Aclarando conceptos ante un posible caso de eutanasia

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Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa

Ante situaciones extremas, en casos de un ser humano aquejado de una enfermedad incurable, se pone a prueba el aguante, la sensibilidad y la ética social de todos, el paciente, sus parientes, los médicos que lo tratan y la sociedad en su conjunto. Ante estos casos, como el que ha surgido en estos días de una niña de 12 años aquejada por una enfermedad neurodegenerativa hospitalizada en un Centro de Salud de Santiago de Compostela, conviene tener claro de qué estamos hablando antes de juzgar éticamente las acciones que se proponen.

Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa

Ante situaciones extremas, en casos de un ser humano aquejado de una enfermedad incurable, se pone a prueba el aguante, la sensibilidad y la ética social de todos, el paciente, sus parientes, los médicos que lo tratan y la sociedad en su conjunto. Ante estos casos, como el que ha surgido en estos días de una niña de 12 años aquejada por una enfermedad neurodegenerativa hospitalizada en un Centro de Salud de Santiago de Compostela, conviene tener claro de qué estamos hablando antes de juzgar éticamente las acciones que se proponen.

La Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) define la Eutanasia como la: «conducta (acción u omisión) intencionalmente dirigida a terminar con la vida de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible, por razones compasivas y en un contexto médico». También la SECPAL advierte que «es fundamental no etiquetar de enfermo terminal a un paciente potencialmente curable». Se debe entender como «enfermedad incurable» una enfermedad progresiva, sin respuesta a los tratamientos y que abocará en la muerte.

En determinados casos, para justificar la eutanasia se aduce que la muerte es preferible a una vida en sufrimiento, y se aplica el eufemismo de «muerte digna», para tomar una decisión de cortar todo tipo de tratamiento cuándo ya el enfermo no responde y se propone acabar con una vida que se considera que ya no tiene «calidad». La dignidad ante la muerte es inherente a la persona, al propio moribundo, que posee dignidad hasta el último suspiro. Obviamente, la muerte no puede ser nunca digna si es provocada pues se opone al respeto que en base a su dignidad se debe a toda persona.

Llevado al extremo, la eliminación sin más de un paciente que no lo ha solicitado por sí mismo, sería un «homicidio». Si lo realiza el propio paciente por sí solo se trataría de un «suicidio» y cuando es la persona la que se quita la vida con la ayuda de otra persona, se calificaría de «suicidio asistido». La valoración moral que merecen estas actuaciones es en cualquier caso negativa.

En segundo lugar hay que distinguir entre la eutanasia «activa y pasiva» como equivalentes a la diferencia entre «matar y dejar morir», es decir, entre iniciar unas acciones que condujeran a la muerte de un paciente o permitir su muerte por la privación de los cuidados necesarios. Ejemplos de eutanasia activa serían la administración de un fármaco letal o el llamado «aborto eugenésico», que se practica para eliminar la vida de un feto al que se le han detectado anomalías cromosómicas o genéticas. Ejemplo de eutanasia pasiva sería el hecho de retirar la hidratación, la alimentación o la respiración asistida a un enfermo en fase terminal. Es evidente que en estos casos la muerte aunque fuese inevitable se adelanta intencionadamente a lo que sería su curso natural y eso es eutanasia. Se pueden suscitar dudas a la hora de diferenciar el concepto de «permitir la muerte» frente al de «eutanasia por omisión», pero es posible establecer un criterio claro. La clave reside en la intención que preside la conducta médica. Debe considerarse eutanasia todo lo que suponga una acción voluntaria para acabar con la vida del paciente, lo que se determina por la intención y el resultado.

Otro concepto importante es el de la «sedación paliativa» A este respecto, la Organización Médica Colegial aprobó en febrero de 2009 una Declaración sobre «Ética de la sedación en la agonía», que entre otros puntos señala que: «una correcta asistencia implica que se recurra a la sedación en la agonía sólo cuando está adecuadamente indicada, es decir, tras haber fracasado todos los tratamientos disponibles para el alivio de los síntomas»…,  «la frontera entre lo que es una sedación en la agonía y la eutanasia activa se encuentra en los fines primarios de una y otra. En la sedación se busca conseguir, con la dosis mínima necesaria de fármacos, un nivel de conciencia en el que el paciente no sufra, ni física, ni emocionalmente, aunque de forma indirecta pudiera acortar la vida. En la eutanasia se busca deliberadamente la muerte inmediata».

En cualquier caso conviene recordar lo que dice el Código de Ética y Deontología Médica español: «El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece su obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir el bienestar del enfermo, aún cuando de ello pudiera derivarse, a pesar de su correcto uso, un acortamiento de la vida». Corresponde por tanto a los médicos valorar cuando se llega al punto de retirada de unos tratamientos inútiles, pero esta decisión debe compartirse con el enfermo y su entorno familiar. Desde la perspectiva de la conciencia personal de quien adoptase una decisión u otra, siempre sería preferible no provocar o acelerar el final en las circunstancias de sedación que hoy son posibles y que suponen paliar cualquier tipo de dolor por parte del paciente.

Dicho todo lo anterior se puede decir que la postura de los pediatras que tratan a la niña Andrea en Santiago es totalmente correcta y acorde a la ética médica. La propuesta de retirarle la hidratación y la sonda que la proporciona el alimento determina una intención de provocar su muerte como resultado de la inanición… Esto a todas luces sería un caso de «eutanasia pasiva».

La inversión del valor de curar como principio esencial de la Medicina, al añadir el de provocar la muerte, puede abrir vías cuyos límites son impredecibles. La ciencia y la medicina tienen cada vez más y mejores instrumentos para actuar y para discernir. Reclamar que se empleen a favor, que no en contra, de la vida humana es un derecho de todos. Con toda razón decía C.S. Lewis que: “el poder del hombre para hacer de si mismo lo que le plazca significa el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les plazca”.

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.