Por Candela Sande, publicado en Actuall el 18 de Septiembre de 2016
El lobby feminista se ha llevado por delante la libertad de expresión y la libertad de cátedra con su pretensión de que se retire un número monográfico de una revista del CSIC, algo que no se veía en España desde la Transición a la democracia, hace cuatro décadas.
La inquisición está de vuelta pero con otras víctimas y otros verdugos.Por Candela Sande, publicado en Actuall el 18 de Septiembre de 2016
El lobby feminista se ha llevado por delante la libertad de expresión y la libertad de cátedra con su pretensión de que se retire un número monográfico de una revista del CSIC, algo que no se veía en España desde la Transición a la democracia, hace cuatro décadas.
La inquisición está de vuelta pero con otras víctimas y otros verdugos.
Cuentan que en una reunión social en la buena sociedad británica del siglo XIX discutían sobre cuestiones teológicas dos caballeros. Uno de ellos, indignado por una afirmación del otro, le arrojó el contenido de su copa a la cara. Este, echando mano de la afamada flema británica, dijo sin inmutarse: “Eso ha sido una digresión. Estoy esperando su argumento”.
El lobby rosa ha respondido como la vigilante inquisición que es a la publicación de un monográfico de la revista científica Arbor sobre la ideología de género en el que, como no podía ser menos, se critica la pueril postura de quienes creen que desear que algo sea como no es lo convierte mágicamente en lo que deseamos.
Hay una confusión ya antigua que supone que el progresismo opone a la irracionalidad de la religión la racionalidad de la ciencia, cuando la realidad es exactamente la contraria: el progresismo, al menos de un tiempo a esta parte y mucho más en todo lo que intenta enmendarle la plana a la biología, es no solo el dogma oficial, sino un dogma más cercano a la brujería o el vudú que a cualquier confesión mínimamente respetable.
Las feministas críticas no han aportado argumentos. No se trataba de eso sino, pura y simplemente, de callar a las autoras del monográfico
Por supuesto, las críticas no han rozado en ningún momento los argumentos desarrollados por las científicas ni han intentando rectificar datos o cuestionar metodologías, porque ni podrían hacerlo ni, a fin de cuentas, se trata de ello. Se trata, pura y simplemente, de callarles, de amordazar toda opinión disidente, más si está armada con los datos que proporciona la ciencia.
Todo se ha reducido a argumentos ad hominem (ad feminas, en este caso),y se ha alegado que las autoras eran o estaban bajo la influencia del grupo católico ‘reaccionario’ Opus Dei. La respuesta obvia que se daría con toda tranquilidad en una sociedad verdaderamente libre sería: ¿Y?
Vamos a suponer que es cierto, que todo es una maniobra del Opus Dei y, si me apuran, imaginen que el Opus Dei fuera una organización reaccionaria. ¿Está prohibido? Yo, sin ser del Opus Dei y a diferencia de esta organización puramente religiosa, sí soy reaccionaria. ¿No puedo hablar, opinar, expresarme, argumentar? Si digo que A es A, ¿se me callará con el simple epíteto de “retrógrada”? ¿Qué fue de aquello de que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero?
Lo que ha hecho el lobby, que se sabe en el poder, ha sido gritar “¡blasfemia!”, y lo peor es que sabe lo que hace rehuyendo el debate científico o aún en de las ideas para refugiarse en la mera denuncia del pensamiento prohibido. Sabe, en definitiva, que funciona.
Y no solo porque las autoridades actúen y prohíban, ni solo por el acoso personal al que se sentirán sometidas las profesionales autoras de los trabajos, sino porque la Ciencia con mayúsculas, al menos en el sentido práctico e inmediato en el que solemos hablar de ella, no existe.
Llamamos ciencia a lo que descubren los científicos que, como cada hijo de vecino, tiene sus propias opiniones y actúa por los mismos móviles que todos los demás
No hay un espíritu alado llamado Ciencia que baje a revelarnos los secretos de la naturaleza, sino que llamamos “ciencia” a lo que descubren los científicos que, como cada hijo de vecino, tiene sus propias opiniones y actúa por los mismos móviles que todos los demás: ganarse la vida, financiar sus trabajos, no caer demasiado mal, avanzar sus tesis favoritas, la envidia, la ambición, la pereza, el miedo, el espíritu gregario…
Les propongo, si tienen afición y ganas, que piensen en todas las ideas prohibidas que se les ocurran y comprueben cuántos científicos hay trabajando en demostrarlas. Ya se lo digo yo: poquísimos o ninguno. El ataque del lobby contra las científicas de Arbor probablemente funcione, y les sea más difícil a partir de ahora investigar y más difícil aún publicar.
Y esta es la manera, querido lector, en la que se impone la ley del silencio, y el modo en que la progresía puede decir, cuando haya silenciado al último disidente, que sus posturas cuentan con pleno ‘consenso social’.