Por Justo Aznar, Julio Tudela, Enrique Burguete, Alfonso Fernández y Juan Antonio Reig.
Resumen del Libro REGULACION DE LA FERTILIDAD HUMANA A LA LUZ DE LA ENCÍCLICA HUMANAE VITAE, presentado en Valencia el 8 de Noviembre de 2018. Publicado en Observatorio de Bioética.
m INTRODUCCIÓN [1]
El pasado 25 de julio se cumplieron 50 años de la publicación de la Humanae Vitae. Esta efeméride es la que nos ha animado a promover una relectura del documento, tanto desde un punto de vista histórico, como científico, sociológico, teológico o pastoral, para elaborar un informe sobre ello.
En 1955 se sintetizó el primer contraceptivo oral, el Enovid, y los ensayos clínicos para valorar su uso se llevaron a cabo en Puerto Rico en 1956, y en 1957 la FDA norteamericana autorizó su utilización. A nuestro juicio, la puesta a punto de la píldora contraceptiva constituyó una de las más importantes revoluciones sociales del pasado siglo XX. Si no la mayor. En efecto, algún autor ha señalado que las dos prácticas médicas más significativa de dicho siglo fueron el descubrimiento de la penicilina y la puesta a punto de la píldora contraceptiva.
Su definitivo uso en la década de los años 60 del pasado siglo, constituyó la base y fundamento de la revolución sexual de esos años, para muchos, bandera indiscutible de la máxima expresión de la libertad personal. El poder separar en el acto sexual el placer de la reproducción, modificó sustancialmente las prácticas sexuales, con la consecuencia innegable de que hoy día la sexualidad se plantea, en la mayoría de los casos, como una fuente de placer, quedando relegada la función unitiva de la pareja, que debe estar abierta a la procreación, a una práctica constreñida a reducidos grupos sociales, generalmente motivados por una visión trascendente de la vida.
Este planteamiento hizo que desde un principio el uso de la píldora contraceptiva suscitara una viva controversia social decantada en gran parte en contra de su utilización. Esta controversia propició que la Iglesia Católica tuviera que manifestarse con diligencia sobre la moralidad del uso de los métodos contraceptivos, mostrándose contraria a los mismos, pues ya en 1951 su santidad Pio XII manifestó “que la esterilización directa, como medio o como fin, para hacer imposible la procreación es una grave violación de la ley natural y por lo tanto es ilícita”. Pero ya con respecto a la píldora contraceptiva, tan pronto como en 1958, prácticamente un año después de su puesta a punto, Pío XII manifestaba que “provocar una esterilización directa es ilícita, cuando se impide la ovulación a fin de preservar el útero y el organismo de las consecuencias de un embarazo que no es capaz de soportar”. Afirmando también que, “es necesario rechazar la opinión de muchos médicos y moralistas que permiten su uso cuando una indicación médica hace indeseable una concepción muy próxima, o en otros casos semejantes que no es posible mencionar aquí”.
ASPECTOS HISTÓRICOS SOBRE EL ORIGEN DE LA HUMANAE VITAE
Como se ve, ya antes de la publicación de la Humanae Vitae, se había planteado una gran controversia sobre el uso de los métodos contraceptivos, y especialmente la píldora anticonceptiva, y sobre su valoración moral.
Esta realidad social animó al papa Juan XXIII a crear, el 27 de abril de 1963, una Comisión de seis miembros para reflexionar, y en su caso emitir, un documento, sobre Población, Familia y Control de la Natalidad, para iniciar estudios sobre los principios morales que deberían regular la fertilidad humana. Pero el Papa murió antes de que la Comisión pudiera celebrar su primera sesión.
Nada más iniciar su pontificado, Pablo VI, activó dicha Comisión, aumentándola a 72 miembros, e incluyendo en ella no solamente clérigos y teólogos, sino médicos, sociólogos, psicólogos y laicos.
El objeto fundamental de la Comisión fue elaborar un Informe para el Santo Padre que le sirviera como fundamento, siempre con carácter asesor, especialmente en lo que hacía referencia a los aspectos biomédicos que se daban alrededor de los métodos que se podían utilizar para la regulación de la fertilidad humana, para elaborar un juicio moral sobre su uso.
La Comisión se reunió cinco veces. En la primera convocatoria, posiblemente auspiciada por el Cardenal Suenens, que tuvo lugar el 12 y 13 de octubre de 1973, se establecieron las bases de trabajo de la misma. En las otras cuatro ocasiones la Comisión se reunió en Roma. La segunda del 13 al 15 de abril de 1964; la tercera del 13 al 14 de junio, también de 1964; la cuarta del 25 al 28 de marzo de 1965 y la quinta y última, del 18 de abril al 15 de junio de 1966.
En esta última sesión los expertos participantes se dividieron en dos grupos bien definidos, uno, que incluía la Mayoría de ellos, que opinaba que la doctrina tradicional del Magisterio de la Iglesia sobre la regulación de la fertilidad humana, podía ser reformable y cuyas conclusiones, con el título de “Schema Documenti di Risponsabili Paternitate”, se redactó el 26 de mayo de 1966 y fue valorada y aprobada, en Sesión Plenaria de la Comisión, que tuvo lugar del 4 al 9 de junio de 1967. El otro grupo, el de la Minoría, redactó otro informe bajo el título “Status Quaestionis: Doctrina Eclesiae eiusque Auctoritas”, que fue entregado al Secretario de la Comisión, el 23 de mayo de 1966. El contenido de este segundo informe era esencialmente teológico, no aludiendo prácticamente a los aspectos médicos de la píldora contraceptiva, y especialmente a su mecanismo de acción, no especificando si éste pudiera llevarse a cabo o no impidiendo la implantación del embrión en el útero materno, es decir, actuando por un efecto abortivo, lo que moralmente haría su uso inaceptable. Desde un punto de vista teológico se mostraron contrarios a modificar el Magisterio de la Iglesia, que especificaba que el uso de métodos artificiales para regular la fertilidad humana es moralmente ilícito y que intrínsecamente es un acto pecaminoso.
Los documentos finales de la comisión fueron fundamentalmente dos: la “Relatio Generalis”, destinada a la Comisión de Cardenal y Obispos y el “Final Report”, para el Santo Padre.
Tras la entrega a Pablo VI de este último documento, el Papa debería decidir si lo incluía o no en el texto de su Carta Encíclica, cosa que al parecer no ocurrió, pues Pablo VI, dando su apoyo total a lo manifestado en la encíclica Casta conubii, reafirmó el Magisterio tradicional de la Iglesia Católica con respecto a las normas morales que deben regir la regulación artificial de la fertilidad humana. No nos cabe ninguna duda que fue el Espíritu Santo el que movió al Santo Padre a tomar tal actitud, consciente de lo que podría suponer para la suerte espiritual de muchos millones de personas.
Esta controversia motivó que, en la alocución del miércoles siguiente a la publicación de la Encíclica, el mismo Pablo VI confiara a los fieles los sentimientos que lo habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico, afirmando que: «El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad nuestra. Ese sentimiento nos ha introducido y sostenido en lo vivo del problema durante los cuatro años requeridos para el estudio y la elaboración de esta Encíclica. Os confesamos que este sentimiento nos ha hecho incluso sufrir no poco espiritualmente. Jamás habíamos sentido como en esta coyuntura el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos, y también hemos rezado mucho, invocando las luces del Espíritu Santo. Hemos puesto nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad, tratando de interpretar la norma divina que vemos surgir de la intrínseca exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión al servicio de la vida, así como de la santidad del matrimonio cristiano; hemos reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente de la Iglesia, y especialmente sobre las enseñanzas del reciente Concilio; hemos ponderado las consecuencias de una y otra decisión, y no hemos tenido duda alguna sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos expresados por la presente Encíclica».
Haciendo referencia a ello, el padre Zalba, miembro de la Comisión de Expertos que asesoró al Papa, comentó que esta controversia había dado lugar a un grave problema eclesial acerca del cual «su Santidad Pablo VI manifestó que se daba perfecta cuenta de la gravedad y la trascendencia del problema y de sus implicaciones», incluso afirmando, en la intimidad de una conversación privada, «que la Iglesia no tuvo que afrontar en los siglos un problema semejante».
La falta de asunción por parte de numerosos católicos de las normas morales definidas por la Humanae Vitae ha continuado a lo largo de estos cincuenta años, e incluso se mantiene en la actualidad, volviendo a replantearse muy recientemente, al hilo de las declaraciones de dos moralistas de prestigio, Maurizio Chiodi y Gerhard Höver, que han manifestado en sendas conferencias que podría ser conveniente, repensar la Encíclica Humanae Vitae, a la luz de la Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”, del Papa Francisco.
En efecto, Chiodi, en una ponencia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, bajo el título «Relectura de la Humanae Vitae (1968) a la luz de la “Amoris laetitia” (2010)», manifestó, el pasado 9 de enero de 2018, que es licito e incluso responsable recurrir a los contraceptivos artificiales, pues «hay circunstancias que precisamente por el bien de la responsabilidad requieren anticoncepción». «Cuando los métodos naturales son imposibles o inviables es necesario encontrar otras formas de responsabilidad». “En tales circunstancias «un método artificial para la regulación de los nacimientos podría ser reconocido como un acto de responsabilidad, que se lleva a cabo, no para rechazar el regalo de un niño, sino porque en esas circunstancias la responsabilidad llama a la pareja y a la familia a otras formas de bienvenida y hospitalidad». Al referirse explícitamente a la encíclica Humanae Vitae manifestó que «ésta se ha convertido en un tema simbólico, criticado o rechazado por aquellos que estaban decepcionados por sus conclusiones o considerado, por otros, como un verdadero pilar de la doctrina moral católica sobre la sexualidad».
Relacionando la Humanae Vitae con el capítulo 8 de “Amoris laetitia”, Chiodi se pregunta sobre «la relevancia objetiva de las circunstancias atenuantes y la realidad de la conciencia» y también «la relación constitutiva entre la norma y el discernimiento”, por lo que el moralista milanés afirma que “las normas morales no se pueden reducir a la objetividad racional, sino que pertenecen a la vida humana, entendida como salvación y gracia. Las normas conservan lo bueno y estudian el camino del bien, pero son históricas».
Por otro lado, el teólogo moral Gerhard Höver (21), se manifiesta contrario al pensamiento de que todo es blanco o negro, en relación con la regulación moral de la fertilidad humana, pues si así fuera implicaría que “se cierra el camino de la gracia y del crecimiento”.
Ante estas controvertidas declaraciones, el expresidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerhard Müller, manifiesta una opinión contraria. Así, Müller, el pasado 7 de marzo, en una Conferencia en la Universidad Lateranense de Roma, auspiciada por el Instituto Pontificio Juan Pablo II, subrayó la infalibilidad de la Humanae Vitae, lo cual fue también ratificado en la misma sesión por el profesor Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II (23), desde 2006 a 2016, al manifestar que, aunque la doctrina de la Iglesia contraria a la contracepción no ha sido nunca definida como Ex-cátedra, sin embargo, sus enseñanzas «pertenecen al Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia», y como tal es infalible.
ASPECTOS BIOMÉDICOS
En 1950 los doctores Gregory Pincus y John Rock comenzaron a desarrollar experiencias con compuestos hormonales con una finalidad contraceptiva. En el año 1956, en Puerto Rico, Pincus anunció el descubrimiento de la píldora. Sus investigaciones fueron financiadas por la asociación Planned Parenthood Federation of America. En sus comienzos, colaboró con el investigador Min Chueh Chang, además de con el mencionado John Rock.
En 1955 sintetizaron el “Enovid”, una combinación de estrógenos y progestágenos, a base de 150 microgramos de mestranol y 10 miligramos de noretinodrel. La administración del fármaco provocaba un bloqueo en el proceso ovulatorio. Los ensayos clínicos se iniciaron en Puerto Rico en 1956, y en Haití y Ciudad de Méjico al año siguiente. La aparición de importantes efectos secundarios en las mujeres que participaros en los ensayos clínicos no fue suficiente para frenar la difusión de la noticia de la obtención de un anticonceptivo hormonal “eficaz y seguro”.
En 1957 La “Food and Drug Administration”, agencia estadounidense reguladora del uso de productos farmacéuticos, autorizó el preparado, pero no como anticonceptivo, sino como tratamiento para regular la menstruación.
No fue hasta tres años después, el 23 de junio de 1960, cuando se autorizó su comercialización como fármaco anticonceptivo. Este hecho marcó un antes y un después en la cultura de la anticoncepción y, por tanto, en la concepción de la sexualidad humana, que ahora se desligaba de la procreación de una forma eficaz.
La evolución de los preparados hormonales de administración oral ha sido imparable. Los combinados de estrógenos y progestágenos han dado paso a la aparición de progestágenos de segunda y tercera generación, evolución no exenta de polémica. En 2015 un artículo publicado en BMJ, concluye que “en los estudios de casos y controles basados en población utilizando dos grandes bases de datos de atención primaria, los riesgos de tromboembolismo venoso asociados con anticonceptivos orales combinados fueron, con la excepción del norgestimato, más altos para las preparaciones de fármacos más nuevas que para las drogas de segunda generación.” Estos nuevos progestágenos incluyen desogestrel, gestodene, drospirenone) y cyproterone.
Posteriormente han ido apareciendo contraceptivos hormonales, como los implantes subcutáneos liberadores de hormonas de larga duración, que fueron estudiados hacia 1967 por Sheldon Segal y Horacio Croxatto. El primer contraceptivo autorizado con este sistema fue el Norplant, desarrollado en 1983 en Finlandia, a base del progestágeno levonorgestrel.
Otra forma de implante son los anillos vaginales, aparecidos en 2002. También los contraceptivos de emergencia ofrecen nuevas formas de administración, menos rigurosas, que pueden resultar más atractivas para muchas usuarias, pero que entrañan otros inconvenientes relacionados con su mecanismo de acción y eficacia.
Un aspecto concreto, que hace referencia a lo que, a nuestro juicio, afecta más directamente a la valoración moral del uso de los contraceptivos es si actúan por un mecanismo antiimplantatorio (abortivo) o no, pues ello incide directamente en la valoración moral de su uso, ya que no es lo mismo impedir un embarazo dificultando la concepción de un nuevo ser humano, que impedirlo eliminándolo una vez que ya ha iniciado su andadura vital.
De forma resumida, podemos afirmar que, en la gran mayoría de los casos, algunas píldoras contraceptivas actúan por un mecanismo anticonceptivo, aunque también, de una forma complementaria, pueden tener una acción antiimplantatoria, es decir abortiva. Otros métodos contraceptivos, como el DIU o la contracepción de emergencia, actúan preferentemente por un mecanismo antiimplantatorio, o sea, abortivo. Los preparados hormonales inyectables, son los que con mayor seguridad desarrollan su acción de modo casi exclusivo por un mecanismo anovulatorio, es decir, no abortivo. Posiblemente la presentación en la que estos fármacos muestran una acción anticonceptiva más significativa son los inyectables subdérmicos, como el Depo-Provera. Por ello, si por razones médicas, distintas a la finalidad contraceptiva, hubiera que utilizar uno de estos fármacos, posiblemente los inyectables subdérmicos serían los más aconsejables.
LA REGULACIÓN NATURAL DE LA FERTILIDAD
A diferencia de los métodos contraceptivos cuya finalidad es convertir en infecundo un acto sexual con el fin de evitar un embarazo, la regulación de la fertilidad por métodos naturales no altera el acto sexual en sí mismo, que mantiene sus posibilidades naturales de fecundación, sino que estudia los periodos fértiles e infértiles del ciclo menstrual de la mujer con el fin de elegir unos u otros en función de que se pretenda concebir o no en una relación sexual. Su práctica fiable requiere, en primer lugar, del conocimiento del cuerpo y la fisiología rítmica del ciclo menstrual; en segundo lugar, se hace necesario para su puesta en práctica un ejercicio en el autodominio y respeto mutuos en la pareja, que deben adquirir mediante el autocontrol, la capacidad de dirigir su actividad sexual en función de su decisión de hacerla fecunda o infecunda y el sentido que deben otorgar a esta actitud. La ausencia de interferencias físicas o químicas sobre los cuerpos de la mujer y el varón los libera de efectos secundarios indeseables y estimula las virtudes del autodominio y la donación mutua basada en el amor y el respeto.
Entre los métodos utilizados para tal fin cabe destacar los que se basan en la duración de los ciclos sexuales de la mujer como base para los cálculos, teniendo en cuenta que la ovulación se produce unos 14 días, de manera bastante constante, antes de la menstruación. Especialmente fueron dos los métodos utilizados, el Ogino-Knaus o del ritmo y de los Días Fijos, ambos ya desechados.
En 1964 se introdujo el denominado método Billings, basado en los cambios observados en el moco cervical durante el ciclo menstrual. Esos cambios podrían usarse para determinar el momento de la ovulación y, por lo tanto, el período fértil de la mujer.
El otro método utilizado es el de la temperatura basal, medida de forma sistemática al despertarse tras un periodo de sueño mínimo de 5 horas. Consiste en el registro de los valores de temperatura basal, para detectar la ligera elevación, de hasta 0,5 grados centrígados, que se produce en el ciclo menstrual de la mujer a partir del momento de la ovulación y se mantiene hasta la menstruación, volviendo a los valores previos a la ovulación tras ésta.
Por último, también es posible identificar el momento de la ovulación mediante la detección de la elevación súbita de la concentración de hormona luteinizante (LH) en la orina de la mujer uno o dos días antes del momento de la ovulación. Esta cuantificación puede realizarse cómodamente introduciendo una tira reactiva en su orina, detectándose un incremento en sus niveles mediante un cambio de color en la zona reactiva.
La combinación de dos o más métodos de regulación de la fertilidad puede incrementar sensiblemente la fiabilidad en la detección del momento de la ovulación, de modo que la pareja conozca con más precisión sus días fértiles e infértiles. Así la combinación de la estimación de la duración del ciclo más corto conocido y el método de la temperatura basal constituye el método del ciclo-térmico.
La combinación de los métodos Billings y temperatura se denomina método “muco-térmico”. Si, además, se añade a este método el control de la posición y apertura del cuello uterino, que experimenta variaciones durante el ciclo menstrual, además del método del ritmo, se tiene el denominado “método sintotérmico”.
El análisis de la concentración urinaria de determinadas hormonas, puede completar el método antes mencionado, de modo que a la determinación de la hormona luteinizante puede añadirse la de estrógenos, que, con un dispositivo que realiza un análisis estadístico de los resultados (Clearblue®), puede predecir la ovulación con mucha fiabilidad.
La combinación del método de la lactancia materna y la amenorrea (ausencia de ovulación y menstruación), se basa en el efecto anovulatorio de la hormona prolactina, cuyas concentraciones se elevan significativamente en la sangre de la madre lactante.
ASPECTOS DEMOGRÁFICOS Y SOCIALES
Ya desde la década de los años 60 y hasta nuestros días, algunas corrientes ideológicas habían logrado imponer sus ideas. Entre ellas, la inminencia de una «explosión demográfica» que pondría en peligro la supervivencia del planeta, con la consiguiente necesidad de impulsar programas antinatalistas para lograr un «desarrollo sostenible»; la reivindicación feminista, a propósito del derecho de las mujeres a decidir sobre su fecundidad, disociando el acto sexual de la función procreativa y finalmente la conveniencia de una procreación selectiva, en términos eugenésicos, para la mejora de la especie y el bienestar social.
Entre las fuentes empleadas destacan los propios informes del Fondo de Población de Naciones Unidas y los datos en materia sociodemográfica actualizados por el Banco Mundial; también se examinan los informes de Naciones Unidas sobre los objetivos del Milenio, por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y por el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Informes, todos ellos, que pretendiendo dar fundamento a las políticas antinatalistas, probablemente las invalidan.
De los datos analizados, se concluye que la Humanae Vitae no sólo situó el mensaje de la Iglesia Católica respecto de la transmisión de la vida humana en el discurso político internacional, sino que sentó las bases de una estrategia comunicativa de “aggiornamiento” que, sin menoscabo de la doctrina, emplea las herramientas del lenguaje científico y jurídico para hacer frente a la imposición de la tríada contracepción/esterilización/aborto/ como bandera de los derechos de las mujeres y del movimiento ecologista.
En efecto, desde la publicación de Humanae Vitae, la crítica a esta tríada ha ido adquiriendo peso en los documentos de la Santa Sede, como evidencian las encíclicas Evangelium Vitae de Juan Pablo II (1995) y Caritas In Veritate de Benedicto XVI (2009). También la Instrucción Donum Vitae (1987) y la Instrucción Dignitas Personae (2008), de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En todos ellos, junto al despliegue de razones teológicas, que instan al reconocimiento de la vida humana como un don recibido de Dios, se desgranan contundentes argumentos de orden bioético, médico y jurídico.
Además, la Humanae Vitae devolvió el discurso sobre la procreación a la lógica del don, apartándolo de la lógica del deseo, lógica, esta última, que en nuestros días se hace evidente con la maternidad subrogada y el empleo de las Técnicas de Reproducción Asistida.
En una línea similar, cabe destacar que la previsión de Pablo VI sobre la intención eugenésica que subyace en los argumentos antinatalistas, se vea hoy materializada con propuestas como el Principio de Beneficencia Procreativa, defendido por Julian Savulescu, y la selección de embriones producidos in vitro para su implantación.
Además, se muestra que la amenaza de superpoblación del planeta carece de fundamento. En realidad, no caminamos hacia la «explosión demográfica» vaticinada por los ideólogos neomalthusianos, sino hacia un invierno demográfico en el que la baja natalidad y el incremento de la esperanza de vida ponen en riesgo los sistemas públicos de salud y pensiones.
Igualmente, se muestra que la miseria que padece gran parte de la población mundial no obedece al tamaño de sus familias, sino a la inequidad en la distribución geopolítica de las riquezas, la corrupción y la inacción culpable de los países desarrollados; así como a los modos de vida, consumo y producción de una pequeña parte de la población mundial.
Tampoco el momento demográfico, que durante algunas décadas continuará siendo creciente como consecuencia del ciclo demográfico precedente, constituye la verdadera causa del deterioro medioambiental. Como evidencian los datos aportados por las Agencias Internacionales y la principales ONG’s, la huella ecológica de los pobladores de los países desarrollados es mucho mayor que la de los habitantes de las regiones más desfavorecidas del planeta. Tener hijos no es, en ningún caso, un ecocrimen.
En definitiva, las críticas contra la Humanae Vitae por cuestiones demográficas y sociales, esgrimidas desde el ámbito político, el feminismo y el ecologismo radical, se han mostrado inconsistentes.
ASPECTOS MORALES
Para interpretar adecuadamente la Encíclica Humanae Vitae, es preciso tener en cuenta la forma de plantear la cuestión moral del acto conyugal en la Iglesia católica hasta dicho momento. Durante veinte siglos se pretendió aplicar la teología dogmática sobre los fines del matrimonio -singularmente el fin procreador, sin olvidar el de la mutua ayuda-, a la teología moral. Sin embargo, ya el Concilio Vaticano II –contexto próximo de la Encíclica- comprobó las limitaciones de semejante planteamiento. No obstante, ante las presiones neomalthusianas por el control demográfico, el Concilio confirmó que los hijos no constituyen ningún estorbo al amor conyugal. De ahí que confirmara, una vez más, que para la licitud moral del acto conyugal se requiere absoluto respeto a la apertura a la vida. Negar o disimular el carácter fecundo del amor conyugal sería desvirtuar la doctrina conciliar.
El Vaticano II constituyó el primer documento magisterial que abordó de forma global el principio de paternidad responsable, mediante la distinción de dos momentos diferentes: ética de la decisión y ética de la ejecución. Sin embargo, no pudo afrontar directamente que métodos eran lícitos o no para la regulación de la fertilidad humana, porque pesaba la reserva de una Comisión Pontificia que estaba estudiando un tipo nuevo de contracepción, la píldora contraceptiva. El Concilio, consciente de las limitaciones argumentativas sobre la moralidad del acto conyugal desde la doctrina de los fines, propuso un cambio decisivo. El cardenal Giovanni Colombo, en el Aula conciliar, afirmó que eran dos -no uno- los significados que se han de respetar para la licitud del acto conyugal. Durante dos mil años el Magisterio había exigido con todo acierto que, para la licitud de cada acto conyugal, se debía respetar el significado procreador; sin embargo esto no basta; para su licitud también se requiere que constituya un acto de donación plena de amor entre los esposos (GS 51 c).
Fue mérito de la Encíclica Humanae Vitae descubrir que no sólo son dos los significados del acto conyugal, el procreador y el unitivo, sino que son antropológica y moralmente inseparables. Cuando se dan los dos significados, los esposos no pueden promover uno a costa del otro, porque, sencillamente, no respetarían ninguno de los dos. Si se pretende fomentar el significado procreador a costa del unitivo, precisamente por esto, si se transmitiera la vida no se haría en condiciones mínimamente dignas. La conclusión es que sólo mediante un gesto, no basta el contexto, de amor conyugal es lícito transmitir la vida humana; criterio que ayudará proféticamente al discernimiento posterior de las técnicas reproductivas. Si, por el contrario, se pretendiera fomentar el significado unitivo en detrimento del procreador (por ejemplo, mediante la contracepción), por esto mismo, no fomentará el amor entre los esposos, por constituir una entrega a medias.
La Humanae Vitae enseña una única norma moral, en su formulación positiva, cada acto ha de quedar abierto a la posible transmisión de la vida, y negativa, la contracepción conlleva, en virtud de su objeto, una voluntad no sólo no procreadora, sino antiprocreativa. La aceptación de la norma moral, enseñada por la Encíclica, no depende de los argumentos, sino del grado con el cual el Magisterio ha querido comprometerse. Esta norma moral es infalible en la práctica.
La relectura de la Encíclica, por parte de Juan Pablo II, a través de sus Catequesis sobre el amor humano, hace hincapié en el Principio de inseparabilidad del doble significado, quizás el criterio más importante de los últimos 50 años en el campo de la moral sexual. Si hasta el momento había prevalecido la óptica de la transmisión del don de la vida en sus fuentes próximas, y desde ahí interpretar el significado unitivo, Juan Pablo II va a invertir la dirección en su reflexión, pues desde el significado unitivo va a considerar el significado procreador, a través del significado esponsal del cuerpo en el lenguaje de la entrega amorosa entre los esposos. La Humanae Vitae puso de manifiesto la importancia decisiva de la virtud de la castidad, antesala y custodia del amor matrimonial. Esta virtud cuesta, pero, lejos de perjudicar a la personalidad de los esposos, les hace maduros para el amor y su crecimiento (HV 21). Juan Pablo II afirmará que esta virtud comporta una doble tarea: autodominio que capacita a los esposos para la auto-donación de amor.
Una última conclusión de esta relectura ha sido otro cambio de acento. Del sexo sin hijos, que pretendió la aparición de la contracepción en la revolución del 68, con la pretensión equivocada de querer fomentar el amor conyugal, hemos ido pasando poco a poco, a hijos sin sexualidad, mediante la creciente aparición de las técnicas de reproducción asistida. Basta enumerar los principales documentos magisteriales sobre el tema, Humana Vitae (1968); Donum Vitae (1987), Evangelium Vitae (1995), Dignitas Personae (2008), para comprobar que la preocupación principal de la Encíclica Humanae Vitae y de la Iglesia ha sido la vida humana, anticipada ya desde sus fuentes próximas. También en esto la encíclica fue profética, sin pretenderlo.
Valoración moral de los métodos contraceptivos
En cuanto a la licitud o no de utilizar la píldora u otros métodos contraceptivos para regular la fertilidad humana, la Encíclica propone una única norma moral en virtud de la definición de su objeto ético. Dicha norma tiene una doble formulación: una positiva, que indica que la Encíclica promueve la vida humana y otra negativa, que especifica en su punto 14 que “en conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas”.
“Hay que excluir igualmente, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación”.
Continúa la Encíclica en el mismo punto 14 “tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda”.
Valoración moral de los métodos naturales
En cuanto a la licitud moral sobre el uso de los métodos naturales de regulación de la fertilidad la Encíclica especifica en su punto 16 su licitud moral, siempre que exista una razón proporcionada para utilizarlos, siendo además un aspecto positivo de la misma incluir la abstinencia periódica como elemento integral de la virtud de la castidad, virtud que resulta absolutamente imprescindible para los casados. En ausencia pues, de tales razones proporcionadas, la utilización de los métodos naturales con la misma intención contraceptiva que los métodos artificiales, no variaría la calificación negativa de éstos.
CONVICCIONES SOBRE LA HUMANAE VITAE
Este informe se finaliza con una serie de convicciones, que se han producido a lo largo de los cincuenta años que han transcurrido desde la publicación de la Encíclica.
La primera convicción es la necesidad de “desprivatizar” la doctrina de la Encíclica Humanae Vitae y situarla en el contexto de la Doctrina Social de la Iglesia. Transcurridos los cincuenta años, podemos constatar “los frutos amargos que se han seguido por no admitir las enseñanzas de Pablo VI”, aunque también, desde un punto de vista positivo, hay que admitir que la asunción de la doctrina de la Humane Vitae, es, el futuro de la sociedad y del hombre y la garantía del bien común.
La segunda es “resaltar la grandeza del amor conyugal, orientando la libertad humana hacia los fines de una fecundidad responsable”.
La tercera es valorar “la primacía de la gracia y el acompañamiento de la comunidad cristiana”, para poder vivir las enseñanzas de la Humanae Vitae en las relaciones de pareja.
La cuarta convicción, es la necesidad de favorecer la virtud de la castidad dentro del matrimonio, integrando los dinamismos de la persona para vivir de acuerdo con el lenguaje del cuerpo, propuesto por San Juan Pablo II en su catequesis sobre el amor humano.
La quinta, hace referencia al hecho de que el cuerpo tiene un significado y un lenguaje que nos remite al Creador, por lo que, si no se acepta a Dios en la relación matrimonial, el lenguaje del cuerpo queda sin fundamento. Este es el drama de la secularización de la sexualidad humana, pues con la aceptación de la mentalidad contraceptiva se niega un nuevo elemento esencial del lenguaje que abre dicha relación a Dios.
La última convicción es su carácter profético, pues ya anunció Pablo VI acerca de las consecuencias que se podrían derivar de no aceptar el Magisterio de la Iglesia en un tema como éste, afirmando que “los hombres rectos podrán convencerse todavía de la constancia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad, lo que abriría un camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las practicas contraceptivas acabase por perder el respeto a la mujer, llegando a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como compañera respetada y amada. Parece que esta premonición del Papa no ha dejado de cumplirse.
Terminamos afirmando “que la canonización de Pablo VI es el mejor espaldarazo para reconocer la obra de la gracia que nos llegaba hace 50 años y que nos invita a reconocer la grandeza del amor humano”, a la vez que como recordaba el papa Juan Pablo II, el 5 de junio de 1987, “cuanto enseña la Iglesia acerca de la anticoncepción no puede ser materia de libre disputa entre los teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error en la conciencia moral de los esposos”.
[1] Todas las referencias bibliográficas que podrían incluirse en este artículo se pueden consultar en el libro https://www.sekotia.com/catalogo/opinion-y-ensayo/1637-la-regulacion-de-la-fertilidad-humana-a-a-luz-de-la-carta-enciclica-de-la-humane-Vitae-9788416921652.html