Universidad y ecología humana

Fe y ciencia (2). De la fe a la ciencia
11/10/2012
¿Dios o la Ciencia? (1). Las causas del conflicto entre la Ciencia y Dios
11/10/2012

Por Ángel Guerra Sierra - Dr. en Biología. Miembro de CiViCa. Publicado en: Cristianismo, Universidad y Cultura, Año 1, Nº 2 (Segunda época). Editorial EDICE, Madrid, 2012.

Ecosistemas ateos
El diseño y desarrollo de las numerosas universidades públicas de reciente creación en España son muy diferentes. Sin embargo, pese a su rica diversidad, la mayoría ofrece un rasgo común: la ausencia de referencias a lo transcendente, es decir, a lo que de verdad importa al hombre: el bien y el mal, su felicidad y destino, Dios. Esta privación afecta tanto al ámbito material como al curricular. Por otra parte, en la mayoría de las universidades que nacieron con capilla incorporada en su proyecto arquitectónico, este espacio sagrado o se ha reconvertido para otros usos, o está absolutamente ignorado, e incluso está expuesto a profanaciones cuando continúa en uso. Y la teología, que fue disciplina troncal, ha desaparecido hace mucho tiempo de ese escenario. En suma, apenas hay lugar para Dios en nuestra universidad pública.
 

Por Ángel Guerra Sierra – Dr. en Biología. Miembro de CiViCa. Publicado en: Cristianismo, Universidad y Cultura, Año 1, Nº 2 (Segunda época). Editorial EDICE, Madrid, 2012.

Ecosistemas ateos
El diseño y desarrollo de las numerosas universidades públicas de reciente creación en España son muy diferentes. Sin embargo, pese a su rica diversidad, la mayoría ofrece un rasgo común: la ausencia de referencias a lo transcendente, es decir, a lo que de verdad importa al hombre: el bien y el mal, su felicidad y destino, Dios. Esta privación afecta tanto al ámbito material como al curricular. Por otra parte, en la mayoría de las universidades que nacieron con capilla incorporada en su proyecto arquitectónico, este espacio sagrado o se ha reconvertido para otros usos, o está absolutamente ignorado, e incluso está expuesto a profanaciones cuando continúa en uso. Y la teología, que fue disciplina troncal, ha desaparecido hace mucho tiempo de ese escenario. En suma, apenas hay lugar para Dios en nuestra universidad pública.
 
El rechazo oficial a la presencia de lo trascendente en nuestras universidades tiene, básicamente, dos manifestaciones: indiferencia total u hostigamiento manifiesto. En otras palabras, la mayoría de nuestras universidades públicas son ecosistemas ateos. La oposición frontal a la instalación de un “cruceiro” en el campus de una universidad de Galicia por parte de sucesivas Juntas de Gobierno, aún cuando el crucero sea una manifestación típica y representativa de la cultura gallega además de un símbolo cristiano, es un ejemplo palmario de lo señalado más arriba. Además, la asistencia a una Eucaristía universitaria mensual en una parroquia céntrica y alejada de dicho campus permitió constatar a sus organizadores que había docentes y alumnos que se conocían desde hacía tiempo pero que desconocían que tenían en común un sentido trascendente de la vida.

Un problema antropológico
Indiferencia, miedo y hostilidad hacia Dios en la universidad pública española ¿Por qué? El tema es complejo e imposible de tratar aquí con la profundidad requerida. Sin embargo, intentaré mostrar que una de las raíces que más ha contribuido a convertir esos espacios de formación superior en sistemas donde apenas queda oxígeno para tratar sobre temas transcendentes es un problema fundamentalmente antropológico. ¿Qué son el hombre y la mujer? ¿Cuál es el constitutivo de la persona humana? Esa es la cuestión. Hay numerosas y precisas respuestas clásicas en la filosofía. Sin embargo, esas definiciones probablemente signifiquen muy poco o nada para los “modernos progresistas” de los que rebosan nuestras universidades. Por ese motivo, y como lo que deseo es argumentar para los poco o nada convencidos, intentaré adentrarme en la respuesta a través de otro tipo de enfoque.
 
Desvinculación de lo puramente orgánico
Como todos los seres vivos, el hombre y la mujer poseen un conjunto de mecanismos que tienden a alcanzar una estabilidad en las propiedades de su medio interno, es decir, un equilibrio dinámico u homeostasis. Como organismos pluricelulares, los seres humanos están influidos por sustancias propias de su metabolismo y mensajeros bioquímicos (neurotransmisores y hormonas). Además, la homeostasis actúa para afrontar las interacciones del individuo con el cambiante medio ambiente y le proporciona cierta independencia del entorno. Se trata de un proceso continuoque implica el registro y regulación de múltiples parámetros a fin de que el organismo se mantenga en un intervalo de normalidad, y requiere de una retroalimentación negativa para contrarrestar los efectos de agentes internos o externos que tiendan a sacarle fuera de los límites de confianza de dicha normalidad. Lo singular de los seres humanos respecto de los demás animales es que su conducta no está completamente determinada ni por la situación de su medio interno, ni por la del externo, pues es capaz de dominar sobre ambos e incluso de actuar en contra de ellos. Esa desvinculación de lo puramente orgánico caracteriza al hombre y la mujer y no se da en ninguna otra especie por muy desarrollados sistemas nerviosos que posean.Lo que la observación nos ofrece es el hecho de que la persona se halla anclada en la realidad de un modo peculiar: está liberada de actuar mecánicamente ante las solicitudes de su medio externo o interno, lo que no ocurre con ningún otro animal.

Autorreconocimiento o conciencia de sí mismo
La capacidad de autoorganización y complejización se encuentran en muchas asociaciones funcionales de la Biosfera: sistemas fluidos-sistemas sólidos, atmósfera-hidrosfera, depredador-presa,explotación-madurez…, pero hay evidencias de la existencia de un gradiente de organización entre los seres vivos. La capacidad decontrol autónomode su propio desarrollo es propia de los “sistemas autopoyéticos o cibernéticos”, dondela conservación delorden y las configuraciones a nivel espacial y los ritmos al temporal que se observan requiere disipación permanentede energía. Los hombres y las mujeres estamos también regidos por esas leyes termodinámicas, pero el único sistema que permite un  autorreconocimiento o conciencia de sí mismo es el que configura a los seres humanos. Tan competente es el ser humano que pude “subcrear” complejos sistemas cibernéticos a imitación de los que existen en la Naturaleza.
 
Capacidad de reflexión y libertad
Existe un consenso unánime sobre que el proceso de hu­manización se halla indisociablemente unido al desarrollo de la inteligencia. Si por inteligencia se entiende la capacidad de modificar el medio o utilizar algún instrumento para satisfacer necesidades vitales o cierta capacidad para resolver determinados problemas, hay inteligencia en los animales, sobre todo en los superiores. Sin embargo, la conclusión principal de los estudios etológicos con grandes simios es que su inteligencia es concreta y no abstracta, es decir, que aparece ligada al dato perceptivo actual y no liberada de la tiranía de los instintos, mientras que la inteligencia del ser humano va más allá de la capacidad de asimilar, guardar, elaborar información y utilizarla adecuadamente en casos concretos, actividades que también son capaces de realizar bastantes animales. El ser humano, a diferen­cia de éstos, desarrolla la capacidad de iniciar, dirigir y controlar muchas actividades mentales, como ocurre con nuestra aten­ción o con el aprendizaje, que deja de ser automático para fo­calizarse libremente hacia determinados objetivos deseados, es decir de reflexionar sobre lo que le rodea y sobre sí mismo. La antigua interpretación de que la inteligencia solo servía para resolver problemas de tipo matemático o físico, había deja­do de lado las capacidades de resolver cuestiones que afectan a la creatividad, la felicidad personal o a la buena convivencia social. Tampoco debe confundirse la inteligencia con la ciencia o la técnica. De hecho, se puede poseer poca técnica científica pero ser enormemente inteligente. La maravillosa inteligencia que hay en los humanos, capaz de razonar, planear, resolver proble­mas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, simbolizar, aprender rápidamente e ilustrarse de la experiencia, estuvo siempre ahí, desde el primer momento en que hubo hom­bres y mujeres sobre la tierra; la ciencia y la tecnología vinieron después, con el desarrollo cultural, que es la línea evolutiva por la que discurre desde entonces el devenir de la humanidad. Frente a todas las demás especies biológicas, el desarrollo de la capacidad de reflexión es una peculiaridad distintiva del ser humano. Por otra parte, la capacidad de traspasar el umbral entre los estímulos instintivos y las respuestas, que en los demás seres vivos es meramente fisiológica, es también un elemento diferenciador del hombre y la mujer, quienes con su autoconciencia y libertad, suponen un salto cualitativo en todo el proceso evolutivo.
 
Una peculiar manera de intercambiar información
La información constituye la sangre o esencia de los sistemas. El sistema genético (ADN-ARN) es el vehículo de la información relativa a la especie, mientras que el sistema nervioso lo es del organismo individual. Es precisamente a este nivel donde se sitúa la mayor singularidad de los seres humanos. En ellos, el desarrollo de su sistema nervioso central, junto con otras estructuras somáticas, ha permitido la capacidad de relacionarse con otros miembros de su misma especie mediante un intercambio idiomático, con el cual se trasmiten sentimientos e ideas de una complejidad tan elevada que carece de parangón en el Reino Animal. La trasmisión de conocimientos mediante el lenguaje y las relaciones interpersonales añade a la  evolución biológica ─ igual para todas las especies de seres vivos ─, la evolución cultural, no heredable desde un punto de vista genético, y que ha permitido al hombre dominar y moldear el mundo que le rodea.

Un foco interno de individualidad única
Fruto de sus investigaciones, numerosos neurofisiólogos han observado que junto a nuestro cerebro —que se puede com­parar a un ordenador de ingente capacidad que encierra multitud de datos y relaciones entre los mismos — hay otra realidad que es mi “yo” humano, que los introduce y los saca voluntariamente. Pese a que exista una total igualdad genómica, como es el caso de dos gemelos univitelinos, en cada uno existe un “yo” radicalmente singular, individual e irrepetible. Los genes y las circunstancias condicionan al hombre pero no lo determinan; hay en él otra realidad que es su libertad. Y esa capacidad de autodeterminación exige reconocer en él un ser espiritual, psique o alma. Cualquier ser humano es capaz de reavivar con su memoria hechos pasa­dos y reconocerse en ellos como él mismo, aunque en otras circunstancias. Ese “foco interno de individualidad única”, que da cuenta de nuestra unicidad y novedad radical es algo real. Y, a falta de soluciones materiales convincentes, ese foco induce a plantearse que ese principio interno espiritual pueda tener un origen supranatural, es decir, a una intervención divina. Como señaló el premio Nobel John Eccles: «Los fenómenos del mundo material son causas necesarias, pero no suficientes para las experiencias conscientes y para mi “yo” en cuanto sujeto de las mismas. Hay pues argumentos serios que conducen al concepto religioso de alma y su creación especial por Dios». Pretender, como algunos afirman, que «el alma está en el cerebro» es no plantearse con seriedad el enigma del pensar. Pretender resolverlo con los resultados de algunas técni­cas de neuroimagen, que permiten conocer los centros nerviosos y las áreas de la corteza cerebral que se activan cuando pensamos, es una burda simplificación en la que el cerebro lo es todo: psique y órgano del pensamiento, de la moralidad, de la felicidad y de las creencias religiosas. Esa postura pseudocientífica identifica el instrumento (el cerebro), con el agente (la persona). Quien piensa, ama, se emociona y cree no es el cerebro sino la persona.
 
Desde que hubo seres humanos sobre la tierra —y la cien­cia desconoce con exactitud cuándo se produjo este aconteci­miento— hubo manifestaciones de su dimensión espiritual. Dichas manifestaciones, que difícilmente dejan huellas fósiles, son fundamentalmente: 1º) la libertad, con su consiguiente respon­sabilidad ética; 2º) una innegable vinculación con la belleza, pues el hombre siempre quiso que las cosas fuesen hermosas a su alrededor y ha dejado vestigios de ello. Cuando Pablo Picasso contempló las pinturas de Altamira dicen que exclamó: «No hemos avanzado nada desde entonces»; 3º) una sed de felicidad que transciende la salud fisiológica y la dicha de las necesidades materiales cubiertas, que conlleva ansias de inmortalidad y aper­tura a la trascendencia; 4º) una innata vinculación con un tipo de amor que sublima el éxtasis alcanzable por los sentidos en las experiencias eróticas, ello debido a que, en pleno discernimiento de su yo individual, tiene además plena conciencia del otro al cual puede darse por completo voluntaria y libremente; y 5º) una sed inagotable de justicia. Sin embargo, no nos debe extrañar encontrar ambigüedades, retrocesos y corrupciones en esa tendencia al ennoblecimiento que hay en todo ser humano, porque esas desviaciones son tam­bién propias de su naturaleza.
 
Ecología humana
El 22 de octubre de 2011 el Papa Benedicto XVI habló ante los miembros del Parlamento Federal Alemán en Berlín. El párrafo que copio a continuación es textual y está seleccionado del citado discurso: «La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar todavía seriamente un punto que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y queno se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana».
 
Se entiende muy bien lo que quiere decir el Papa, y estoy en pleno acuerdo con él en lo fundamental.Sin embargo, como ecólogo el término “ecología humana” me deja insatisfecho porque muchas veces la ecología se entiende como limpieza o protección cuando es algo más, como he tratado extensamenteen mi libro Salvaguardar el medio ambiente (Editoral UMELIA, 2012), donde se argumenta quesu validez solo se justifica por las particulares características del hombre y la mujer, sin parangón entre los seres vivos. Me parece una adjetivación de la ecología innecesaria tanto desde el punto de vista metodológico como conceptual, ya que se puede englobar sin demasiadas dificultades teóricas dentro de la Antropología. En mi opinión, con la famosa cita «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo», aparecida en "Meditaciones del Quijote" del filósofo español José Ortega y Gasset, el autor se aproxima más a un uso correcto del término ecología aplicado a lo humano, porque Ortega considera que lo que está en torno al hombre, todo lo que le rodea, no solo lo inmediato, sino lo remoto; no solo lo físico, sino lo histórico y lo espiritual, es lo que configura la personalidad de cada uno. En otros términos, la realidad circundante «forma la otra mitad de mi persona», como afirma Ortega.  Discrepo, no obstante, en que la reimpresión de lo circundante sea el destino radical y concreto de la persona humana, es decir, que todo esté determinado por lo circundante, porque ¿dónde quedaría entonces la libertad de que gozamos cada uno para tomar nuestras decisiones?
 
Para cambiar el escenario actual
Cada hombre y cada mujer pueden definirse, por lo tanto, como sistemas vivos pluricelulares y complejos, y, por tanto, homeostáticos y cibernéticos; capaces de reflexionar y de relaciones interpersonales mediante un intercambio de información idiomática; de modificar el medio ambiente circundante en su favor; singulares, irrepetibles,  libres y abiertos a la trascendencia. Los seres humanos tienen pues su propia “ecología interna”, pero viven dentro de sistemas de mayor amplitud donde se desarrollan material e inmaterialmente. Entre esos sistemas están primero la familia y la escuela. Más adelante, y sólo para algunos, se abre la universidad. Todos esos ecosistemas son importantes para lograr un desarrollo armónico y completo de la personalidad de cada uno; de su “personeidad”. Y si alguno de ellos tiene una concepción del ser humano imprecisa, errónea o raquítica provocarán que su desarrollo psíquico e intelectual sean imperfectos y dejen a la criatura perpleja ante las grandes preguntas: ¿Qué soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué hago en esta vida? ¿Qué sentido tiene el dolor? ¿Por qué no hay justicia en esta tierra? El hombre y la mujer son sistemas incompletos sin la trascendencia, pero el ecosistema universitario público, que es el que ahora nos ocupa, se la hurta injustamente.
 
Ante un ecosistema adverso caben varias soluciones, entre otras la huida o el mimetismo, pero ninguna de las dos es propia de mujeres y hombres maduros y auténticos. Toda genuina universidad debe ofrecer espacios de libertad para que el ser humano enterizo ─ con todas sus facultades naturales y supranaturales, como nos lo hace conocer la recta razón ─, se desarrolle. Una “educación neutra” sería contraria a los principios fundamentales de la educación porque de hecho se hace irreligiosa. Una concepción puramente naturalista o utilitarista del ser humano suele proceder de una concepción reduccionista del hombre y la mujer, y la aniquilación de los principios religiosos del espacio de la educación superior, que es la universidad, únicamente se entiende por un sectarismo ideológico, que poco tiene que ver con la realidad de las cosas. Hay que cambiar esta situación, pero ¿cómo? Independientemente de que ello pueda realizarse de arriba-abajo, es decir, por intervención de las autoridades, la solución que me parece más pragmática y plausible es la evolución desde dentro. En otras palabras, que sean los docentes y estudiantes universitarios los propios agentes del cambio. Para ello, primero deberán tener muy claro cuál es la dignidad del hombre y la mujer. Luego, tendrán que mantener la suficiente presión interior como para ser capaces de que la externa ─ hostil y adversa ─ no destruya esos fundamentos, aplicando un principio de retroalimentación negativa que mantenga su homeostasis interior en perfecto estado. Conseguida ésta, habrán de lanzarse con valentía y contracorriente a la conquista pacífica de espacios de libertad donde tenga cabida la dimensión trascendente del ser humano. Admitir el imperio de ideologías materialistas o laicistas, que rebajan la dignidad humana o quieren encerrar las relaciones con Dios en el ámbito estrictamente privado desterrándolas del social y público, es una castración impermisible y una miopía que, de no corregirse, pagarán muy caro las siguientes generaciones.

CíViCa
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