Editorial publicado en Paginas Digital el 14 de Enero de 2014
El problema es la derecha, no la izquierda. En España la vida pública se ha convertido en una batalla campal desde que, a finales de año, el Gobierno de Mariano Rajoy aprobara un proyecto que mejora la tutela del no nacido. No una ley de plazos sino una ley de supuestos limitados, que no permitiría el aborto eugenésico (malformación del feto) y que lo haría mucho más restrictivo para el caso de problemas psicológicos de la madre. La intelligentsia ha puesto el grito en el cielo y se rasga las vestiduras en la televisión, en la radio y en cualquier sitio. Tanto que han tenido que aumentar su presupuesto en vestuario.
Editorial publicado en Paginas Digital el 14 de Enero de 2014
El problema es la derecha, no la izquierda. En España la vida pública se ha convertido en una batalla campal desde que, a finales de año, el Gobierno de Mariano Rajoy aprobara un proyecto que mejora la tutela del no nacido. No una ley de plazos sino una ley de supuestos limitados, que no permitiría el aborto eugenésico (malformación del feto) y que lo haría mucho más restrictivo para el caso de problemas psicológicos de la madre. La intelligentsia ha puesto el grito en el cielo y se rasga las vestiduras en la televisión, en la radio y en cualquier sitio. Tanto que han tenido que aumentar su presupuesto en vestuario.
Los socialistas están convencidos de que el PP ha cometido un “error” que puede hacerles recuperar ventaja en la intención de voto. Así se lo pronostican las encuestas del periódico El País. El problema es que muchos líderes y cuadros del partido en el Gobierno piensan que la izquierda lleva razón. Que Rajoy se ha equivocado. Y, por eso, Gallardón, el ministro de Justicia, que impulsa el cambio, se ha quedado solo. Los suyos repiten lo que dice la oposición: “no se puede obligar a una mujer a ser madre cuando no quiere”. La frase sintetiza toda la ideología que desde hace 50 años ha construido el “consumismo de los derechos”.
La cosa empezó en Estados en 1965, cuando una pareja recurrió al Tribunal Supremo para que le dejaran utilizar anticonceptivos. Los jueces, en nombre del rigth to privacy (derecho a la privacidad), sentenciaron que los recurrentes tenían autonomía para hacer lo que quisieran. De una cuestión menor como los anticonceptivos se paso, por el mismo razonamiento, al aborto en el caso Roe versus Wade de 1973. Se estimó que la privacidad incluía el derecho a interrumpir el embarazo. En nombre de esa privacidad, con el tiempo, se ha disparado el número de derechos: tengo derecho a todo lo que deseo o quiero. De hecho, el Tribunal Europeo de Estrasburgo, ha asumido en muchas ocasiones el razonamiento. En este contexto, la libertad se entiende como en un mero procedimiento, no tiene vínculos. Y así se genera l caldo de cultivo para un mundo de gente solitaria, sin lazos. A la larga se hace muy difícil la cohesión social. La catedrática de derecho de Harvard, Mary Ann Glendon, explica que afirmar derechos de modo absoluto, sombras de deseos infinitos e irrealizables, tiene mucho de trágico. Y lo ilustra con un ejemplo sencillo: los que se niegan a utilizar casco cuando usan una moto dicen que se trata de su cuerpo y que pueden hacer lo que quieran. La paradoja es que “el independiente individualista, sin casco y libre en la carretera, se convierte en el más dependiente en la sala de lesionados de médula”.
Por fortuna todavía hay quién entiende que el hombre es relación y que los derechos humanos son expresión de una dignidad previa. Ha tenido que venir el ex-marxista Habermas (La constitución europea, 2011) a recordarnos que los derechos humanos presuponen la dignidad humana y que eso se hizo evidente a partir del Holocausto. El pensador alemán reivindica la necesidad de “investir el derecho con una carga moral”. Es lo que hicieron las constituciones del XVIII y es lo que nos permite “afrontar el grave peligro de socavar el derecho a la libertad”. Esa libertad que no que queremos perder.
Ya veremos que sucede con la ley Gallardón. Puede aguarse mucho. Ahora de lo que se trata es de apoyarlo lo más posible. Y, sobre todo, de reivindicar con la experiencia y el testimonio, la conveniencia y la fecundidad de una libertad que es relación. En este caso, con el hijo que va a nacer. Ya no estamos en los años 70, ya hay muchas mujeres que conocen los “estragos” del derecho a la autodeterminación. Muchas sufren una fuerte presión para no ser madres. El movimiento pro-vida, al menos en España, ha cambiado. Se ha hecho muy concreto. Ha creado una red social con numerosas iniciativas que las atiende. Y una de las primeras cosas que suelen hacer, cuando una mujer duda si seguir o no con su embarazo, es enseñarle una ecografía. A partir de ese momento la mayoría lo empieza a tener claro. En ese gesto está casi todo: una compañía humana que les ayuda a conocer a quién tienen dentro, que les sostiene en sus necesidades concretas (dinero, techo, trabajo). La ideología siempre es un desierto de abstracción. La realidad, imprevisible y a veces dura, una promesa. También cuando el niño no ha sido deseado. Pero siempre hace falta alguien a tu lado.