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Por Mn.José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa

Frecuentemente se oye decir que el niño concebido, pero aún no nacido, e incluso el ya nacido, constituye una carga para la mujer. Más aún, se dice que el mismo representaría un mal. Especialmente, si éste presentara malformaciones o deficiencias mentales, o si su nacimiento pudiese conllevar consecuencias no queridas para su madre. Dejando aparte que el niño, antes y después de su nacimiento, es un bien, se considerará aquí la hipótesis terriblemente equivocada que dice que el niño es un mal y que, por ello, la mujer se liberaría eliminándolo.  

Por Mn.José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa

Frecuentemente se oye decir que el niño concebido, pero aún no nacido, e incluso el ya nacido, constituye una carga para la mujer. Más aún, se dice que el mismo representaría un mal. Especialmente, si éste presentara malformaciones o deficiencias mentales, o si su nacimiento pudiese conllevar consecuencias no queridas para su madre. Dejando aparte que el niño, antes y después de su nacimiento, es un bien, se considerará aquí la hipótesis terriblemente equivocada que dice que el niño es un mal y que, por ello, la mujer se liberaría eliminándolo.  

Si el niño fuese una carga con la que una estuviese cargada, cabría aún la respuesta del amor. Esto es: Es mi hijo, no me pesa. En pocas cosas resplandece más la grandeza de la persona humana que en Teresa de Calcuta, Premio Nobel de la paz, admirada en todo el mundo, por cristianos, por innumerables personas que quieren a los pobres, por ateos, por personas de la derecha, del centro y de la izquierda política. Pero, si es tan admirada es precisamente porque ha sabido llevar sobre sus espaldas el peso de tantos enfermos, de tantos miserables, de tantos moribundos, sin que los mismos le pesaran, porque en verdad los quería. La grandeza de Teresa de Calcuta, su verdadera libertad y su liberación, no ha estado en echar fuera la carga, sino precisamente en tener el coraje y la grandeza de llevarla. Es precisamente por esto por lo que es un referente para todas las mujeres del mundo y también para todos los hombres bien barbados. Por el contrario, si hubiese echado lejos de sí su peso, no habríamos contado con una de las mujeres más admiradas.

Huir del mal no tiene porque ser liberador. Así, el literato italiano Alessandro Manzoni, en su gran obra romántica “I promessi sposi”, muestra con mano maestra algo que ha ocurrido tantas veces. Esto es, como en medio de la peste, resplandece la grandeza inmensa de personas que con ternura y entrega heroica se dedican al cuidado de los mismos apestados, incluso al precio de poder contraer la peste. Como no recordar al gran Damián de Veuster, que se dedicó tan heroicamente a los leprosos que devino un leproso más.

Al ser maltratados los esclavos negros cual si fuesen bestias, Pedro Claver, maravillosamente, se llegaba a ellos, los trataba cariñosamente, se daba heroicamente a su cuidado, y se convertía en su esclavo. Ramón Nonato, grande, consiguió la libertad de un encarcelado al intercambiarse con éste. Juan de Dios se lanzó a salvar a los que estaban en una casa en llamas. Vicente de Paúl y José Benito Cottolengo se entregaron heroicamente a pobres, a pequeños, a malformados.  

Todas estas personas, si alcanzaron tamaña grandeza, libertad y autoliberación, fue porque cargaron sobre sí lo que consideraban mal, miseria. No los habría liberado eliminar al más pequeño, al más débil, al ser que tendría que ser el más querido. Así pues, ante vidas así admirables, grandes y resplandecientes, se derrumba intuitivamente la falsa lógica de que la mujer pueda liberarse por eliminación del hijo (carga).    

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