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Por José Luis Velayos. Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa. Recibido el 14 de junio  de 2023.

En definición de la RAE, cambio es “la acción y efecto de cambiar”; y cambiar es “convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria”. (El efecto puede ser positivo o negativo).

Y la palabra intercambio es “el cambio recíproco de una cosa o persona por otra u otras”.

Constituye un cambio radical la aparición de vida de un ser humano en un óvulo fecundado; así como las consiguientes transformaciones que conlleva el desarrollo embrio-fetal.

A nivel orgánico, tanto en el embrión y feto como en el neonato, en el niño, en el joven o en el anciano, hay cambios continuos, lo que significa que el cambio va con la vida. Por eso, el organismo está en continuo movimiento, en continuo cambio, con entrada y salida de iones de las células, con potenciales bioeléctricos neurales disparándose continuamente, con un ritmo nictmeral (vigilia-sueño) constante, con la sucesión de sístoles y diástoles cardiacos, etc.

Son asombrosos los cambios electroencefalográficos  que suceden en el ciclo vigilia-sueño, con sus fases de vigilia, sueño ligero, sueño lento, sueño profundo, sueño paradójico. Son ritmos que van progresivamente cambiando de matiz con la edad: por ejemplo, no es igual la arquitectura  del sueño del anciano que la del joven, la del niño o la del feto. Asombra el paso de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia, finamente controlados por el sistema nervioso central, coadyuvando factores como la luz solar, la estación del año, el estado de salud-enfermedad, cansancio, hambre, la situación anímica, etc.

Hay cambios fisiológicos con la pubertad, con la menopausia, con la andropausia, en el envejecimiento, con el climaterio. Son cambios morfológicos, psíquicos, hormonales. Y se dan cambios (patológicos) con la enfermedad.

Los glóbulos rojos o hematíes son células de la sangre en  que  tiene lugar  intercambio de oxígeno y anhídrido carbónico. Y a nivel pulmonar hay un intercambio continuo de oxígeno y de anhídrido carbónico. Todo ello, esencial para la vida.

Biológicamente, son abundantes los cambios en el organismo, y  no solo en el ser humano, sino también en todos los animales y en general, en toda la naturaleza. Piénsese, por ejemplo, en el cambio de gusano a mariposa. Po otra parte, los cambios en la naturaleza en su inmensa mayoría, no suelen ser bruscos.

Los hábitos humanos, las costumbres cambian. No cambia lo específico del ser humano, no cambia la rotación de la Tierra, no cambia el Amor que Dios nos tiene, no cambian muchas cosas. Un día es igual que el siguiente y que el anterior, pero cada día es especial, con su encanto, con sus particulares alegrías o sus posibles penas. Cambio y permanencia se entremezclan. Son como las dos caras de una misma moneda.

Se habla con frecuencia  del  “cambio climático”, que  en ocasiones se manifiesta con brusquedad.

También se habla de cambio de vida: La conversión es un cambio espiritual. A este respecto, impresiona el cambio que, al borde de la muerte, experimentó el Buen Ladrón. Impresiona también el cambio que en su juventud dio San Agustín de Hipona. Son numerosos los ejemplos.

Biológicamente, la muerte es el cese del funcionamiento del organismo como un todo. Es un cambio biológico radical. Pero también se afirma que se trata de un cambio de morada (“vita mutatur, non tollitur”), por lo que para el creyente, la muerte conlleva un cambio trascendental.

Dios no cambia, pero al mismo tiempo es el “Motor Inmóvil”, como enseñan los filósofos y teólogos. Es el Autor de la vida.

De Manuel Alfonseca: “El científico materialista ignora que sus opiniones se entienden gracias a que los operadores lógicos son inmateriales.” 

Del Poema “¡Quiero Vivir!” de José María Gabriel y Galán;

¡Quiero vivir! A Dios voy

y a Dios se va muriendo,

se va al Oriente subiendo

por la breve noche de hoy.