciones físicas o psíquicas que atraviese, tiene siempre dignidad. Sin embargo, las leyes que actúan contra la vida humana, como el aborto, o la eutanasia, son leyes injustas, ya que cuestionan la dignidad de los sujetos contra los que actúan.
El problema por tanto es el concepto de dignidad, que para algunos es algo que se otorga, en función de unos «indicadores» que pretenden medir el grado de humanidad de un ser humano. Señalar esos indicadores y categorizar a los individuos humanos de acuerdo con unos estándares de calidad de vida o cualquier otro argumento, es un recurso falso, que vale para justificar las prácticas eugenésicas, la selección y eliminación de embriones, el aborto y la eutanasia, etc., pero que no dejan de ser un fraude contra esencia de la vida humana. En este contexto, el filósofo norteamericano Tristram Engelhardt propone utilizar la capacidad mental como indicador, y dice que: «los seres humanos adultos competentes -no los mentalmente retrasados-, tienen una categoría moral intrínseca más elevada que los fetos o los niños pequeños» [En Los fundamentos de la Bioética. Paidós. Barcelona 1995]. Desde esta posición es difícil que se le reconozca ni siquiera se le otorgue ningún valor a la vida humana embrionaria o fetal, o que se considere de la misma manera la vida humana adulta de una persona con síndrome de Down o con una discapacidad, una enfermedad mental, un estado de coma, etc. Paradójicamente, se ha llegado a proponer la condición humana a una orangutana, un chimpancé o cualquier otro de los llamados «grandes simios». Esta es la postura del filósofo australiano Peter Singer, Profesor de la Universidad de Princeton, que opina que el hombre es una especie más de la naturaleza, sin diferencias apreciables ni por tanto acreedor de derechos individuales [En La liberación Animal. Trotta. Madrid 1999).
El método de reducir la dignidad o tergiversar la condición humana no es más que una sórdida cortina de humo para justificar el utilitarismo y la instrumentalización de la vida humana. Sin embargo, el ser humano, además de un homínido evolucionado, asciende a una dimensión distinta al resto de los mamíferos placentarios. Sus propiedades trascienden lo biológico al diferenciarse del resto de los animales en mucho más que su realidad material. En su ADN está inscrito no solo las características biológicas propias de la especie, en gran medida comunes con las de otros seres, sino la capacidad de reflexionar y vivir conscientemente, de dirigir cada uno de sus movimientos y sus actos incluso de forma reflexiva, incluso contra sus instintos. Esto es lo genuinamente humano y lo que nos diferencia del resto de la naturaleza. Lo genuinamente humano es lo racional, que no es hacer siempre lo que uno quiere, sino lo que debe, y lo que se debe o no hacer en relación con la vida de los demás no es algo que admita discusión.
El ser humano es un ser racional, generoso por naturaleza. Se es tanto más humano cuanto más se antepone el satisfacer a los demás que utilizarlos en provecho propio. Se es tanto más humano cuando se da la vida por los demás en lugar de arrebatársela. Se es más humano al acoger y ayudar voluntariamente al débil, en lugar de “interrumpir voluntariamente” el curso de su vida… más grave aún si se ejerce sobre una vida indefensa, precaria y vulnerable. Lo humano es considerar al otro como un fin en sí mismo, como alguien que es igual a uno mismo, no como un medio o algo que me estorba. Lo humano es ayudar a vivir o, en su caso, a morir en paz.
Negar el derecho a la vida es por tanto contrario a la dignidad humana. El prestigioso jurista D. Ángel Sánchez de la Torre, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, dice en relación con el derecho a la vida del concebido no nacido que: «El derecho se construye siempre sobre la realidad, ningún derecho es una abstracción. El derecho a la vida es lo más concreto que existe. Ningún sistema jurídico que se precie de serlo puede convertir un delito en un derecho. El derecho es lo que es, y no lo que los políticos, ni siquiera los legisladores quieren que sea» [En: M. T. de Padura Ballesteros, En defensa de la vida y de la mujer, Criteria Club de Lectores, Madrid, 2012].
¿La ciencia le ha dado la razón a quienes negaban la importancia de la vida humana en sus etapas embrionaria o fetal?
La respuesta es que al contrario, que los avances en Genética del Desarrollo, la Biología Celular y Molecular y la Embriología, ratifican lo que ya sabíamos hace diez años, y que quedó reflejado en el llamado Manifiesto de Madrid, que firmamos cerca de 3.000 científicos e intelectuales españoles cuando se gestaba la Ley Aído.
Hoy constatamos que, terminada la fecundación, el embrión es ya un individuo humano que ha comenzado su existencia y en el que se cumplen todas las condiciones necesarias y suficientes para alcanzar de forma autónoma todo el potencial para el que está genéticamente equipado. Con más firmeza, se ha demostrado que durante el desarrollo embrionario, el organismo crece, las células se van dividiendo y se comunican por medio de señales de regulación genética, que son secretadas a la matriz intercelular y que llegan al resto del embrión para inducir la especialización de los futuros linajes celulares. Es imposible mantener que un embrión es solo un conglomerado células. Muy al contrario, un embrión hasta la séptima semana, y un feto, a partir de la octava, es un organismo humano perfectamente organizado que conforme transcurre el tiempo va dando pasos en su edificación. En esto consiste la diferenciación celular, que en su momento determinará la formación de los tejidos, los órganos y todos los sistemas que poco a poco van edificando el organismo humano desde la fecundación. Durante todo este proceso continuo, hacia una mayor complejidad, no hay un antes o un después de mayor o menor importancia, todo está determinado desde la fecundación, que debe considerarse el punto exacto en que se inicia la vida humana.
Una reciente tecnología –scRNA–seq–, abunda en este conocimiento, al permitir conocer qué ARNs –los productos inmediatos de la activación de los genes-, hay en cada célula, lo que se llama el transcriptoma celular, y por tanto qué genes están activos en cada célula y en cada momento del desarrollo del embrión. o también en cualquier tejido fetal o del organismo adulto [A. Kolodziejczyk y otros, The technology and biology of single-cell RNA sequencing. Mol. Cell.58 (2015) 610–620]. La tecnología del scRNA–seq ha revolucionado el panorama de la investigación sobre la diferenciación celular, ya que con ella se ha empezado a abordar el mapa de actividades génicas a lo largo del desarrollo embrionario, lo que se ha dado en llamar el Atlas del Desarrollo Celular Humano –HDCA. Se trata sin duda de un gran avance que no solo permite conocer la biología básica del desarrollo y el atlas de cómo se edifica un ser humano, con una resolución unicelular, sino que generará un mapa de referencia para entender mejor una amplia gama de cuestiones biológicas sobre la medicina regenerativa, las malformaciones, el envejecimiento, el cáncer y la reproducción.
Así pues, un embrión o un feto, lejos de ser un conglomerado celular, es un organismo humano en pleno desarrollo que sigue unas directrices acordes a una enciclopedia de genes que marcan cada paso a través del espacio y el tiempo.
El conocimiento de cómo la identidad genética marca cada paso del desarrollo desde la fecundación, debe ser suficiente para cancelar cualquier especulación sobre la naturaleza biológica de un ser humano desde la fecundación.