Por Nicolás Jouve, Catedrático de Genética, Presidente de CiViCa, ublicado en Páginas Digital el 26 de Enero de 2015
De fantástica podríamos calificar la última predicción de Stephen Hawking, el famoso físico-teórico y cosmólogo británico, formulada en una reciente entrevista concedida a la BBC a mediados del pasado mes de diciembre: «los seres humanos, que están limitados por la lenta evolución biológica, no podrían competir y podrían ser reemplazados por máquinas pensantes». No ponemos en cuestión la enorme contribución científica de Hawking, que en coherencia con la Teoría General de la Relatividad de Einstein, sostiene que el espacio y el tiempo tienen un principio en el Big Bang y un final dentro de los “agujeros negros”, su principal aportación, que como muchas de las teorías sobre el universo, esté siendo cuestionada por otros físicos teóricos.
Por Nicolás Jouve, Catedrático de Genética, Presidente de CiViCa, ublicado en Páginas Digital el 26 de Enero de 2015
De fantástica podríamos calificar la última predicción de Stephen Hawking, el famoso físico-teórico y cosmólogo británico, formulada en una reciente entrevista concedida a la BBC a mediados del pasado mes de diciembre: «los seres humanos, que están limitados por la lenta evolución biológica, no podrían competir y podrían ser reemplazados por máquinas pensantes». No ponemos en cuestión la enorme contribución científica de Hawking, que en coherencia con la Teoría General de la Relatividad de Einstein, sostiene que el espacio y el tiempo tienen un principio en el Big Bang y un final dentro de los “agujeros negros”, su principal aportación, que como muchas de las teorías sobre el universo, esté siendo cuestionada por otros físicos teóricos.
Sin embargo, el asunto de la evolución humana y sus capacidades creativas con relación a la tecnología se salen de su órbita científica y rayan en la ficción. Empecemos por recordar algunos rasgos de la personalidad de Hawking que tienen que ver con su actual visión del mundo. Hawking padece esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa neuromotora que poco a poco le ha conducido a una parálisis casi total, hasta condenarle a la silla de ruedas y a una incapacidad para moverse. Su estado le obliga a comunicarse a través de un aparato generador de voz, que activa por medio de los músculos faciales, ya que ni siquiera puede mover sus dedos para teclear un ordenador. Es de admirar su voluntad de mantener una actividad intelectual intensa y enriquecedora como físico teórico, a pesar de que su mente vive enclaustrada en un cuerpo inmóvil. Sin embargo, esta situación parece un tanto contradictoria con la comparación que establece entre la mente y la inteligencia artificial. Ante una situación como la suya, ¿cómo se puede minimizar la capacidad pensante que en su caso se eleva sobre su propio cuerpo paralizado?, ¿no sería más coherente con su situación la idea aristotélica de que aunque el espíritu necesita del cuerpo para actuar, no necesita de él para subsistir? Dejando al margen la filosofía, parece cierto que la forma de pensar de Hawking ha ido evolucionando desde un agnosticismo dubitativo a un cientifismo materialista y a un ateísmo practicante, aunque sin dejar de tener en cuenta en sus obras la idea de Dios. En su libro «Una Breve Historia del Tiempo», publicada en 1988, decía Hawking que: «si llegáramos a descubrir una teoría completa (del Universo) sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos la mente de Dios», y en su obra «El Gran Diseño» (2010) termina excluyendo a Dios como creador.
Señala Francisco José Soler Gil, profesor de la Universidad de Bremen, y autor, entre otras obras, de «Mitología materialista de la ciencia» (2013), que los resultados de la física, la biología o la neurología en absoluto proporcionan una base nueva para el viejo materialismo ateo. Incluso podemos afirmar lo contrario, que han aportado (sobre todo desde el campo de la cosmología) argumentos inéditos en favor de la doctrina de la creación (teorías del “ajuste fino”). Lo cierto es que no parece legítimo ni intelectualmente honesto confundir las conclusiones científicas con sus interpretaciones, cosa habitual en la faceta de divulgador científico de Stephen Hawking.
En la reciente entrevista de la BBC, Stephen Hawking, en respuesta a una pregunta sobre la modernización de las tecnologías de la comunicación, dice que «los esfuerzos por crear máquinas pensantes representan una amenaza a nuestra existencia» y que «el desarrollo de la inteligencia artificial podría significar el final de la raza humana». Añade que las formas primitivas de la inteligencia artificial desarrollada hasta ahora ya han demostrado ser muy útiles, pero teme las consecuencias de la creación de algo que podría igualar o superar a los seres humanos, ya que estas máquinas «podrían tomar conciencia de sí mismas y rediseñarse a un ritmo cada vez mayor». ¿Es esto ciencia o es que a Hawking le ha hecho mella el comportamiento del malvado ordenador Hal, en la famosa película de Stanley Kubrick “2001: una odisea del espacio”?
Como casi todo lo que dice Hawking, inmediatamente ha levantado una cierta polémica, en la que han participado numerosos científicos de gran valía. Rollo Carpenter, el informático británico creador de Cleverbot, un software diseñado para hablar como lo haría un ser humano, que es además el que utiliza el propio Hawking, dice: «Creo que estaremos durante mucho tiempo por encima de la tecnología y que se desarrollará su potencial para resolver muchos de los problemas del mundo, pero no podemos predecir absolutamente lo que pasará si una máquina excede nuestra propia inteligencia, ni podemos saber si nos vamos a beneficiar infinitamente, o seremos ignorados, marginados o destruidos por ella». Carpenter cree que en el momento presente la tecnología está muy lejos de tener la potencia de cálculo o del desarrollo de los algoritmos necesarios para alcanzar plena inteligencia artificial, aunque podría llegar en las próximas décadas.
Me parece más realista lo que afirmaba el matemático británico Alan Turing (1912-1954), uno de los padres de la inteligencia artificial, respecto a las “máquinas inteligentes”. En el haber de Turing está el haber logrado descifrar los códigos nazis durante la segunda guerra mundial. Pues bien, Turing decía que «si se espera que las máquinas sean infalibles, entonces no pueden ser también inteligentes», a lo que añadía que «deberíamos desarrollar máquinas falibles capaces de aprender de sus errores». Más recientemente, Manuel López Michelone, profesor de Matemáticas de la Universidad Autónoma de México y un gran maestro del ajedrez, decía que «nada que no tenga consciencia de sí mismo puede considerarse inteligente», y aquí es a donde vamos, pues en su respuesta Hawking, imbuido de una excesiva interpretación materialista de la mente humana, olvida un factor fundamental del ser humano, la existencia de un alma inmaterial unida inseparablemente a un cuerpo material.
Hawking se suma al absurdo reduccionismo de determinadas corrientes de la neurobiología, que no distinguen entre mente y cerebro, o si se prefiere alma y cuerpo. La mente humana es irreemplazable sencillamente porque la mente es un conjunto de actividades y procesos psíquicos que obedecen a una experiencia subjetiva, lo que requiere una capacidad de examinar y un razonamiento abstracto propio del espíritu. Esto, por mucho que avancemos en el conocimiento del funcionamiento del cerebro, es imposible reducirlo a impulsos eléctricos y corrientes iónicas y negar la existencia de una realidad distinta e inmaterial. Por muy inteligentes que sean los algoritmos y los elementos materiales que se utilicen en la construcción de una máquina, siempre le faltará la espontaneidad y la capacidad de experimentar de forma subjetiva todos los elementos que intervienen en el pensamiento abstracto. Mucho podremos avanzar en la inteligencia artificial y en la robótica, pero al final no serán más que máquinas dotadas de una capacidad de respuesta automática a las situaciones para las que previamente se hayan diseñado.
Lejos del cientifismo de Hawking, la ciencia tiene sus límites. No reconocerlos y no ajustarse a los mismos supone caer en un reduccionismo empobrecedor de la realidad corpóreo-espitual del ser humano. Ni lo inmaterial es sometible a un análisis experimental, ni pueden establecerse relaciones de causa-efecto entre materia y espíritu, ni se pueden atribuir a la materia poderes espirituales.