Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Hay gente que lucha por su valor, su capacidad y su gran humanidad, por encima de sus limitaciones. Aunque según los entendidos hay mil millones de personas con discapacidad en el mundo, la mayoría de la gente no está acostumbrada a tratar con esas personas. Podrían comprobar lo normales y lo admirables que son. Algunas personas con discapacidad pueden estar en sus casas. Pero la sociedad ha creado centros donde pueden ser atendidas. Los centros están llenos.
Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Hay gente que lucha por su valor, su capacidad y su gran humanidad, por encima de sus limitaciones. Aunque según los entendidos hay mil millones de personas con discapacidad en el mundo, la mayoría de la gente no está acostumbrada a tratar con esas personas. Podrían comprobar lo normales y lo admirables que son. Algunas personas con discapacidad pueden estar en sus casas. Pero la sociedad ha creado centros donde pueden ser atendidas. Los centros están llenos.
Suelo ir, al menos una vez por semana, a uno de esos Centros de Atención a Personas con Minusvalía Física (CAPMF). Voy por algunos de ellos, pero sobre todo, por mí mismo. Algunos dicen que las personas que están en esos centros son «especiales». El adjetivo es lo de menos. Lo importante son ellos. Seguro que las personas que les atienden, también son «especiales». Aunque suene extraño, voy a aprender. Ellos me ayudan a sentirme humano y a dejar los egos.
Allí puedo ver, el valor de hombres y mujeres, que no se rinden, que van y vienen en silla de ruedas -adaptadas de mil formas-. Allí constato que «Nadie es perfecto», como dijo el japonés H. Ototake. Y que al volver, eso, sigue siendo verdad en cualquier lugar del planeta.
Una persona llamada Lizzie, discapacitada, dijo: «deja de mirar y empieza a aprender». Eso me gustó. No dejan de sorprenderme. Pueden parecer «raros»-todos lo somos-, pero no son monstruos. Son personas. Puedo verlas en el bar o en la biblioteca; esperando la consulta del médico o haciendo rehabilitación en el gimnasio. Salen a la puerta a fumar un cigarrillo; con su lenguaje limitado, se entinen; en la medida que pueden, ayudan a otros; sueñan y se enamoran, como hace cualquier otro ciudadano. Tienen problemas, también. Problemas que a veces ni nos imaginamos. Pero sobre todo, esperan que algún día la ciencia encuentre solución a problemas como los suyos.
No se pueden negar sus limitaciones. Pueden moverse gracias a los avances tecnológicos, aunque les falte algún miembro o tengan un cromosoma de más, o daños en la médula, o un síndrome raro…Tener una cierta autonomía les permite una libertad con la que pueden enfocar y afrontar su nueva vida. No olvidemos que hay personas a quienes les han descubierto la enfermedad o han sufrido un accidente traumático, cuando la vida les empezaba a sonreír. No es fácil comenzar de nuevo. Como ellos dicen: «Si luchas puedes perder, si no luchas estas perdido». Le echan voluntad y esfuerzo y, suplen muchas carencias y… muchas ausencias.
Que necesiten ayuda para darle un rumbo a la nave de su vida, es normal. Hay situaciones que, sin ser traumáticas, requieren orientación, apoyo y ayuda (estudios, rupturas conyugales, embargos, etc.). Pues más si se ha sufrido o se tiene una «carencia».
Por alguna razón que desconocemos, desde el nacimiento o por alguna circunstancia posterior, ellos están total o parcialmente a merced de cuidadores (familiares o no) y, personal médico-sanitario. Pero en general, a pesar del miedo a su limitación, asumen retos, son valientes, buscan un sentido a su vida. Y es que «De lo que se trata es de potenciar nuestras capacidades, siempre mejorando y fortaleciendo lo que tienes, en lugar de anhelando lo que te falta… y mucho menos sufriendo y lamentándonos». Lo ha escrito alguien que sufrió el zarpazo del terrorismo, Irene Villa. Dice más: «poner en práctica los sencillos valores de esfuerzo, comprensión y perseverancia, es a veces considerado algo heroico, sin embargo, a quienes hemos de sobrellevar una discapacidad ¡no nos queda otra opción!». ¡Qué gran lección, la de esta valiente mujer!
Ella, como otras víctimas de enfermedades, accidentes o terrorismo han caído en la cuenta de que, las limitaciones o la discapacidad no detiene la vida, ni hunde el mundo, ni los sueños. Pero eso les obliga a modificar sus formas de vida, sus hábitos, y sus metas. La sociedad sí ha cambiado respecto a ellos. Su carencia, les aísla. Los poderes públicos, los medios de comunicación, las empresas, y los ciudadanos en general, se ponen una coraza mental rígida -casi lejana- respecto a las personas con discapacidad. Cuando la enfermedad se prolonga en el tiempo, la actitud hacia ellos se retrae. No es la que venía siendo habitual. Para justificarse, suelen decir, que ahora «son personas especiales».
No son raros, por ser diferentes. Ellos tienen que sacar provecho de sus limitaciones o «capacidades diferentes», como se dice ahora. ¿Por qué nosotros, no? Una cosa es que ellos cambien, y otra que nosotros sigamos a nuestra bola, y los dejemos ahí solos. Solos con sigo mismos y su trauma, solos con sus familiares, si los tienen, o solos con el personal de la institución cuidadora. ¿Puede extrañar que a veces se derrumben y depriman?
En las largas horas de silencio, de día o por la noche, hay una lucha entre ellos mismos y el destino, ellos y el entorno, ellos y sus nuevas metas, ellos y su sueño, ellos y el horizonte nuevo donde podrán desarrollar los nuevos proyectos. Les cuesta o ha costado: lágrimas y sangre, abandono o marginación social. No siempre, claro, porque si encuentran apoyo, comprensión y amistad, lo superan mejor o vencen antes. Como cualquiera, también ellos, además de todo el cariño, necesitan ayuda psicológica para «no rendirse»(M. Benedetti).
Por eso, otra de las lecciones valiosas que se pueden aprender en estos lugares es el comportamiento de la familia y los amigos, respecto a ellos (tanto si es positivo como si es negativo). Es muy bonito, disfrutar de sus éxitos en los Juegos Paralímpicos, por ejemplo. Pero pocos saben de su esfuerzo. Nadie sabe lo que es el éxito hasta el final. En el fondo, en esta vida, no se trata de ser un perdedor ni un ganador, sino ser uno mismo y ayudar a los demás.
«Nadie es perfecto», para ellos es evidente. Pero la gente de la calle,-con su actitud- cree que sí es perfecta, o que son «normales», cuando les olvidan. La sociedad simplemente sabe que no es lo mismo un sano que un enfermo. Pero a éstos, les tiene poco en cuenta. Eso hace daño. La persona discapacitada piensa y sabe, -como todos-, que la vida es un regalo. Tienen derecho a disfrutar de todos sus derechos y ser felices. Pero muchos se los niegan.
Estar enfermo, no es ser menor persona, ni menos sujeto de derechos. ¿Qué sabe nadie lo que es adaptarse a una enfermedad o con una discapacidad de por vida? Pues hay quien lo confunde todo, y los quiere eliminar. Son numerosos. Me permito citar al político Oscar Puente para quien “los hijos deformes” no merecen vivir; o a Rosa Regàs, que los llama «monstruos», o el mismo Arcadi Espada que escribió hace algún tiempo: “Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo haberlo evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no solo de que el enfermo lo denuncie por su crimen…»
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elmundopordentro/2013/05/09/un-crimen-contra-la-humanidad.html
Sí, es terrible, pero es así. Como si solo tuvieran derecho a vivir los «perfectos», «sanos», «listos» o «ricos». Y…
Justo en ese momento de mi reflexión saltó la noticia:
«Catorce muertos y varios heridos, tras un tiroteo en un centro de discapacitados en San Bernardino, California». Según el locutor: se estaba celebrando una fiesta, cuando 3 personas fuertemente armadas, entraron en el edificio y comenzaron a disparar. Allí trabajan más de 600 empleados y hay más de mil pacientes. El Corresponsal añadió: «Se investiga quienes son los autores y cual el motivo del atentado. De momento han huido».
Quedé consternado. Pensé en mis amigos del CAPMF. Me vino a la memoria el atentado de Paris. No se sabía si la matanza tenía o no relación con los yijadistas.DAESH significa «intolerante» o «el que siembra la discordia”. ¿Sería obra suya como en los últimos atentados? No me extrañaría. Si son capaces de asesinar a sangre fría a cualquiera que se encuentra en una Sala de Fiesta, o degüellan a niños, a mujeres o periodistas…
Les faltaba dar otro salto cualitativo: atentar en un Centro de Discapacitados. En las guerras anteriores, estos centros, los hospitales y los lugares de oración eran sagrados e inviolables. Ahora ya no respetan nada ni a nadie. No me extrañaría que fuera obra de esos descerebrados. ¿No se puede parar esta locura?
Lo que es cierto es que el fanatismo de los radicales de DAESH convierte a quienes capta, en un enemigo diabólico, potencialmente mortífero. Tienen que estar dispuestos a matar y morir en cualquier parte del mundo, a cualquier hora.
Creo que habrá que combatirlos de una forma diferente a lo que se piensa en Estados Unidos. Me refiero a que en una población de 320 millones de habitantes, cada uno tiene un arma de uso privado, (porque tiene derecho a defenderse). Según los datos de la Compañía Brady sobre la violencia con las armas, cada día 297 personas reciben disparos, y 89 fallecen cada día. ¡Es una barbaridad!
El negocio de la muerte, no entiende ni de personas, ni derechos, ni edad, ni color, ni sexo, ni religión, ni nacionalidad. Y hoy sabemos que… tampoco de salud o discapacidad.
Y mientras, Occidente, sin poner pie en tierra, arroja regalos desde el cielo…en una guerra contra enemigos que golpean, huyen de la batalla, se hacen invisibles y aparecen en sus propias ciudades. No entienden que para cada enemigo se necesita un arma que lo derrote y una estrategia.
¿Y si fueran musulmanes -solos o acompañados- quienes pudieran y debieran acabar con el Daesh?