O Derecho natural, o tiranía
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El hambre crónica
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Por Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, miembro de CiViCa,  publicado en Foro El Escorial el 3 de Octubre e 2013

La distinción entre las propias opiniones y las doctrinas ajenas –pasadas o contemporáneas- que son objeto de explicación es una exigencia imprescindible en la docencia de la filosofía. Tan improcedente sería presentar las opiniones propias como verdad inapelable –sin contrastarlas con tesis rivales- como abstenerse de todo posicionamiento en aras de una “asepsia” por lo demás inalcanzable. Como creo conocer bien al profesor Diego Poole, estoy seguro de que ha mantenido ese difícil equilibrio tanto en su docencia presencial como en los materiales lectivos que distribuye a los alumnos. Diego Poole no esconde sus opiniones, pero lo hace en forma dialéctica, en constante confrontación con otras visiones del mundo, de las que no deja de informar al lector o el alumno: así procede, por ejemplo, en el capítulo 2 de nuestro libro común “Nueva izquierda y cristianismo”.

Por Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, miembro de CiViCa,  publicado en Foro El Escorial el 3 de Octubre e 2013

La distinción entre las propias opiniones y las doctrinas ajenas –pasadas o contemporáneas- que son objeto de explicación es una exigencia imprescindible en la docencia de la filosofía. Tan improcedente sería presentar las opiniones propias como verdad inapelable –sin contrastarlas con tesis rivales- como abstenerse de todo posicionamiento en aras de una “asepsia” por lo demás inalcanzable. Como creo conocer bien al profesor Diego Poole, estoy seguro de que ha mantenido ese difícil equilibrio tanto en su docencia presencial como en los materiales lectivos que distribuye a los alumnos. Diego Poole no esconde sus opiniones, pero lo hace en forma dialéctica, en constante confrontación con otras visiones del mundo, de las que no deja de informar al lector o el alumno: así procede, por ejemplo, en el capítulo 2 de nuestro libro común “Nueva izquierda y cristianismo”.

¿Cómo explicar, entonces, que el profesor Poole haya sido puesto en la picota por el diario gratuito “20 Minutos”, tras denuncia anónima de una alumna escandalizada por sus enseñanzas [Enlace]? ¿Por qué ha recibido las invectivas públicas de Marta López, “coordinadora de mujeres” [sic] de Izquierda Unida en la Comunidad de Madrid? Alumnos entrevistados por “El Plural” y “20 Minutos” declaran que Poole “no se limita a exponer las teorías, sino que también da su opinión e intenta inculcar una ideología con criterios homófobos y ultracatólicos”. Nótese que los alumnos reconocen implícitamente que el profesor explica también otras teorías, además de la propia: no se le puede acusar, por tanto, de escamotear a su auditorio la existencia de posiciones distintas. Su escandaloso delito estriba, pues, en tener opinión propia y exponerla. Y en que tales opiniones resultan ser “homófobas y ultracatólicas”.

Ahora bien, si repasamos la información proporcionada por “20 Minutos” y “El Plural”, constatamos que las opiniones intolerables de Diego Poole son las siguientes: no está de acuerdo con la píldora abortiva (“mientras se obliga a poner en los paquetes de tabaco ‘el tabaco mata’, no se advierte que también puede matar la píldora abortiva: mata a un inocente que no tiene culpa de nada”); no está de acuerdo con el aborto y la eutanasia (“son injustos y antidemocráticos los que defienden el aborto o la eutanasia, porque excluyen a otros hombres del derecho humano más básico, que es la vida, sobre el que se fundan todos los demás”) y no está de acuerdo con que las parejas homosexuales tengan hijos mediante técnicas de reproducción artificial o mediante adopción (“esos niños no gozarán de iguales condiciones que los demás, pues, entre otras cosas, a la hora de definir su identidad sexual […] no dispondrán de la necesaria referencia a un hombre (el padre) o a una mujer (la madre), de la que (o del que) ellos por principio carecen”.

Y eso es todo. Descubro con perplejidad que yo también debo ser “homófobo y ultracatólico”, pues comparto a pies juntillas las opiniones de Diego Poole sobre estos temas. También sé (no “creo”, sino que sé) que el embrión, el feto y el anciano enfermo o declinante son individuos de la especie humana, y por tanto deberían gozar del derecho a la vida, en pie de igualdad con el resto de miembros de la especie: o todos, o ninguno. Y rechazo totalmente la idea del “derecho al hijo” de las parejas homosexuales, pues implica el sacrificio definitivo del principio (que ha acompañado a la humanidad durante toda su historia) según el cual el niño debe –siempre que sea posible- ser criado por el hombre y la mujer que lo engendraron. La adopción “clásica” no implicaba erosión de dicho principio, pues tenía una vocación reconocidamente subsidiaria respecto a la paternidad biológica: solución de recambio para los casos excepcionales en que, desgraciadamente, el niño no podrá ser educado por sus padres naturales (por haber muerto éstos o ser incapaces de asumir la crianza). Pero cuando una pareja de lesbianas decide tener un hijo por inseminación artificial (o una pareja de gays encarga un niño a un “vientre de alquiler”) no estamos ya ante un remedio subsidiario: en este caso, desde la misma concepción se está condenando al niño a no ser criado por sus padres biológicos. El principio que ha guiado a la institución familiar durante milenios (a saber, el principio de coincidencia entre paternidad genética y paternidad social: el hombre y la mujer que engendraron al niño deben asumir también la responsabilidad social de su educación) está siendo tirado a la basura. Y además, como indica Poole, ese niño nunca dispondrá de un modelo masculino y otro femenino para el adecuado desarrollo de su personalidad.

Uno de los alumnos entrevistados por “20 Minutos” alega que “si lo hiciera un profesor de izquierdas [dar su opinión], también estaría mal”. Es lo que me parece más indignante de todo. Los que conocemos un poco la universidad sabemos con qué desenvoltura muchísimos profesores de izquierda aprovechan el aula para pontificar contra sus demonios particulares: la Iglesia, el PP, EEUU, Israel, el capitalismo, el “neoliberalismo”… Especialmente en las facultades de humanidades, numerosos docentes imparten como “ciencia social” un mejunje progre de neomarxismo, indigenismo, “cultural studies”, feminismo, laicismo, ideología de género… Por citar un ejemplo al azar –entre cientos posibles- que me es especialmente próximo: hay facultades de Filología inglesa que han excluido del programa de literatura norteamericana del siglo XIX a gigantes como Mark Twain o Edgar Allan Poe para hacer sitio a escritoras desconocidas, o a autores negros o indios de quinta fila (por aquello de que los varones blancos heterosexuales “han dominado abusivamente la historia de las letras”, y es hora de que las otras “comunidades” den a conocer también sus obras maestras: a cada tribu, su Shakespeare).

Pero podemos tener la certeza de que “20 Minutos” nunca dedicará su portada a profesores “progresistas” denunciados por inculcar nociones tales como el derecho al aborto, el derecho a la muerte digna o el derecho a la homoparentalidad. Que sus profesores defiendan eso no parecerá “adoctrinamiento” a los estudiantes. Pues la hegemonía cultural de la izquierda es tan completa que tales nociones no parecen ya opiniones u opciones ideológicas, sino obviedades. Cuando el profesor dice en clase “la mujer tiene derecho al control de su propio cuerpo [o sea, al aborto]”, la cosa no es percibida como un intento de adoctrinamiento, sino como una descripción neutral de lo evidente. Como si dijera “la Tierra gira en torno al sol”.

El caso Poole pertenece a la misma estirpe que los casos Ferrín Calamita, Francisco Serrano, Aquilino Polaino o Reig Plà: avisos para navegantes, advertencias intimidatorias para el sector residual de la vida pública que aún ose resistirse a la agenda sesentayochista en materia de bioética, modelo de familia y ética sexual. Habrá que resistir.

CíViCa
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