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Por José M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa

De las expresiones “mi cuerpo es mío” o “mis ovarios son mis ovarios”, por significar sólo la identidad “mi=mi”, al igual que de la frase simple “la fea es la fea”, nada nuevo puede nacer. Esas frases no son pues de por sí otra cosa que expresiones meramente estériles, impotentes, poco favorecidas.  

Por José M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa

De las expresiones “mi cuerpo es mío” o “mis ovarios son mis ovarios”, por significar sólo la identidad “mi=mi”, al igual que de la frase simple “la fea es la fea”, nada nuevo puede nacer. Esas frases no son pues de por sí otra cosa que expresiones meramente estériles, impotentes, poco favorecidas.  

Es también cierto que con esas expresiones lo que realmente se quiere significar es sólo la siguiente negación de la realidad misma: el feto es sólo parte de mi cuerpo. Entonces razonan, -¡si eso es razonar!-, así: “el feto es parte de mi cuerpo” y “mi cuerpo es mi cuerpo”, luego “hago lo que quiero con mi cuerpo”.

Subyace aquí que si algo es mío, puedo hacer lo que quiera con ello. Si puedo hacer lo que quiera, tengo una libertad absoluta, ilimitada, infinita. Mi querer no tiene entonces limitación alguna: ni limitación física, ni geográfica, ni temporal, ni ética, ni humanitaria,… Puedo entonces hacer hasta lo que es físicamente imposible, lo que quiera. Al no tener limitaciones éticas ni de otro tipo, puedo, si quiero, con mi cuerpo, con una patada, por ejemplo, o con un objeto punzante, causar la muerte de otro. No tengo entonces porque usar bien de mi cuerpo, puedo usarlo tan mal como quiera.

Es ya de por sí muy significativo que ellas lo hayan formulado con las antedichas expresiones que, de por sí, de modo puramente lógico, conducen a semejantes conclusiones aberrantes.   

Pero es también claro que, a pesar de haber sido incapaces de formular correctamente su pensamiento, lo único que han querido afirmar es lo que sigue: “el feto es parte de mi cuerpo”, de aquí que, “hago lo que quiero con mi feto”, “puedo suprimirlo o no suprimirlo”. Haré lo que me apetezca, tanto si ello es un mal para mí o para mí cuerpo, como si es un bien. Si me apetece hacerme el mal, lo haré.

No obstante, en realidad, con mucha frecuencia, quiénes así arguyen son sólo abortistas disfrazadas y, por consiguiente, con la frase “hago lo que quiero” lo único que para sí mismas entienden es “quiero suprimir el feto, parte de mi cuerpo”. Algunas incluso se quitan el disfraz y pasan entonces a declarar abiertamente que abortar es algo absoluto, que nadie les impida o toque que aborten, que abortar es tema aparte, que su poder de diosas del aborto está por encima de todo poder, que “el aborto es sagrado”, que su poder de abortar es infinito, absoluto.

Es evidente que estos argumentos pro-abortistas están en estado de descomposición, son auténticos cadáveres, que ni tan sólo tienen en cuenta ninguno de los bienes de la mujer, sino sólo las ganas, aunque dichas ganas les dañen a ellas mismas. Con dicha propuesta abortista no está en juego tan sólo el bien o el mal de la mujer y la muerte violenta del hijo concebido y aún no nacido, que nunca es parte de su cuerpo, sino también el retorno al primitivismo más nefasto, dada la forma concreta ideológica dada a su proyecto abortista. Aquí hay algo peor que abortar.

CíViCa
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