Publicado en Alfa y Omega, nº 1079, 28 de Junio de 2018
Fotografía Nicolás Jouve y José A. Díaz González-Serrano, durante las VI Jornadas de Ciencia y Fe organizadas por la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria. Fotos: Maica Rivera
Científicos y creyentes. Ambos lo son, y para los dos, los catedráticos Nicolás Jouve y José A. Díaz, no hay conflicto entre ambas facetas. Más bien al contrario. Les basta con saber formular las preguntas adecuadas. Nos lo cuentan delante de un café de sobremesa en las VI Jornadas de Ciencia y Fe, que tuvieron lugar el 21 y 22 de junio en el Colegio Mayor Universitario de San Pablo, en Madrid
«Los conocimientos de la ciencia experimental no son obstáculo para nuestra fe en un Dios creador», apuntó Francisco Molina, coordinador del grupo de trabajo Ciencia y Fe de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, en la inauguración de las VI Jornadas de Ciencia y Fe: Dignidad humana y ciencia. Es así porque «ciencia y fe no son magisterios opuestos, ya que la realidad nunca puede contradecir la verdad», completa después Nicolás Jouve de la Barreda, catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares, a quien Molina dio paso con la ponencia Epigenética y evolución.
Pero, entonces, ¿y al revés, de signo contrario y en el extremo? ¿En qué sentido podemos decir, por ejemplo, que un biólogo evolutivo como el famoso divulgador Richard Dawkins (autor de El gen egoísta), a quien hemos visto aludido en las exposiciones, tiene y puede mantener «una visión atea» de la evolución?
Saber preguntar
«La ciencia es neutra respecto a la religión», explica Jouve. Un científico investiga lo material, es decir, «utiliza el método experimental, propone una hipótesis, que se aprobará o refutará, con la materialidad con la que trabaja» pero no se ocupa del pensamiento, ese «es otro terreno, con temas que no tienen que ver con la materia y, por tanto, que no son propios de la ciencia, como la existencia de Dios, qué es el amor o qué es la vida».
Es decir, «hay que delimitar claramente el campo de la ciencia y el de la teología; la ciencia con sus experimentos te va a explicar cómo son las cosas (cómo es la vida) y la fe te va a dar el porqué (qué es la vida), el sentido a esto, es decir, la respuesta a la gran pregunta que jamás podrá contestarse con métodos científicos». Esto se ha repetido mucho y de diferentes maneras a lo largo de las jornadas, y resulta ilustrativo «el caso del genetista estadounidense Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano y agnóstico que publicó ¿Cómo habla Dios?, donde explica cómo se produjo su conversión con frases preciosas». Narra que en su investigación había momentos en que «se daba cuenta de que lo que acababa de descubrir era tan complejo que solo él en la humanidad tenía conocimiento de ello en ese instante, excepto Alguien más, que lo sabía desde el principio: el que lo creó todo».
El científico cristiano
Nos preguntamos qué diferencia entonces al científico cristiano del que no lo es. Jouve alude a la frustración del agnóstico y el ateo por no poder responder a las últimas preguntas de la vida, de dónde venimos y adónde vamos, en los términos citados de fe. José A. Díaz González-Serrano, catedrático en el departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Universidad Complutense de Madrid, apoya a su «maestro y amigo», que le dio relevo en las jornadas con la ponencia Contingencia, azar y necesidad. ¿Es predecible la evolución? A su juicio, «el cristianismo solo tiene ventajas, te hace trabajador, valiente, libre de prejuicios y disfrutón del resplandor de la verdad». Experimentó su conversión durante la forja profesional, siempre le gustó estudiar, «el ímpetu de indagación de la verdad es la sal de la vida». Le tocó «ser joven en los 80, vivir la convulsión de la Transición, un cambio muy radical en España con un fracaso en la transmisión de los contenidos de la fe que dejó de ser apelativa» y, en aquel contexto, confiesa: «Me encontraba perdido y tuve que tocar fondo». De entonces, recuerda «volver a mirar las estrellas y pensar, como un hilo de conexión con el pensamiento más racional del futuro científico, que todo esto tan grande no puede ser un vacío, no puede no tener sentido». Afortunadamente, después se encontró «con gente que tenía el secreto de la vida». Pensó, dice: «Yo quiero ser como estos».
Jouve estudió en un colegio religioso y nos cuenta que nunca ha vivido etapas de agnosticismo, que su afición a la ciencia le fue siempre de gran ayuda y le ha ido resolviendo muchas preguntas importantes en su camino de fe: «Cuando veo la molécula del ADN, que está en todos los seres vivos y la universalidad de la vida, su perfección, la maravilla que supone, cómo responde a todas las cuestiones, ya no necesito más: me hace inferir inmediatamente en que hay Alguien que tuvo que prever eso, no puede ser fruto de la casualidad ni del azar».